Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.
Rosario Castellanos
“ … juro que creo en la misión divina de la poesía, juro que creo que el poeta del porvenir es la mujer,
que será ella quien hará levantar los ojos hasta Dios a los que luchan, a los que triunfan,
a los que caen, tañendo en las alturas las campanas de oro del ideal.”
Justo Sierra
I.
México es un rico y vasto territorio habitado poéticamente por sus mujeres. Las poetas han contribuido a forjar un mosaico pluricultural y multilingüístico al expresar una conciencia propia y en consecuencia una identidad, al aportar a la poesía el imaginario de un universo intelectual expresado en diversas voces, tonos, formas y estilos, estableciendo así un diálogo con la nación. Desde el poema de Macuilxochitzin (México-Tenochtitlan, ca. 1435), esencia pura de la Flor y el Canto: Elevo mis cantos, / Yo, Macuilxóchitl, / con ellos alegro al Dador de la vida, / ¡comience la danza!, hasta el alarido de “This is Tijuana”, de Margarita-Sayak Valencia (Baja California Norte, 1980): La palabra Welcome riéndose en mi cara. La palabra Welcome / significando simultáneamente que toda entrada es una salida. El silencio / que apuñala. El desierto que hierve. Los gritos migrantes que estallan. / This is Tijuana; las voces de las poetas mexicanas emiten un intenso y sostenido tono que como viento armonioso nos habla de la grandeza de nuestro pueblo, de la belleza y multiplicidad de sus paisajes, de su historia y costumbres pero también de sus contradicciones. En los momentos cumbre de nuestra historia: el Mundo Prehispánico, la Colonia, la Independencia, la Revolución y el México Moderno, la palabra de la mujer ha estado presente a través de las más diversas formas poéticas.
Las antologías han constituido ventanas donde mostrar la obra de las mujeres, podemos citar: Poetisas mexicanas. Siglos xvi, xvii, xviii y xix, realizada por José María Vigil, impresa en la Oficina Tipográfica de la Secretaría de Fomento en 1893, por encargo de la Sra. Carmen Romero Rubio de Díaz para la Exposición de Chicago, y que celebraba el Cuarto Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo; el libro Mujeres notables mexicanas, de Laureana Wright de Kleinhans, una serie de semblanzas, poemas, textos y biografías de las mujeres más célebres desde el pasado prehispánico, la Colonia y el siglo xix, editado en el marco de los festejos del Centenario de la Independencia; la antología Las divinas mutantes. Carta de relación del itinerario de la poesía femenina en México, de Aurora Marya Saavedra, publicada en 1966; la Trilogía Poética de las mujeres en Hispanoamérica (pícaras, místicas y rebeldes), compilada por Aurora Marya Saavedra, Maricruz Patiño y Leticia Luna, un corpus de ocho siglos y veinte países del ámbito hispanoamericano, obra que si bien incluyó un panorama de la poesía femenina mexicana, quedó comprometida, sobre todo con las autoras de los diversos estados de la República Mexicana para abrir un nuevo espacio editorial e incluirlas; razón por la cual realizamos la antología Cinco siglos de poesía femenina en México, publicada en el marco del Bicentenario de la Independencia, y que constituyó una extensión de dicho esfuerzo en el afán por saldar una deuda histórica con la poesía de las mujeres de México. Las antologías arriba mencionadas constituyeron rutas fundacionales que dieron origen al trabajo antológico antes mencionado, realizado en los principales acervos bibliográficos del país.
II.
En la cultura de los antiguos mexicanos, la mujer, fue una figura sometida al dominio patriarcal, las niñas eran educadas para las labores domésticas y basta leer los consejos de los ancianos para comprender el limitado ámbito al que estaban restringidas. En la Colonia, criollas, mestizas e indígenas estuvieron circunscritas a los roles de virgen, madre, esposa, monja o prostituta, las rebeldes comúnmente eran reprimidas, tratadas como brujas o locas, pues la norma impuesta a las mujeres novohispanas fue la renuncia, el ascetismo y la conformidad con la voluntad divina, educadas por la iglesia en el ejercicio de la virtud. María Inés de los Dolores Mora y Cuéllar (Puebla, 1651-1728), escribe: Toda llena de tristezas / atribulada se mira, / siendo su mayor congoja / el temer de Dios las iras.
La Colonia no alteró esencialmente la vida cotidiana de las mujeres, en el sentido de que los cautiverios prevalecieron. La educación, los libros, la vida intelectual y política estuvieron vedados para el bello sexo, salvo para unas cuantas, que por su condición económica desahogada tuvieron acceso a las lecturas “edificantes” (de moral religiosa). La sociedad requería madres y esposas sometidas, pero también trabajadoras incansables, al igual que vírgenes dedicadas a la fe.
Consumada la Conquista, la poesía escrita en español comenzó a trazar una fisonomía de lo mexicano; en el ámbito de la poesía escrita por mujeres, el soneto de Catalina de Eslava (Siglo xvi), escrito a propósito de la edición de los Coloquios espirituales y sacramentales de su tío Fernán González de Eslava, constituye el primer poema publicado en la Nueva España por una autora. Con su poema “Relación escrita á una religiosa monja prima suya, de la feliz entrada en México, día de San Agustín, á 28 de agosto de mil y seiscientos y cuarenta años, del Excelentísimo Señor D. Diego López Pacheco, Cabrera y Bobadilla, Marqués de Villena, Virrey, Gobernador y Capitán General desta Nueva España”, María de Estrada Medinilla (Siglo xvii), probablemente es la primera poeta criolla que ofrece un imaginario de lo mexicano: Y en fin, como pudimos / Hacia la Iglesia Catedral nos fuimos, / Donde más que admirada,/ Quedé viendo del arco la fachada, / ... / Mayores fiestas México promete: / Máscaras, toros, cañas / Que puedan celebrarse en las Españas.
