Poesía de Carlos Obregón B.

 

Carlos Obregón Borrero, poeta

 

(Colombia, 1929-1963)

 

 

 

 

 

Por algún conjuro divino, hay libros que nos convocan y se abren ante los ojos de nuestro corazón como una bella y honda epifanía. Así sucedió un día, mientras paseaba por las calles del centro de Bogotá: las misteriosas disposiciones del destino me guiaron a la librería “Merlín”, una antigua morada de tres pisos que alberga libros usados de los géneros más diversos: literatura, filosofía, historia, política, arte, y más. Una mano amiga me alcanzó un libro azul de tapa dura, titulado Obra Poética de Carlos Obregón (Procultura S.A. - Editorial Printer Colombiana Ltda., 1985). «Esto es para ti», me dijo. No lo abrí. Un acto de fe me empujó hacia la caja registradora y a la puerta de salida.

 

 

 

La fe nunca decepciona. Al cabo de unos meses descubriría que Carlos Obregón Borrero, nacido en Bogotá el 21 de febrero de 1929 y muerto suicida el 1 de enero de 1963, es una voz imprescindible, y casi olvidada, en el panorama poético de la lengua hispana. Su paso por la tierra es sencillamente un silencio estrepitoso, una tortura violentando la carne del verbo, un grito que hiere hasta el lenguaje, escribe en el prólogo Gilberto Abril Rojas. Y, efectivamente, sus versos dicen búsqueda, movimiento, sed de trascendencia; pero también el estremecimiento por el latido más oscuro del ser humano.

 

 

 

La poesía de Obregón es tan poderosa que su semblanza nos resulta prescindible. Sin embargo, seguir sus pasos desde su infancia como niño obediente, preso en el delirio religioso, a su formación como Físico-Matemático en los Estados Unidos, a su intento de sembrar algodón en la Costa Atlántica colombiana, a Viena, París, Ibiza y Mallorca, pasando por tres matrimonios fallidos y una crisis religiosa que lo ve rechazado por los monasterios de su elección, nos une al meollo de su existencia, permitiéndonos ahondar en sus palabras con mayor empatía.

 

 

 

Para concluir, cito nuevamente el prólogo de este maravilloso libro que me sacude y emociona: Como un relámpago que ilumina los lugares más tormentosos surge y desaparece sobre la faz de la tierra el poeta Carlos Obregón Borrero, amante del sentido trágico de la vida, hijo pródigo de la tierra. Hombre olvidado en su proprio país, pero tal vez presto a ser reconocido y conocido por quienes no han tenido la fortuna de leerlo…

 

 

 

Zingonia Zingone

 

Roma, 8 de diciembre de 2019

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

de Distancia destruida

 

(Madrid, 1957)

 

 

 

 

 

I

 

 

 

Silenciosa visión de un mundo sumergido,

 

la forma de mi pensamiento la he perdido

 

y tu imagen lejana me refleja

 

un bosque de paz desconocida.

 

Infinito espejismo

 

en una noche profunda, vaga

 

yo te presiento incrustado en mi ser

 

robándole forma a mi existencia

 

y dándole forma a mi vacío.

 

¿Dónde la noche que mi noche buscaba?

 

¿Dónde estuvo el ser en la noche que es?

 

Soy la voz viva en busca de su esencia.

 

Soy el yo solitario en busca de sí mismo.

 

–La forma de mi pensamiento la he perdido–.

 

 

 

Un payaso-fantasma

 

baila un ritmo nocturno y mira una luz sin alma.

 

Payaso-fantasma: ¿quién eres, qué buscas, qué miras?

 

 

 

Yo soy el poeta que mira la nada,

 

yo miro la gente –vaga y soñolienta–

 

y al mirar a la gente, yo miro la nada.

 

Busco al hombre que trascienda su ego

 

y se pierda en lo eterno de la nada.

 

Veo una flor de fuego que danza

 

y un pájaro que canta,

 

que cantan y danzan

 

al abúlico ritmo, al acrónico ritmo de la nada

 

y siento en mi ser esa angustia, ese ritmo, esa nada.

 

 

 

¿Dónde la noche que mi noche buscaba?

