a Enrique Pezzoni
-No he visto a la reina loca -dijo la niña.
-Pues acompáñame, y ella te contará su historia -dijo la muerte. Mientras se alejaban, la niña oyó que la muerte decía, dirigiéndose a un grupo de gente que esperaba: «Hoy están perdonados porque estoy ocupada», cosa que la alegró, pues el saber que eran tantos los que iban a morir la ponía algo triste.
Al poco rato vieron, a lo lejos, a la reina loca que estaba sentada muy sola y triste sobre una roca.
¿Qué le pasa? -preguntó la niña a la muerte.
-Todo es imaginación -replicó la muerte-, en realidad no tiene la menor tristeza.
-Pero sufre igual, entonces no hay ninguna diferencia -dijo la niña.
-Vamos -dijo la muerte.
Se acercaron, pues, a la reina loca, que las miró en silencio.
-Esta niña desea conocer tu historia -dijo la muerte.
-Yo también quisiera conocer mi historia si yo fuera ella y ella yo -dijo la reina loca. Y agregó: Siéntense las dos y no digan una sola palabra hasta que haya terminado.
La muerte y la niña se sentaron y, durante unos minutos, nadie pronunció una sola palabra. La muñeca cerró los ojos.
-No veo cómo podrá terminar si no empieza -dijo la niña.
Se hizo un gran silencio.
-Una vez fui reina -empezó al fin la reina loca.
A estas palabras el silencio se volvió a unificar y se hizo denso como una caverna o cualquier otro abrigo de piedra: dentro, entre las paredes milenarias, la joven reina rodeada de unicornios sonríe a su espejo mágico. La niña· sentía deseos de prosternarse ante la narradora en harapos y decirle: «Muchas gracias por su interesante historia, señora», pero algo le hacía suponer que la historia de la reina loca aún no estaba terminada y por lo tanto permaneció quieta y callada.
La reina loca suspiró profundamente. La muñeca abrió los ojos.
-<<Hijo mío, tráeme la preciosa sangre de tu hija, su cabeza y sus entrañas, sus fémures y sus brazos que te dije encerraras en la olla nueva y la taparas, enséñamelo, tengo deseos de mirar todo eso; hace tiempo te lo di, cuando ante mí gemiste, cuando ante mí estalló tu llanto» -dijo la reina loca.
-No le hagas caso -dijo la muerte-, está loca.
- ¿Y cómo no va a estarlo si es la reina loca? -dijo la niña.
-Siempre divaga sobre lo que no tuvo. Lo que no tuvo la atraganta como un hueso -dijo la muerte. Con ojos llenos de lágrimas prosiguió la reina loca:
-Niña, tú que no has tenido un reino, no puedes saber por qué voy bajo la lluvia con mi corona de papel dorado y la protejo ...
-Para que no se moje -dijo la niña. Y empezó a contar: Una vez mi primo y yo ... Pero se contuvo pues la muerte mordía con impaciencia un pétalo de la rosa que tenía en la boca.
-No, no puedo saber -dijo la niña.
-Pues cuenta tu historia de una vez y basta -dijo la muerte consultando su reloj que en ese momento se abrió e hizo aparecer a un pequeño caballero con una pistola en la mano que disparó seis tiros al aire: eran las seis en punto de la tarde y el crepúsculo no dejaba de revelarse algo siniestro, sobre todo por la fugaz aparición del caballerito del reloj y por la presencia de la muerte, aun si esta jugaba con una rosa que lamía y mordía. A lo lejos, cantaban acompañándose de aullidos y tambores. Alguien cantaba una canción en alabanza de las florecitas del campo, del cielito blanco y azul, del arroyuelo que mana agüita pura. Pero otra voz cantaba otra cosa:
Et en bas, comme au bas de la pente amere,
cruellement désespéré du coeur,
s'ouvre le cercle des six croix,
tres en bas
comme encastré dans la terre mere,
desencastré de l'entreinte inmonde de la mére
qui bave.
La reina loca suspiró.
-Me he acostado con mi madre. Me he acostado con mi padre. Me he acostado con mi hijo. Me he acostado con mi caballo-dijo. Y agregó-: ¿Y qué?
La muerte escupió otro pétalo y bostezó.
-Qué interesante -dijo la niña con temor de que su muñeca hubiese escuchado. Pero la muñeca sonreía, aunque tal vez con demasiado candor.
-Podría contarte mi historia a partir de la e de ¿Y qué?, que fue la última frase que dije, aunque ya no es más la última -dijo la reina loca-. Pero es inútil contarte mi historia desde el principio de nuestra conversación, porque yo era otra persona que no ésta más.
La muerte bostezó. La muñeca abrió los ojos.
-Qé bida! -dijo la muñeca, que aún no sabía hablar sin faltas de ortografía.
Todo el mundo sonrió y tomó el té sobre la roca, en el funesto crepúsculo, mientras aguardaban a Maldoror que había prometido venir con su nuevo perro. Entretanto, la muerte cerró los ojos, y tuvieron que reconocer que dormida quedaba hermosa.
1968
Publicado en la revista Sur, número 314, Buenos Aires, septiembre-octubre de 1968. Este relato iba a constituir una de las cuatro partes de un libro. Sería, según una notita hallada entre las fichas de A. P., un homenaje a Alice in Wonderland.
(Buenos Aires, 1939 - id., 1972) Poeta argentina.
Su obra, que se inscribe en la corriente neosurrealista, manifiesta un espíritu de rebeldía que linda con el autoaniquilamiento. Su obra lírica comprende siete poemarios: La tierra más ajena (1955), La última inocencia (1956), Las aventuras perdidas (1958), Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Después de su muerte se prepararon distintas ediciones de sus obras, entre las que destaca Textos de sombra y últimos poemas (1982), que incluye la obra teatral Los poseídos entre lilas y la novela La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa. También póstumamente fue reeditado el conjunto de sus textos en el volumen Obras completas (1994); sus cartas quedaron recogidas en Correspondencia (1998).
Fuente de fotografía: ABC.es
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