Durante la Época Colonial la producción poética de las mujeres osciló entre la poesía sagrada y la profana. Tal fue el caso de la Décima musa, Sor Juana Inés de la Cruz. La mayor parte de la obra de las poetas de estos siglos quedó anónima, tanto de las religiosas, como de las no religiosas, pues los pocos caminos para dar a conocer su arte fueron los concursos poéticos organizados por la universidad, el cabildo y otras pocas instituciones, con normas estrictas en cuanto a la preceptiva y la temática; de ahí que se encuentren poemas escritos por mujeres referentes a los mismos acontecimientos. María Dávalos y Orozco (Siglo xviii), Condesa de Miravalles, fue una de las participantes en el concurso literario para celebrar la canonización de San Juan de la Cruz en 1729, obtuvo el primer premio con un poema alusivo a dicho suceso.
Existió también una poesía perseguida por la Iglesia escrita por aquellas mujeres intelectualmente independientes, que al exteriorizar sus experiencias místicas fueron acusadas ante la Santa Inquisición, obligadas a retractarse o a sufrir graves condenas, un ejemplo es Ana Zayas (Puebla, Siglo xvii), quien fue procesada por alumbradismo. Con “Danza moral o Juego de maroma”, proponía el baile de las cuatro virtudes (Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza) como remedio para la tristeza.
Otro tipo de escritura atribuida a mujeres, son los Conjuros anónimos, que aparecen a partir del siglo xvii; como el “Conjuro de los diablos corredores”: Con Barrabás, / con Satanás, / con Belcebú, / con Candilejo, / con Mandilejo, / con el Diablo Cojuelo, / aunque es cojuelo, / es ligero y sabe más, / <y> con quantos diablos y diablas / ay en el Infierno, / que me traigas a Fulano, / atado y legado, / a mis pies humillado.
En el siglo xviii, si bien la Santa Inquisición siguió condenando la palabra escrita de las mujeres, encontramos poemas experimentales como las “Décimas acrósticas”, de Mariana Navarro, dedicadas a Fernando vi, probablemente el primer poema visual de México.
Con las ideas de la Ilustración, la vida colonial en nuestro país comenzó a cambiar, surgieron ideas de nacionalidad e independencia política, y se produjeron las primeras manifestaciones de descontento entre las clases populares. Cuando Fernando vii abdicó al trono de España presionado por Napoleón Bonaparte, en México se manifestaron las protestas de los criollos negándose al dominio francés y concibiendo abiertamente la posibilidad de la Independencia. Josefa González de Cosío (Querétaro, Siglo xviii), se manifestó políticamente al dirigir un elocuente romance al Ministro de Relaciones de París: Esto, Monsieur, le diréis / á Napoleón vuestro dueño, / y que para resistirle / nos sobran valor y aliento, / confiados en el amparo / de la Reina de los Cielos, / María de Guadalupe, / que es del Mexicano Pueblo / el escudo, la defensa / y todo nuestro consuelo.
Si bien, después de consumada la Independencia, el país sufrió la pugna entre liberales y conservadores, entre la Iglesia y el Estado, los alzamientos militares y la pérdida de gran parte del territorio, los liberales se dieron cuenta de la urgencia de educación para las mexicanas y de que el país necesitaba de su mano de obra y talento. Cuando llegaron al poder, fomentaron la educación femenina con la creación de escuelas primarias y secundarias para mujeres. Un gran impulso fue que el presidente Benito Juárez, pusiera en su programa de gobierno de 1861, que una vez secularizados los establecimientos de utilidad pública se atendería también la educación de las mujeres. Las propias mujeres fundaron colegios y escuelas de señoritas, como el proyecto La Siempreviva, de Yucatán, lo que dio por resultado un cambio radical en la concepción de los roles femeninos tradicionales.
El siglo xix representó la lucha de las mujeres por el conocimiento y la educación. La mujer asumió su tarea de educadora para las nuevas generaciones de mexicanos, su perfil se delineó como esposa, madre y maestra. Esto significó el acceso a nuevas fuentes de trabajo fuera del hogar, el cuestionamiento de los estereotipos tradicionales y, en consecuencia, la construcción de un nuevo modelo femenino que se vio plasmado, creado y recreado a través de las publicaciones hechas por y para mujeres.
En los inicios de ese siglo muchas sabían leer pero no escribir: aprendían memorizando textos religiosos y poemas. Sin embargo, la voz de ellas se adueñó de la palabra para trascender tiempo y espacio, al principio en la intimidad del hogar con la enseñanza de “las primeras letras”, y después con la publicación de sus ideas en hojas volantes y revistas femeninas. De esta manera, las mujeres decimonónicas se convirtieron en un nuevo público lector. Así surgieron publicaciones hechas por hombres para mujeres, como El Calendario de las Señoritas Mexicanas (1838), Presente Amistoso Dedicado a las Señoritas Mexicanas (1847; 1851-1852), Panorama de las Señoritas (1842) y La Semana de las Señoritas (1851). De acuerdo con Julia Tuñón (Mujeres en México. Una historia olvidada, Planeta, México, 1989), dichas publicaciones en apariencia respondían a dos situaciones, por un lado, la mujer como público lector y, por otro, la posibilidad de un adoctrinamiento en su rol más tradicional. La circulación de este tipo de publicaciones generó en las mujeres una aceptación parcial, pero sería el no sentirse representadas, lo que incitaría la aparición de las publicaciones editadas por ellas mismas.