 

¿Dónde estuvo el ser en la noche que es?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

XIII

 

 

 

Tiempo desnudo que se sumerge en el ocaso 

 

lento y callado para la tierra que lo espera.

 

Estación de la espiga, apenas se despierta

 

el campo, la brisa canta su canción perdida

 

y la voz exilada descubre su distancia.

 

Caminos entre torres, tibias playas golpeadas

 

por las olas; la vida se ahonda en la añoranza

 

y las horas mueren con los pasos, mientras el sol,

 

hacia la noche plena, declina entre los árboles.

 

 

 

Tarde de otoño desposeída en el rigor

 

de los santuarios donde perdura la voluntad

 

de las plegarias: toda palabra es el retorno

 

hacia el silencio del mar profundo que la crea,

 

abundancia ignorada, peregrinaje vivo

 

entre las densas sombras. En la quietud está

 

la espiga, la lejanía fugaz que anuncia

 

desde un sueño oculto la intensidad del fruto

 

redimido. Liberada la tierra, el aire

 

esparce su claridad por la verde llanura,

 

el corazón espera y el trigo en su alabanza

 

crece hacia la noche. Las riberas del río

 

se oscurecen, el tiempo avanza como el pulso

 

del viento por las islas, mientras la soledad

 

de la conciencia puebla libremente la raíz

 

del sueño. Para siempre le silencio persevera

 

en las piedras, destruye los instantes, habita

 

el mundo desolado donde los cuerpos buscan

 

la respuesta esperada, la morada perpetua.

 

 

 

Te canto, te pregunto. Lejos, la brisa puebla

 

la soledad sagrada de las horas inermes.

 

 

 

 

 

XV

 

 

 

La lluvia es nuestro sueño,

 

viaje antiguo para el fervor dorado del otoño,

 

esperanza definitiva en el latido de los potros

 

y en el fondo, sombras primordiales,

 

fuego y sombras

 

a lo largo de las torres que vigilan los rumbos.

 

No la detención del tiempo o del recuerdo

 

sino la música en la sangre,

 

el resurgir perenne de las miradas

 

como signos tutelares

 

empinados desde el alma.

 

Las cosas son del tacto.

 

 

 

 

 

 

 

de Estuario

 

(Ediciones de los Papeles de son Armadans,

 

Colección Juan Ruíz, VII,

 

Palma de Mallorca, 1961)

 

 

 

 

 

El silencio del fuego

 

 

 

Como la rosa contiene su quietud

 

y el mar el tiempo,

 

el fuego, más que fuego, contiene en certidumbre

 

liturgia de sí mismo, silencio en el silencio,

 

desde adentro volcando en fulgurante idioma

 

hacia qué atmósfera libre de criaturas,

 

hacia qué santo rezo.

 

Instante ardiente: su favor se engendra

 

en la pupila tutelar del ángel

 

y su sustancia es la noche misma.

 

 

 

*

 

 

 

Al fondo del silencio el mar renace

 

en el rezo infinito de sus olas

 

desligado de tiempo ante el ocaso

 

libre y perenne se despliega

 

en la luz soterrada del misterio

 

guerrero de sí mismo y de sus dioses.

 

 

 

*

 

 

 

La noche contemplada cae sobre los ojos

 

con la paciencia de los astros

 

busca morada al margen de la carne

 

y abandona en el alma su destino

 

de mar vencido entre ángeles y abismos.

 

 

 

*

 

 

 

Contra el cielo los ojos

 

en quieta espera derrotados

 

excavan y preguntan

 

el espacio del ángel que ellos aman

 

su vuelo desplegado

 

en el fondo perdido donde el tiempo

 

entre las nubes se deshace.

 

 

 

 

 

Días del monje

 

 

 

A la hora de maitines

 

renacen en tu nombre

 

las delicias secretas

 

y me entrego de nuevo

 

a lo que siempre eres.

 

 

 

Eres siempre lo mismo

 

y cada día en ti

 

sólo es imagen

 

de tu primer deseo.

 

 

 

*

 

 

 

Desde mi ventana

 

al mirar la noche

 

he sentido asombro

 

y terror sereno.

