Al día siguiente

Esta mañana me vi al espejo con lágrimas. Memoricé todo lo sucedido anoche y pensé que sería una completa mentira esto de enamorarse por un poco de sexo. Alguna vez una amiga me dijo que le sucedió algo parecido y hoy recordé aquella plática. Esas cosas no terminaban muy bien.

Era una madrugada en que de un momento a otro, pasó de un encuentro casual a una ocasión para hacernos el amor. En mi delirio, podría asegurarle que a la mañana siguiente estaban ahí aquellos besos impregnados de una gran ternura que jamás sentiré de nuevo. Sé que después de lo vivido en últimos meses, merecía encontrarme con eso que me daría paz.

Ahí se encontraba lo que me hacía feliz: el bello aroma de una cama deshecha y el silencio demoledor de mirarle con los ojos recien abiertos. Nuestro cuarto transitorio se inundaba de una gran nostalgia que parecía incontrolable:

— ¿puedo echarme en tus brazos?—pregunté con toda la intención de que sospechara de todo esto que parece temporal.

En cuanto me quedé resguardada a su regazo, prometí sacarla de aquel burdel de mala muerte, llevarla a casa y reivindicarnos con la misma casualidad, pérdida, y que ambas compartíamos.

Me quedaban escasos minutos antes de marcharnos de aquel motel. Todo regresaría a la normalidad: Casandra a su base con la Madama, mientras yo marcharé a la escuela y por la tarde atenderé el negocio que mis padres dejaron a su muerte. Hoy se marcha como las otras veces, pero de algo estoy segura, pagaré por ella nuevamente, porque sé, estaba enamorada de mí.

(Patios de Córdoba y otros cuentos, Vocalibus, 2020)