Un elemento propicio para el surgimiento de una prensa femenina propiamente dicha, fue que muchas de las imprentas pasaban a manos de la esposa del impresor, ya fuera al enviudar o al contemplarlo como un negocio de familia. Situación que se dio en México desde muy temprana época: en 1539, Jerónima Gutiérrez, esposa de Juan Pablos –quien fundó la primera imprenta de América– quedó al frente de la empresa. Las primeras participaciones femeninas en los medios escritos se dieron en el Diario de México y La Gaceta de Valdés, donde las mujeres enviaban principalmente composiciones poéticas. En un país que sufría guerras e invasiones, aparte de cultivarse el arte de la tipografía y la impresión, a través de periódicos y revistas literarias, los escritores, en general, hicieron de dichas publicaciones un medio para impulsar la educación de los mexicanos, para expresar sus ideas nacionalistas y tomar a la pluma como su principal arma política. La creación de asociaciones científicas, literarias, obreras, etcétera, formó parte de los mismos objetivos, y las mujeres no estuvieron ajenas a ello.
Durante la Intervención Francesa el país contó con las plumas combativas de grandes mujeres de letras, abiertamente nacionalistas, como Esther Tapia de Castellanos (Michoacán, ca. 1837-1897), quien con su poesía patriótica contribuyó a la defensa de México: ¡Patria, patria, nombre santo; / Nombre el mas dulce y querido; / Voz de celestial encanto, / Que haces derramar mi llanto / Con tu mágico sonido!”/… / De hermano contra el hermano; / Mas si un osado extranjero / La ultraja, ver en su mano / Siempre empuñado el acero. /… / “Y por el amor sincero / Que tengo á esta patria amada, / Por único premio espero / Dormir mi sueño postrero / Bajo su tierra sagrada...” Rosa Carreto (Puebla, 1846-1899), organizó una sociedad de damas poblanas para ayudar a los heridos, enviando hojas volantes a los campos de guerra con cantos patrióticos y alentar así, a los soldados defensores de la patria.
En 1962, el Grupo Literario “Bohemia Poblana” compiló La poesía en la epopeya del cinco de mayo, edición conmemorativa del Centenario de la Batalla del 5 de Mayo de 1862, una serie de poemas en torno a este histórico suceso, ahí encontramos un poema de Dolores Jiménez y Muro (San Luis de Potosí, 1850-1925): “Soldados, dijo entonces Zaragoza, / de México la bella nobles hijos, / la patria al veros defenderla goza, / el mundo tiene aquí los ojos fijos. /…/ ¿Permitiréis que en lágrimas de duelo / cambie la patria el sentir gozoso, / al ver que no mostráis bastante celo / en rechazar al invasor odioso? Esta valerosa poeta estuvo presa en varias ocasiones por su actividad política en contra de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta, luchó por mejores salarios para las obreras y formó el grupo Hijas de Cuauhtémoc (mismo que recolectó un millar de firmas para solicitar elecciones libres y la renuncia del dictador), militó en la Sociedad Protectora de la Mujer y en el movimiento revolucionario hasta la muerte de Emiliano Zapata. En su calidad de maestra redactó el Plan de Ayala. Animó con su pluma diversas publicaciones femeninas.
La poeta Ángela Lozano, quien publicó en el periódico literario El Búcaro, el poema “La puesta del Sol”, es considerada una de las pioneras del periodismo femenino, en 1873 fundó junto con Manuel Acuña y otros escritores dicho periódico, siendo la primera mujer al frente de una publicación no femenina en la Ciudad México.
Las publicaciones hechas por mujeres aparecieron a partir de 1870. En ese año la sociedad feminista yucateca La Siempreviva creó su órgano oficial homónimo, dirigido por Rita Cetina Gutiérrez (Yucatán, 1846-1908), y redactado exclusivamente por señoras y señoritas. En 1873 apareció Las hijas del Anáhuac, luego vendrían El álbum de la mujer (1883-1890), El Correo de las Señoras (1893-1894) y Violetas del Anáhuac (1887-1889), entre otras. En estos medios quedó perfilado el nuevo modelo femenino, trazos de la nueva mujer que hace consciente su liberación al buscar distintas y ambiciosas formas de participación desde la literatura, la ciencia y la política. Dichas publicaciones serían la plataforma literaria en la que surgiría el feminismo en México.
Las poetas publicaron diversos textos líricos dedicados a figuras femeninas emancipadas, como “A La Primera Doctora Mexicana. Srita. Matilde Montoya”, de Severa Aróstegui (Puebla, ca. 1845-ca. 1920): Tú, primera en mi patria, que arrojada / Empuñas de Esculapio el caduceo, / Un porvenir para mi sexo veo / En tu valiente como audaz cruzada. O el poema “A la Sra. Baronesa de Wilson”, de Dolores Correa Zapata (Tabasco, 1853-1924): Tú sabes que en mi Valle natal, las mexicanas / Vivimos la existencia inútil de la flor / Que nace en nuestras selvas incultas y lejanas, / Perdiéndose ignoradas, su esencia y su color. / Que imágenes del fértil é inculto patrio suelo / Fecundas nuestras almas en sentimiento son; / Mas falta á nuestro espíritu para tender el vuelo / Las alas de la ciencia que da la inspiración.
