3 poemas de Paula Díaz Altozano

 

 

 

 

1

 

He sentido la punta del edificio

en mi garganta.

 

Sangre, el rojo tiñe los bancos de

las avenidas y un soplo de otoño ahuyenta a

los pájaros.

En el puente sostenido por

vigas, un hombre y una mujer observan la autovía;

esperan, sus ojos reflejados en

las ventanas. Clamor de coches,

murmullos, nube de azufre.

El sol desaparece entre antenas

parabólicas, y la mujer y el hombre esperan a la orilla.

 

Un pez plateado recorre marcas            de                asfalto.

 

Ya viene el barco, viene ya por

la avenida, los relojes caen al agua; agita sus

velas y los pescadores

levantan la vista de sus cañas.

El pez da un salto:

desesperado, deja su estela en el río de carretera.

 

 

 

 

 

 

2

 

 

Mi dedo recorre las formas

elevadas en la ventana,

nieve rota

en las esquinas, sombreros de tela.

Lleva tu dedo a los labios y

siente la escarcha en la frente.

Cuadrados de luz, mostradme vuestros recovecos:

cacerolas, ollas, cucharas, cajones

a medio abrir.

Los cuchillos caen en la orilla,

a un tiempo con la mujer que

azota a las niñas. Muecas, burlas,

telas a cuadros, manteles,

 

frío de cieno.

 

La colcha arropa la cama

y a lo lejos, la cola del teatro serpentea,

se pierde.

Pozos, canturreos, dientes de leche, fuente dorada,

maletas desvencijadas caen al lago.

 

Un ojo azul recibe la luz de los astros y las lámparas.

Kosmos, reza la argolla,

kosmos, gritan los arquitectos.

La mujer gigante se pasea en la noche

entre hielo y luces de neón. No pisa

los automóviles y de su cuenco desparrama polvo

de estrellas sobre las calles.

 

 

3

 

 

En el espejo de nubes                           se evaporan perfiles de humo

al atardecer.

Los niños juegan con revistas

de recortables: papel rosado, contornos de aceite,

deslumbran pupilas de juegos.

 

Así aparecía el horizonte

esta tarde:

veletas de plomo, el mercurio llegaba a

los arrozales y las culebras se escondieron

para dejar paso a las cañerías

celestes.

Reflejo desvanecido en

el viento, bote de bolígrafos, juegos de mesa.

 

Así miraba yo los brazos que tratan de rozar el firmamento

cuando una arista se clavó en mi pecho

y sentí los grifos abiertos en

todos los baños

y el calor de las mantas

durante la noche

y las risas de borrachos en bares

flotantes, con el dolor que esconde

la carcajada,

y sentí las toallas que envuelven

cuerpos húmedos

y el redoble de cubiertos

sobre el cuarzo,

migas de pan esparcidas en madera,

y la respiración entrecortada

entre las sábanas,

y mientras tanto,

caminaba hasta murallas de arena,

hasta esquinas rotas, hacia la perspectiva.

Abracé figuras relumbrantes

de fuego y cantos de extrarradio.

 

Cuando las luces encienden la maqueta

poco a poco dibujan

un reguero de soles descompuestos.

 

Moneda de bronce apretada en la mano.

Cortes en las calles

excavados hace mil años en montañas.

Agujeros de cocina

derraman vino en polvo y grietas.

 

Despacio.

 

La luz se ha fundido.