
Como una gran niebla ardida
desde las distancias emergiendo
o lo mismo que el horizonte…
Te recuerdo y vienen piando
las hojas marchitas del atardecer,
hermana, amiga, esposa,
a cantar la tonada del viaje y las guitarras
en las cruces lluviosas de mi entendimiento.
Llegas desde la orilla de las congojas sumas
con la cara trizada de eternidad y cantos.
Mis pájaros de alambre triste
se ahogan en tus crepúsculos,
y yo gimo mamando nieblas.
Voy como los perros mojados
a la siga de tu recuerdo,
sujetándome las palabras.
Desde tu ausencia está lloviendo, mi hijita;
las lágrimas innumerables
extienden una gran cortina de pájaros agonizantes
encima de mi sueño enorme,
y desde la abertura de las noches caídas
cantan los gallos humosos…
(El invierno te llena de canciones amarillas).
Sé que todos los barcos que emigran van a fondear
en tu corazón,
que las golondrinas saludan con su bandera azul
la melancolía morena en tus actitudes deshojadas y
vagabundas,
y voy edificando dolores
al igual que grandes ciudades extranjeras.
¿Quién degolló las gaviotas claras de alegría
debajo de los ríos eternos?
¿quién canta, desde el Poniente, la canción de todas
las tristezas?...
¿quién enluta de llanto la enrojecida soledad,
alargándola en lo obscuro obscuro,
extendiéndola en lo amargo amargo
como una gran cama de sangre tronadora
o una gran manta violenta?
Ay! Querida, el tiempo se ha parado como águila
en tu memoria.
Tú das al Universo este color rodante
y este rumor violeta cruzado de cigarras;
la inmensa bruma aquella viene de tus sollozos;
siento que se ha trizado la curva de la tierra
al peso colosal de tu pie entristecido.
Los papeles llorados del tiempo, o mejor,
los mundos llovidos por el tiempo
tiritan amontonados encima de mi angustia,
y una gran paloma negra se desmaya en las
arboladuras del occidente.
¡La pena cuadrada,
el dolor animal y rotundo, la llagadura horrendo
de sentirse
medio a medio de la circunferencia!...
parado
¡medio a medio de la circunferencia!...
¡niña!...
Y tu actitud de sombra llorando en mis entrañas!...
El presente poema se extrajo del libro Indice de la nueva poesía americana,
Publicada por Sur, librería anticuaria, primera edición 2007.

Carlos Díaz Loyola, más conocido como Pablo de Rokha, nació en Licantén, Chile, el 17 de octubre de 1894, y se suicidó en Santiago, el 10 de diciembre de 1968. Un joven rebelde, fue expulsado de varios centros educativos por leer y compartir con sus compañeros libros “blasfemos” escritos por autores como Rabelais, Nietzsche o Voltaire. Comenzó a colaborar con diarios como La Razón o La Mañana, y vivía de la compraventa de productos agrícolas. Posteriormente fundó la Revista Dínamo y fue candidato a diputado por el Partido Comunista.
En 1965 recibió el Premio Nacional de Literatura, pero al principio su poesía no fue bien recibida debido a su carácter rupturista con la tradición lírica chilena y su carácter difícil, que le procuró numerosas polémicas con autores consagrados como Vicente Huidobro o Pablo Neruda. Fue autor de cuarenta y seis volúmenes, compuestos por libros de poesía, ensayos, antologías y folletos. Aunque su obra recibió escasa revisión crítica, ha sido reconocida como una influencia fundamental en la escritura hispanoamericana posterior en general.
Semblanza tomada de la página Lecturalia.
Fotografía extraída de la página La tercera.
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