No hay duda de que en las publicaciones femeninas se dieron a conocer los mejores poemas de la época escritos por mujeres. Obras importantes fueron las antologías de mujeres, como ya mencionamos: La Lira Poblana: Poesías de las Srtas. Rosa Carreto, Severa Aróstegui, Leonor Craviotto, María Trinidad Ponce y Carreón, María de los Ángeles Otero y Luz Trillanes y Arrillaga (obra publicada para la Exposición Internacional de Chicago por orden del Gobierno del Estado de Puebla, Imprenta de Francisco Díaz de León Sucs., 1893), y Poetisas mexicanas siglos xvi, xvii, xviii y xix, de José María Vigil, así como los primeros poemarios publicados por mujeres: Flores Silvestres (1871), de Esther Tapia Castellanos; La hija de Nazaret (1880), de Refugio Barragán de Toscano; Fábulas originales (1882), de Rosa Carreto; Obras poéticas de la Señora Isabel Prieto de Landázuri (1883); Estelas y bosquejos (1886), de Dolores Correa Zapata; Poemas (obra póstuma, 1886), de Dolores Guerrero y Rimas (1891), de Josefina Pérez de García Torres.
En 1871 se publicó el primer poemario de una mujer poeta viva: Flores Silvestres, de Esther Tapia de Castellanos (Morelia, 1847-Jalisco, 1897). Es de suponer, por un lado, la alta recepción que tuvo en el medio literario mexicano, ya que fue publicado y prologado por José María Vigil; por el otro, las críticas que produjo a nivel social, cuando la poesía femenina estaba destinada a las efímeras hojas de periódicos y revistas en un México que recién comenzaba a reparar en el intelecto femenino, ni qué decir acerca de los reproches que representaba cualquier menester que alejara a la mujer de las labores destinadas típicamente de su rol de esposa y madre.
Ante la crítica negativa, incluso de personajes instruidos que conocían a las poetas y que opinaban “son mujeres que no tienen qué hacer”, Laureana Wright de Kleinhans (Taxco, Guerrero 1846-Ciudad de México, 1896) salió en varias ocasiones en su defensa; escribió en una semblanza dedicada a Esther Tapia de Castellanos: “…siendo nuestra convicción que la mujer ilustrada, la madre instruida y la esposa intelectualmente igual al esposo, son las que están llamadas á regenerar á las sociedades venideras, rendimos nuestro homenaje de admiración y respeto á la eminente poetisa que hoy nos ocupa, y deseamos que haya muchas que sigan sus huellas, cualesquiera que puedan ser las apreciaciones retrógradas de los impugnadores del progreso femenil. 1
Por otra parte, y ante los prejuicios sociales y la autocensura debida a la educación decimonónica, la mayoría de las mujeres optaron por publicar bajo seudónimo, suceso que se dio hasta ya entrado el siglo xx; como ejemplo citamos a Gertrudis Tenorio Zavala (Mérida, Yucatán, 1843-1925), quien utilizó el seudónimo de Hortensia. Otros seudónimos como Anémona, Madreselva, Nostalgia, encontrados en el periódico Violetas del Anáhuac, no sabemos bien a bien a quién pertenecen.
A finales del siglo xix, ya existían jóvenes en el país que estudiaban para ser médicas, parteras, dentistas, normalistas, etcétera. En 1889 se graduó en la Escuela Superior de Jurisprudencia la primera abogada mexicana: María A. Sandoval, quien posteriormente fuera presidenta de la Sociedad Protectora de la Mujer. En esa época surgieron telegrafistas, empleadas de comercios y oficinas, periodistas y tipógrafas, entre otras; las poetas, además de constituirse como mujeres de letras, editoras y periodistas, participaron también en los movimientos revolucionarios.
Juana Belén Gutiérrez de Mendoza (Durango, 1857-1942), fue tipógrafa, militante y crítica del Porfiriato. Vésper, periódico de oposición al régimen fundado por ella en Guanajuato, manifestó la indignación por el dominio extranjero en los principales rubros de la economía nacional, así como ideas en contra del resurgimiento de la iglesia y la explotación de los obreros y campesinos.
Anna Macías hace un recuento de diversas mujeres que tuvieron un papel activo durante la Revolución, entre ellas: María Hernández Zarco (tipógrafa opositora a Porfirio Díaz), quien imprimió el discurso de Belisario Domínguez en el que éste acusaba de tirano a Victoriano Huerta, mismo que a B. Domínguez le costó la vida esa noche y a María Hernández su trabajo y libertad. “Señores senadores: me es grato manifestar a ustedes que hubo quien imprimiera este discurso; ¿queréis saber, señores, quién lo imprimó? Voy a decíroslo, para honra y gloria de la nación mexicana. ¡Lo imprimió una señorita…!” 2
Mujeres que pertenecían tanto a la aristocracia terrateniente como a las nuevas clases trabajadoras e intelectuales, se fueron integrando paulatinamente al trabajo externo y remunerado, otras se vincularon a las primeras asociaciones feministas, reivindicando no sólo el acceso a la educación básica sino también a la educación superior, y llegando más allá en sus consignas al exigir el sufragio femenino. Sin embargo, muchas de las egresadas de las escuelas de mujeres, que eran de clase media y alta, pero sobre todo católicas, se volvieron enemigas acérrimas de los revolucionarios, debido a la posición anticlerical de éstos. Para contrarrestar dicho fenómeno, ellos invitaron a las feministas a unirse a sus clubes antirreeleccionistas.