 

 

 

Pero me he dicho:

 

no es ni un árbol

 

que se acerca

 

ni un árbol

 

que se aleja:

 

tan sólo es tu noche

 

redonda y constelada.

 

 

 

*

 

 

 

Sin que nadie te llame

 

entras hondo en mi celda

 

y mi celda se agranda

 

y creo estar en el claustro.

 

 

 

Cuando el mundo se apaga,

 

cada celda respira

 

con el aliento tuyo

 

y estar es difundirse

 

como luz en el agua.

 

 

 

 

 

 

 

Peregrinaje: Elohim

 

 

 

Tu cuerpo solidario en el poder

 

de los brazos, la frente hacia la noche

 

y los ojos en la entraña del mar secreto

 

que nos habla, estación viril

 

en el dominio de las olas,

 

ofrenda fervorosa, cuerpo

 

de viaje y de rumor maduro

 

con la misma voluntad en los labios

 

como si solo fuese lo que el viento relata

 

lo que es sin tiempo y sin ribera.

 

 

 

(En un lugar puro y desierto

 

el silencio encarnó la plenitud del río

 

y en ninguna otra isla pudo tu deseo

 

encontrar mejor morada y renacer

 

tu voz con igual transparencia

 

en la orilla del día.)

 

 

 

 

 

El tiempo contemplado

 

 

 

El sol de los frutos persevera el recuerdo

 

con su pulpa henchida de vocablo y simiente.

 

Bajo un cielo agresivo piafa un potro en la playa

 

y un anciano se muere en un valle maldito.

 

El mar vibra y perdura. Bate el viento las velas

 

de un balandro olvidado que persiguen los faros

 

con su mirada inútil. Muere el tiempo en las manos

 

de un pescador que arregla las nasas y las redes

 

en la cala bruñida. Mañana, cuando zarpe,

 

hará rastros de siglos en el ancho silencio

 

y su cuerpo bronceado se combará en el alba

 

roído por un sueño de espuma y de gaviotas.

 

 

 

 

 

(Deyá: El Puig)

 

 

 

En el collado que cae hasta las rocas

 

arraiga el olivar sus lentos años.

 

De la mar viene un viento tan profundo

 

y tan libre que en él perdura el día.

 

La fronda del verano exhala un gozo

 

renacido en la luz que se hace espacio

 

y en él huyen las horas con los ríos,

 

invisibles viajeras del olvido,

 

mientras campanas desde lo alto llaman

 

los hondos santos de esta tarde clara.

 

 

 

La iglesia sufre el sol como una roca.

 

El ciprés enciende la oración verde

 

de un antiguo rezo, y el cementerio

 

guarece paz canora, espigas, flores

 

que renacen bajo un rumor de fuentes

 

escondidas, de pájaros que duermen.

 

 

 

 

 

(Al aire de su vuelo)

 

 

 

Solía irse del cuerpo cuando amaba

 

y entrar de siglo en siglo en cada hora.

 

El mundo le cabía entre las manos,

 

alto el viento en la orilla del silencio.

 

Polvo estéril soplaba entre las flores.

 

 

 

En la cal del camino sus huellas

 

se borraban, recorrida la noche,

 

el paso pensativo. Se habitaba

 

callado entre su sombra, el pecho lleno

 

de un latir tranquilo. El mar en sus ojos

 

no hacía fondo. Desgarraba en el alba

 

la roca rompía el aire y el vuelo

 

de las nubes se extendía en el alma.

 

Sus pies seguían el cauce de los ríos,

 

casta, la lluvia bañaba los días

 

y el ancho otoño doraba el olvido

 

por las acequias del agua cantora.

 

Vida pura en la luz era la rosa,

 

vida sin sombra. Todo era murmullo

 

de secreto vencido, arco de espiga,

 

silbo afilado entre la piel y el mundo.

 

 

 

Desterrada la voz bajo una bóveda

 

impasible, de torre en torre el viento

 

dialogaba y la noche ardía en sus ojos

 

con un alto fulgor de llama viva.

 

del cuerpo al mar un pulso secular

 

golpeaba el llano y bajo sus sandalias,

 

sordamente la tierra respondía.

