SUBLINGUAL
¿Qué hay debajo de la lengua?
¿Un triturar de huestes vocálicas,
un cierzo de agudas consonantes,
un despojo de viento áureo,
quizá el mustio huso de la letra?
Aquí entre toneles de saliva y tiento
se guarda el vocablo,
la gramática de tu rojo nombre,
y se incendia –sí, se incendia–
la simetría del giro:
debajo de la lengua hay un presidio.
LADERA SUR
En la incandescencia de un primer grito el rumor ya se evapora
esparce su dulzura sangrienta su herida se paraliza
hay un idioma de llagas que articula el ceño
¿bajo qué refugio se encuentra arrasada la luz?
¿dónde el cese y el olor familiar de las sábanas?
En estas manos desoladas sólo se guarda lo posible:
un hijo muerto estragado por la fe.
Dime qué tiento guarecer qué permanencia de flor qué fatiga de labranza
he de recordar:
/ tu cuerpo abandonado yace en la penumbra de las grietas y el ropaje del asbesto / la emboscada desde la periferia suena a un lejano canto en este sótano húmedo / ¿quién se deleita en este abismo de sílabas rojas? / en el paisaje un arenal custodia los nombres-cifras y he de buscarte abajo —sotierro— en una fosa que hiere al lenguaje /
Una cerilla encendida un primer golpe ese primer atajo que cuela siempre al iracundo
desde ahí comenzó la oleada un fuego tras él otros fuegos un grito tras él otros gritos
y por aliado este Dios prometiendo esferas celestes jardines perdidos
la salvación de la miseria
¿quién cubre ahora tu cabeza: los filos de un cristal estrellado los tanques que designan el instante glacial del recorrido diario de los pasos o quizá la atomizada cal donde se pierde el cuerpo?
Sacia el aire cualquier posible estertor
al solo comienzo de vuelo la mancha de lo colmado delata su figura
su intacto perfil de tierra
y un hombre en fuga se aferra a cualquier cosa /rapacidad y abatimiento/
acotando al aire —nudo— acotando al aire.
Secretamente la resistencia de las hiedras sucede.
APUNTES PARA SOBREVIVIR AL AIRE
Querer asistir al último festín de las mentiras, y ser el ganador.
El último que ríe en la fiesta.
El primero que cae estrepitosamente.
He de mentirme todos los días para no matarme.
Y hoy —tantos días— pesan más que la bendición de Cristo.
Me despojo. Quiero decir, me despojo. Así, sin más. Para ahorrarse la decepción es mejor despojarse. Andar sin vestiduras. Sin calificativos o adjetivos decorativos. Ahorrarse el desprecio por uno mismo.
No logro estar sobre este piso si tengo que entender la vileza y la miseria de los otros. ¡Qué pocos sueños, qué falta de misericordia por sí mismos! Estos días están vestidos de un velo gris, sin sentido, sin dirección. La estupidez es norma y ley.
Me despojo: de actos y sucesiones, de grados y meritocracias, de falsas ideas. El fogón está lleno de inmundicias. Toda claridad, en estos momentos, es apenas un espacio donde refugiarse de una lluvia ácida, bermeja. Llena de olores y nombres que se desmantelan.
No creo en los sonidos del perdón. No hay nada que perdonar. Queda la desnudez de los afectos, la máscara desollada donde se ve el rostro antes cubierto por la podredumbre.
Para hablar hay que superar la tiranía de la velocidad. Distanciarse del vértigo; superar el miedo; dar inicio a la resistencia. Esa, "una interminable derrota" (Camus dixit).
Recién aparece en el diario un titular donde se habla de violencia y odio, xenofobia y divisiones. Toda certeza de que el hombre es altamente estúpido.
Yo destruyo a mi semejante porque odio la debilidad que lo nombra. Me cautiva la podredumbre porque es la raíz de mi pasado, de mi presente y de un futuro que aún deletreo con sangre y odio.
No niego mi desastre: es lo único que me crea y edifica. Los días son notas presenciales de un temor que invade el cuerpo. Sólo lo que transita por los dedos y la imaginación cabrá en el resquicio de una salvación que se antoja olvidadiza. Apenas esquiva y, por lo más, ciega. Descubro en el automático acto de matar una refinada intención de inmortalidad.
Las ideas nombran el suceso del parricidio para llevar a la tierra prometida su nombre esperado. No me ofende la razón de los sentidos, no me ofende saber de las heridas y pústulas del mal viviente (Villon habría de morir entre mis brazos); yo soy una gráfica agonizante en un hervidero de cifras y catástrofes (Sísifo dichoso, con angustia por la vida, caída perpetua) pero sin el valor de atragantarme y ahorcarme en los albores de esta tarde.
La violencia es el trago que ha de pasar todos los días por la garganta (tráquea enmudecida por el compás agónico de la inmundicia).
Sólo me avergüenza el canon. Sólo me ofende la posibilidad.
Rocío Cerón (Ciudad de México, 1972). Poeta, ensayista y editora. Ha publicado Materia oscura (Parentalia, 2018), Borealis (FCE, 2016), La rebelión. O mirar el mundo hasta pulverizarse los ojos (UANL, 2016), Anatomía del nudo. Obra reunida (2002-2015) (Conaculta, 2015), Nudo vortex (Literal, 2015), Diorama (UANL, 2012; segunda edición, Amargord, España, 2013), Tiento (UANL, 2010), Imperio (Ediciones Monte Carmelo, 2009), entre otros.
Recibió en Estados Unidos el Best Translated Book Award 2015 por su libro Diorama, en traducción de Anna Rosenwong, en 2005 el See America Travel Award, por sus crónicas de viaje y en México el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2000 por su primer libro, Basalto. Acciones poéticas suyas se han presentado en los Institutos Cervantes de Berlín, Londres y Estocolmo; Centro Pompidou, París, Francia; Southbank Centre, Londres, Reino Unido, Museo Karen Blixen, Dinamarca, entre otros. Obra suya ha sido traducida a más de ocho idiomas. Actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA.
Fotografía y semblanza tomadas de la página rocioceron.com
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