Hermila Galindo, quien fundó el diario La Mujer Moderna, participó en el primer Congreso Feminista de Yucatán en 1916, en el cual demandó los derechos políticos y sexuales de las mujeres, razón por la cual fue muy criticada. Siendo secretaria de Carranza durante la revolución constitucionalista luchó porque se incluyera el Sufragio femenino en la Carta Magna de 1917, sin éxito. En la ley electoral de 1918, tampoco se aprobó el voto a las mujeres, quizás porque los revolucionarios consideraron que la mayoría de las ellas podían votar por los candidatos de la Iglesia, quizás porque México aún no estaba preparado para el voto femenino.
Para inicios del siglo xx, poetisas como Rita Cetina Gutiérrez (Yucatán, 1846-1908), Gertrudis Tenorio Zavala (Yucatán, 1843-1925), Dolores Puig de León (Tabasco, 1856-1921), Laura Méndez de Cuenca (Estado de México, 1853-1928), Dolores Jiménez y Muro (San Luis de Potosí, 1850-1925), así como diversas profesoras, y mujeres de letras y ciencia fueron convocadas por la poeta y profesora Dolores Correa Zapata (Tabasco, 1853-1924) para colaborar en la revista La Mujer Mexicana (1904-1907), de la cual, decíamos, se desprendió la Sociedad Protectora de la Mujer, desde donde se cuestionó aguerridamente la desigualdad jurídica en la que vivían las mexicanas, la idea de que fueran consideradas intelectualmente inferiores y el nulo acceso a los cargos de poder.
Dolores Correa Zapata fue una influencia determinante no sólo en su generación sino en las posteriores. Sus exalumnas organizaron el Club Femenino Lealtad, opositor a la reelección de Porfirio Díaz. La Escuela Normal para Profesoras, constituyó uno de los semilleros de las futuras generaciones de mujeres revolucionarias. La revista Mujer, editada en 1920, fue un homenaje a su antecesora, La Mujer Mexicana.
Con el proyecto nacionalista de José Vasconcelos se puso en marcha a las brigadas culturales, que se aprestaron por todo el territorio nacional a registrar danzas, música, así como expresiones artísticas diversas para enseñarlas en las nacientes escuelas públicas, realizando el primer trabajo de valorización de las etnias indígenas y su legado cultural, sin las cuáles no se entendería a México como el país pluricultural y multilingüístico que es hoy en día.
La Independencia, la Revolución y los diversos procesos de conformación de México como nación soberana crearon una serie de figuras heroicas que han sido tema para muchas poetas, quienes han cantado a Hidalgo, Morelos y a Juárez. Josefa Murillo, La alondra del Papaloapan (Veracruz, 1860-1889), a quién Justo Sierra escribiera el epígrafe …juro que creo en la misión divina de la poesía, juro que creo que el poeta del porvenir es la mujer, que será ella quien hará levantar los ojos hasta Dios a los que luchan, a los que triunfan, a los que caen, tañendo en las alturas las campanas de oro del ideal,3 en su poema “A Juárez”, escribe: ¡Oh, padre de los libres, cuya gloria / se levanta inmortal en mi conciencia! / ¡El derecho te debe su victoria / y la Patria su santa independencia! Sara Malfavón (Michoacán, 1905-1986), canta al padre de la patria: Alzar quiero mi voz a la epopeya, /Anclando allá, donde el ayer disperso; / Cantar, cantar, con resonancia bella / y ante Hidalgo dejar, mi pobre verso./…/ ¡Mexicanos, en pie! ¡Pasa el coloso! / ¡Pasa el héroe inmortal! ¡Pasa el que fuera / ayer y hoy –el paladín grandioso– / que Patria, Hogar y Libertad nos diera! Y Lázara Meldiú (Veracruz, 1902-1984), sobre la Revolución dice: Revolución… / cómo enraizó tu creencia / en el taller y en el campo, / y cómo los treinta-treinta / al indio hicieron soldado /… / Yo quiero para tus “juanes” / que fueron en las trincheras / carne de cañon, un himno, / una oración de la gleba.
A partir de la segunda década del siglo xx, la escena literaria mexicana va a estar dominada por los Contemporáneos, cuya visión de grupo fue conservadora en cuanto a incluir a voces femeninas en sus publicaciones. El estridentista Manuel Maples Arce en su Antología de la Poesía Mexicana Moderna (Poligráfica Tiberina, Roma, 1940), incluyó a dos mujeres: María Enriqueta Camarillo y Carmen Toscano. En la antología Poesía romántica, compilada por Alí Chumacero (Ediciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1941), José Luis Martínez en el prólogo señala: “Revisada la antología de poetisas que formó el siempre cuidadoso don José María Vigil, no se encontró ninguna digna de aparecer en esta antología”. En Las cien mejores poesías líricas mexicanas, de Antonio Castro Leal (Editorial Porrúa, 1971), que se editara por primera vez en 1914, aparecen María Enriqueta Camarillo, Sor Juana Inés de la Cruz, Laura Méndez de Cuenca e Isabel Prieto de Landázuri, cuatro mujeres de entre 100 autores.