 

Su corazón vivía entre los árboles,

 

la mirada volcada hacia la aurora,

 

sublimado el desvelo de la angustia.

 

Con su voz humilde labraba el tiempo

 

como buey ciego por estrechos surcos.

 

Piedras y cardos cubrían las huellas

 

de sus pasos errantes por la tierra

 

dormida, y a lo largo de los ríos

 

las gavillas soñaban bajo el viento

 

como viejas campanas derruidas

 

y la noria giraba lenta, grave,

 

ausente bajo el cielo. Era la noche

 

onda desierta y palpitar de isla:

 

en él fueron las horas un rumor

 

de juncos y cisternas, y su voz

 

la altura del silencio florecido.

 

 

 

Solía irse del cuerpo cuando amaba,

 

irse de torre y nube sin contorno

 

para escuchar el vuelo de un instante.

 

 

 

 

 

Domingo

 

(En la cárcel)

 

 

 

En la hora en que mueren los malditos

 

los huesos lanzan un vasto grito de ceniza

 

mientras gime el viento bonachón y enorme

 

con un hosanna blanco de rebeldes palomas.

 

Quieta la noche, del aire apenas viene

 

un sonido cansado de barcos que se alejan

 

y hogares donde se ama, un sonido

 

que crece hacia adentro hasta tocar el alma.

 

Giran las sombras, voy hasta mí mismo,

 

me persigno y elevo las palabras.

 

Esta noche de ascuas enlutadas, me basta

 

la pupila en la celda donde fumo

 

una pipa de hartura y de deseo

 

y luego, respirar un hondo espacio

 

salir del tiempo, estar bajo otro cielo.

 

 

 

Basta el viento y poseer su origen.

 

Aquí, sin nadie, entre estos muros.

 

*

 

 

 

Hacia mañana voy a grandes rasgos

 

con el humo del sol y las gaviotas.

 

Tuerce la noche otro recodo

 

y agoniza una luna inverosímil

 

como blanco conjuro que me acecha.

 

En los muelles se aleja una campana

 

con un doble lamento de distancia

 

que tiende alas de mar sobre los ojos.

 

La flor emigra y adolece.

 

Reverbera la noche entre las olas

 

dejando en los oídos

 

su vigilia de astros y amapolas.

 

Desde el olvido sube hasta los labios

 

un turbio olor de gleba y polen de cereales.

 

Muerde el estío los frutos más remotos

 

y el ojo de un caballo los mira y los desea.

 

 

 

¡Tanto mundo sin cuerpo ni habitante,

 

tanta huella mortal en esta noche!

 

 

 

 

Nació en Bogotá, Colombia en 1929.Perteneció a la generación de la revista Mito. Su personalidad estuvo férreamente marcada por la educación religiosa. Viajó a Estados Unidos, donde culminó estudios de física y matemáticas en la Universidad de Michigan. A su regreso a Colombia, se trasladó a la costa Atlántica para sembrar algodón, y luego fue docente universitario de matemáticas. Antes de residir definitivamente en Madrid, hizo estancias parciales en París, Ibiza y Mallorca, perseguido por las carencias y la soledad.

 

Su poesía, globalmente breve pero de una sostenida eficacia, podría definirse como la búsqueda casi delirante de sí mismo. Un sentimiento de místico desgarramiento perdura a todo lo largo y ancho de su obra: un erotismo de la salvación y la condena, del ascenso y la caída a través de una última instancia encarnada en la palabra. Su obra empieza a ser reivindicada por la crítica luego de su muerte, dada la luminosa intensidad expresiva, la exquisita forma, la índole metafísica y espiritual que la caracterizan; obra considerada entre las más valiosas del país, pese a la brevedad y el silencio que rodeó en vida su trabajo.

 

 

 

Sus únicos libros publicados en vida fueron Distancia destruida (1956) y Estuario (1961), reunidos póstumamente con otros poemas inéditos en Obra poética (1985).

 

 

 

Se suicidó en España el 1 de enero de 1965.

 

 

 

 

 

Semblanza tomada de la página EcuRed

 

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