La poca presencia de las voces femeninas en las antologías nacionales fue quizá una de las razones que suscitaron la creación de antologías exclusivamente de mujeres, como: 10 mujeres en la poesía mexicana del siglo xx, de Griselda Álvarez (Colección Metropolitana, 1974), en donde aparecen poetas mexicanas que ya en ese momento se habían consolidado como voces importantes dentro de la literatura nacional: Concha Urquiza (Michoacán, 1910); Margarita Michelena (Pachuca, Hidalgo, 1917), Emma Godoy (Guanajuato, 1918), Guadalupe Amor (Distrito Federal, 1920), Margarita Paz Paredes (Guanajuato, 1922), Olga Arias (Durango, 1923), Dolores Castro (Aguascalientes, 1923), Rosario Castellanos (D.F./Chiapas, 1925), Thelma Nava (D.F., 1932) e Isabel Fraire (D.F., 1934). Otras poetas relevantes de la primera mitad del siglo xx son, sin duda, Nellie Campobello (Durango, 1900), Aurora Reyes (Chihuahua, 1908), Carmen de la Fuente (D. F., 1918), Carmen Rosenzweig (Estado de México, 1925), Enriqueta Ochoa (Coahuila, 1928), etcétera.
Entre las poetas nacidas en la década de los años cuarenta y que han desarrollado una obra consistente y sostenida se encuentran: Alicia Reyes (Ciudad de México, 1940), Esther Seligson (Ciudad de México,1941-2010), Gloria Gervitz (Ciudad de México, 1943), Elva Macías (Tuxtla Gutiérrez, 1944), Elsa Cross (Ciudad de México, 1946) y Silvia Pratt (Ciudad de México, 1949), entre otras.
A finales de los años ochenta del siglo xx, surgió una nueva corriente poética como resonancia de una postura combativa, que buscaba a través del erotismo nombrar el ser de la mujer. De esta forma el lenguaje del cuerpo abrió una vena contestataria y transgresora, a veces satírica, a veces sutil, en voces como las de Maricruz Patiño (Ciudad de México, 1950), Coral Bracho (Ciudad de México, 1951), Silvia Tomasa Rivera (Veracruz, 1955), Verónica Volkow (Ciudad de México, 1955), Myriam Moscona (Ciudad de México, 1955), Kyra Galván (Ciudad de México,1956) y Nelly Keoseyán (Ciudad de México,1956), por mencionar sólo algunas. Poemas de ellas quedaron compilados por la italiana Valeria Manca en El cuerpo del deseo. Poesía erótica femenina en el México actual (uam-Universidad Veracruzana, 1989).
Hoy en día podemos observar que las poetas nacidas en la segunda mitad del siglo xx, forman parte de un nuevo fenómeno literario que está viviendo el país: el boom de la poesía escrita por mujeres, autoras que tienen presencia en las letras contemporáneas a través de su poesía, reflejada en premios, becas, revistas, editoriales y encuentros de escritoras.
III.
En cuanto a los temas relacionados con la patria, la mujer y la poesía, en las poetas del Norte, ya sean originarias o radicadas en esta zona del país, es notoria la presencia del desierto, los migrantes, la frontera, las muertas de Juárez, los rarámuris... Luisa Govela (Tamaulipas, 1945) escribe: nos llaman 'wetbacks' /braceros, 'spics', nombre escupido / cavernarios palomas torcazas. Aglae Margalli (Villahermosa / Baja California Norte, 1957): La California / lengua de fuego /que lame la epidermis /a bocanadas de aliento /calcinante. Lilly Blake (Chihuahua, 1961), expresa sobre los rarámuri: No sabrás quiénes son, pero pocos lo saben. / Vienen de un país lejano en las estrellas / su misión: / conservar la Tierra danzando. Arminé Arjona (Chihuahua, 1958): En esta frontera / el decir mujeres / equivale a muerte / enigma y silencio.
En el Sur es constante el tema de la exuberancia de la naturaleza, la selva y sus colores, pájaros, ceibas y paisajes marinos, la marimba, los trajes y la comida típica, el pensamiento mágico y la denuncia ante la injusticia social. Es mayoritaria la presencia de poetas indígenas publicadas y traducidas incluso a otros idiomas diferentes al español, como es el caso de Celerina Patricia Sánchez Santiago, poeta ñuu savi, originaria de San Juan Mixtepec, Oaxaca, nacida en 1967 y cuya poesía está traducida al español y al francés: ñaa ñaña ña tsira nuu kue yuru /nuu kue yuu naà / nuu kue yucha /ña kuncha kue tsita yaaa tsi tu´un tsavii /ra saan kue sama ña tsikununa tono ka koo schacha /ñaa ña kuncha nuni tsi nduchi /mujer jaguar que recorre las montañas / los valles / los ríos /como guardiana de los cantos y la palabra / de los hermosos telares conjugados de arco iris / mujer protectora del maíz y frijol.
La lengua maya vive en la voz de Briceida Cuevas (Calkiní, Campeche, 1969), quien en su poema “Canción triste de la mujer maya recién fallecida su madre” expresa: Je'iiiiiiiiiin, je'iiiiiiiiiin. / Je'an in tseem turnen u mo'ol k'i'inam. / Jila'an in wóol turnen k'om óolal, / jula'an turnen loob. / Je' in pixan / u cháachmaj u yook a pixan ku túuch'ul je' bix u buuts'il in / k'ooben, / in na', / turnen u ch'ajumil a puksi'ik'al / ts'o'ok u jáawal u t'a'aj t'a'aj t'ojt'ojaankal ti' u che'il a tseem. Je'iiiiiiiiiin, je'iiiiiiiiiin. / Abierto mi pecho por las garras del dolor. / Tendido mi entusiasmo por la tristeza, / asaeteado por el quebranto. / Aquí mi alma / asida a los pies de tu alma que se eleva como el humo de mi fogón, / madre mía, / porque el pájaro carpintero de tu corazón / ha cesado su muy animoso picoteo en el árbol de tu pecho. En Michoacán encontramos a Elizabeth Pérez Tzintzún, (Zipiajo, 1979). Tata jurhiatarini / janikuechani onarhiatiani miiurat’i / ka anatapuiri chkurhichats’ini tatsuntutani / ekani chpiri etetsichani xanaraka jirinantani. El sol / Me llevó adonde las nubes de rostros cubiertos / Alfombraron de hojas a mis pies / Cuando anduve buscando a las luciérnagas.
En Chiapas, el Taller de Leñateros fundado por Ámbar Past (Carolina del Norte, Estados Unidos/Chiapas, 1949), ha representado un esfuerzo editorial a través del cual ella ha traducido y difundido a la poesía tzotzil femenina, descubriéndonos lo más profundo del alma indígena actual, cuya cosmovisión encarna en voces como las de Manwela Kokoroch, Xunca’ utz’utz’ni’, Tonik Nibak y Petra Ernándes. Otras poetas como Ruperta Bautista (San Cristóbal de las Casas, Chiapas, 1975), destacan por su orientación hacia la denuncia social: Ti ch’uvil xchi’uk syaxal a’maletike /j ok’ no’ox k’ataj ta uk’umal ch’ich’ / ti yich’el ti muk’ ti kajvaltike yakuxulxa /te xa no’ox xkajet ta sba stz’ubilal ti lajelale. Plegaria y humedad de la selva /en minutos se convierten río de sangre, /las alabanzas se visten de agonía /flotando en el polvo destructor.
Natalia Toledo (Juchitán, Oaxaca, 1967) e Irma Pineda (Juchitán, Oax., 1971), quienes escriben en zapoteco y español, han sido traducidas al inglés y francés, entre otras lenguas, son dos poetas que han abierto camino a la internacionalización de las voces en lenguas originarias.
En el centro del país, la poesía de los pueblos a los pies de los volcanes nos permite sentir viva la tradición prehispánica, en regiones como el Estado de México, Puebla, Tlaxcala, Morelos y la Ciudad de México. Guadalupe Cárdenas García (Edo. de México, 1932), escribe en el poema “Habla Quetzalcóatl-Hombre”: Tula me hizo suyo. / Aquí bebo un aire sagrado / tal en Teotihuacán, / donde vivieron los dioses: / los dioses que se dicen del agua, / del viento y del fuego. Elia G. Alvarado (Estado de México, 1945), expresa: Todo en punto de la sangre otomí / que entró por nuestras venas / y se volvió de otro color / a fuerza de espadas / y pilas bautismales. Elsa Cross (Ciudad de México, 1946): en el poema Malinalco, escribe: Otros rompieron después a martillazos / las orejas del jaguar. / Los dioses se quebraron como tallos de zacate, / se perdieron como las cuentas rodando cerro abajo. Miraceti Jiménez (Ciudad de México/ Puebla, 1962) dice: Soy María Malintzin, madre / soy María, Marina Malinali / virgen del sol / hija de reyes / esclava, traductora, delatora. Carla Faesler (Ciudad de México, 1967), en el poema “Fiesta de Xócotl huetzi o décimo mes. Dedicada a Xiutecutli, Dios del fuego”, escribe: Es lanzado el cautivo a las brasas ardientes / y su cuerpo rechina. Los olores a carne / que se quema se agolpan. Su cuerpo se retuerce, / toda su piel se infla de ampollas que le crecen. Minerva Aguilar Temoltzin (Tlaxcala, 1975): El pulque fecunda a la raza de guerreros, / las batallas de tus héroes: Xicoténcatl y Tlahuicole, / estoy en el centro de tu pasado / y respiro por la herida de tu gloria.
En la Ciudad de México, corazón del país, región donde confluyen las esencias de múltiples colectividades, podemos observar la percepción que tienen las poetas acerca de la belleza y el horror urbano. La ciudad nunca está exenta de las tempestades internas que originan los profundos sentimientos de pertenencia y entrega a ella, como lo plasma Adela Palacios (1910-¿?): Sentimiento de arraigo a la ciudad / Me cautivan tus regios edificios, / tus anchas avenidas señoriales, / tus iglesias y zócalo bellísimos. Aurora Marya Saavedra (1930-2003) en el poema “Este era un valle” escribe: Éste era un valle / que se bebió su propio aire, / mientras sus habitantes / pactaban con el ruido / y se aliaban con sus ratas. Y si edificios, calles y alcantarillas son motivos poéticos recurrentes, el 2 de octubre de 1968 constituye uno de los temas fundamentales de la poesía mexicana del siglo xx; Thelma Nava (1932), escribe: Tlatelolco es una pequeña ciudad aterrada / que busca el nombre de sus muertos / Los sobrevivientes no terminan de iniciar el éxodo. / Pequeña ciudad fantasma, húmeda y triste / a punto de derrumbarse si alguien se atreviera / a tocarla nuevamente. El terremoto de 1985, también se refleja en las letras de las autoras, “19 de septiembre”, de Ethel Krauze (1954): Mi ciudad hecha polvo y ceniza; y como la ciudad siempre renace, poetas de otras generaciones continúan trabajando el tema de lo urbano y sus escombros, como es el caso de Mónica Braun (Ciudad de México, 1965): La noche es un canal de aguas negrísimas / que quince años después regresan a su sitio / Un anillo pequeño se ha perdido / y no habremos de encontrarlo nunca / ¿Quién ha de encontrar el farol en la calle iluminada? / Nadie habrá de devolverle a la ciudad el canto / mientras llueva.
Las jóvenes poetas, a lo largo y ancho del país, consolidan sus propuestas siguiendo o no el curso de la tradición literaria mexicana forjada por las múltiples voces femeninas; lo que jurara Justo Sierra ante la muerte de Josefa Murillo es hoy una realidad; el porvenir que imaginaron y construyeron las poetas de los siglos anteriores está aquí, con sus retrocesos y conquistas, sus triunfos y contradicciones.
Después de doscientos años de la Independencia y cien de la Gesta Revolucionaria, México se ha constituido como una gran nación literaria; desde los cantos floridos del mundo prehispánico hasta los albores del siglo xxi, la particular visión de las poetas ha contribuido a trazar el rostro y el corazón de la patria.
Extracto de los prólogos de la Antología Cinco siglos de poesía femenina en México (siglos XVI al XX), compilada por Leticia Luna y Maricruz Patiño, Ediciones del Bicentenario, Toluca, 2011.
1 Violetas del Anáhuac. Primitivamente llamado Las hijas del Anáhuac. Periódico Literario redactado por señoras. Laureana Wright de Kleinhans (Directora Literaria). Wright de Kleinhans, Laureana. Esther Tapia de Castellanos”. Tomo I, Número 15, marzo 11 de 1888, Violetas del Anáhuac México, p. 171.
2 Macías, Anna. Contraviento y marea. El movimiento feminista en México hasta 1940. México, unam-ciesas-pueg (Colección libros del pueg), 2002, p. 60
3 Dehesa y Gómez Farías, María Teresa. Obra poética de Josefa Murillo (pról. Leonardo Pasquel). México, Editorial Citlaltépetl, 1970. p. 46
Leticia Luna. Ciudad de México, 1965. Poeta ensayista y editora, estudió en la Escuela de Escritores de la SOGEM, un posgrado en La Habana, Cuba sobre literatura cubana centrado en la obra de Lezama Lima, estudió la maestría en Creación Literaria en el Centro de Cultura Casa Lamm/SEP. Ha publicado los libros de poesía: Hora lunar (Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, 1999), Desde el oasis (e.a., 2000), El amante y la espiga (La Cuadrilla de la Langosta, 2005), Los días heridos (400 Elefantes, Nicaragua, 2007. Premio Internacional Caza de Poesía “Moradalsur”, Los Ángeles, California, 2008), Wounded days and other poems (Unopress, University New Orleans, 2010), Espiral de Água (español-portugués, Proyecto Cultural Sur-Granada, España, 2013), Fuego Azul. Poemas 1999-2014 (Índole Editores, San Salvador, 2014), La canción del alba (Parentalia, 2018), ha sido incluida en el libro colectivo: Lengüerío. Poetas del poemuralismo (Ediciones El lirio, 2019). Obra suya ha sido traducida al inglés, portugués, francés, catalán, árabe y polaco. Es coautora de las antologías: Trilogía Poética de las Mujeres en Hispanoamérica (pícaras, místicas y rebeldes (unam/ uam/ fonca/ Fundación Bancomer /La Cuadrilla de la Langosta, 2004), Cinco siglos de poesía femenina en México (Ediciones del Bicentenario, 2011) y 21 poetas por la paz (Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 2016), entre otras. Es directora del Grupo Fuego Azul (Poesía, Música y Danza). En 2013 realizó la Residencia artística Letras, Granada, España, del fonca-conacyt. Es asesora del Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde, de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México.
Maricruz Patiño. Originaria de la Ciudad de México, nació en 1950. Desde su infancia ha residido intermitentemente entre Valle de Bravo y la Ciudad de México. Poeta, ensayista, guionista de cine y tv. Coordinó la maestría en Apreciación y Creación Literaria en la Casa Lamm (1999-2002). Fue titular de la cátedra de poesía, en la Escuela de Escritores de la SOGEM. Fue directora del Centro Regional de Cultura “Joaquín Arcadio Pagaza”, de Valle de Bravo. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía “Efraín Huerta”, de Tampico, 2009. Realizó con Leticia Luna y Aurora Marya Saavedra la Trilogía Poética de las Mujeres en Hispanoamérica (pícaras, místicas y rebeldes) (Ediciones La Cuadrilla de la Langosta-CONACULTA,FONCA-UNAM-UAM-Fundación BBVA Bancomer, 2004.) y de la Antología Cinco siglos de Poesía Femenina en México (Ediciones del Bicentenario 2011). Ha sido incluida en más de 40 antologías, nacionales e hispanoamericanas. LIBROS DE POESÍA: La circunstancia pesa (UNAM, 1979), Voces (Hiperión, 1984), La prosa de un viaje desesperado (Verdehalago, 1990), Otras vidas (Práxis, Dos filos, 1991), Larga vigilia (Tintanueva Ediciones, 2002), Del mundo y otros cielos (Chihuahua Arde Editoras, 2004) y la obra reunida La misteriosa voz (Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, 2016).
Fuente de fotografías y semblanzas: Leticia Luna
Ilustraciones: variaciones sobre trabajos de Lara Lars
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