La sustituta
Me acompaña tu risa prendida en el retrato
donde te descoyuntas crujiendo las muñecas,
y se quiebran tus dedos con la mueca más triste
cuando vienen amigos a invadir tu salón.
Entre el ruido de naipes y las fanfarronadas
de Rakoczy, las copas, los hombres, los espejos,
eres tú recorriendo las teclas, encendida,
despreciando los juegos, la rosa, por el vals
al que en broma te entregas, nuevamente saltando,
derramado el cabello, graciosa en la cintura
la flor del amarillo, desfallecida casi,
y el echarpe mordido lo mismo que el dolor;
corriendo tras el leve frescor de una naranja,
la corteza en la mano con un gesto nervioso,
presurosa volviendo a la sala reluciente
donde, tras la cortina, se desvanece el vals.
1917
Si hubiera yo sabido…
Si hubiera yo sabido lo que pasa
la vez primera que volqué mi pecho:
que del verso de sangre brota sangre;
que puede estrangularte el sentimiento,
la verdad es que habría renunciado
de antemano a quemarme en ese fuego.
¡Pero fue tan pequeño el primer soplo...
la meta parecía estar tan lejos...!
Mas al igual que la indolente Roma
suelen portarse la vejez y el verso:
la muerte, no palabras los aplaca;
sacrificios exigen, no su gesto.
Que cuando — gladiador que va a la arena—
se desborda el torrente del aliento,
lo abandona el artista, y es juguete
del destino, la túnica del tiempo.
1932
El vencedor
¿Os acordáis del hielo en la garganta
cuando el tropel de la barbarie ciega
desbordó su estridencia en nuestro suelo
sembrándolo de invierno sin promesas?
La razón opusimos como escudo
contra el cual no hay ariete que no ceda.
¡Cómo venció al destino Leningrado!
¡Qué reluciente roca de firmeza!
Y cuando, en la escalada de su hazaña,
rompió el anillo que oprimió sus piedras,
¡con qué asombrado grito de entusiasmo
se derramó el aplauso sin fronteras!
¡Oh qué inmensa la gloria de ese nombre
donde culmina el sol de la leyenda!
Cuanto fuera imposible, Leningrado
lo realizó en el cielo y en la tierra.
1944
Julio
Hay un fantasma dentro de mi casa:
durante todo el día se oyen pasos;
sombras mueven su cuerpo en la buhardilla...
Hay un duende escondido en un rincón.
Ronda por todas partes a deshora;
se mete donde no le llama nadie;
enfundado en su sábana, se acerca
y, de improviso, tira del mantel.
Sin siquiera limpiarse en el felpudo,
llega alocadamente, en torbellino,
y a la cortina toma por pareja
subiéndole las faldas al bailar.
¿Sabéis quién es el pícaro granuja
de tan curioso espíritu travieso?
Se trata del vecino entrometido
que ha venido a la dacha por un mes.
Para su breve tiempo de reposo,
le entregamos las llaves de la casa:
la borrasca de julio, el airecillo
de julio es nuestro huésped singular.
Julio, que cuando llega trae pelusa
de diente de león y de bardana;
que nos mete su luz por los balcones
y que todo lo charla en alta voz.
Desaliñado mujik de la estepa
que nos trae la presencia de los tilos
y la hierba olorosa, suave julio
que mete todo el campo en nuestro hogar.
1956
Hasta la esencia misma de las cosas…
Hasta la esencia misma de las cosas
llegar quisiera:
en el trabajo, caminando a tientas,
o en la embriaguez confusa del amor.
Hasta el porqué del tiempo ya pasado,
la savia que alimenta sus raíces...
la luz de sus orígenes,
hasta el soplo que enciende el corazón,
sintiendo el suave tacto
del hilo de la vida, de los hechos
para meterme dentro, estar en ellos
y un mundo con mis manos alumbrar.
¡Ah sí del soplo aquel estremecieran
mis dedos la caricia...!
Escribir en tal caso yo podría
de la virtud de un alma pasional;
de la injusticia, el cuenco de las manos,
de la caza del hombre,
de la sorpresa en que el azar se esconde,
del pecado diría su sabor;
su ley descubriría
descortezando el velo de su grano,
y entonces ya sabría el gesto mágico
con que apresar su voz.
Irguiendo su estatura, como tilos
temblorosos y firmes,
alineados por cientos o por miles,
cultivaría versos mi jardín:
versos con el aliento de la rosa,
la gracia de la menta,
de los juncos, el canto de la siega...
con la fuerza del trueno para herir.
Así sembró Chopin el misterioso
mensaje de los sotos, de las tumbas,
de los campos polacos en su música
transida de dolor...
Que si tenemos preparado el arco,
tirante cada vena, alcanzaremos
con nuestra flecha el premio
por cuyo fruto apuesta el corazón.
1956
Versiones de Carlos Alvares
Estos poemas fueron tomados del libro Antología de la poesía soviética, publicado por Ediciones Jucar, en 1974, España. Prólogo y selección de Alexander Makarov
Borís Pasternak. (Moscú, 1890-Perediélkino, 1960) Escritor ruso. Hijo del pintor ruso L. O. Pasternak, estudió leyes y filosofía e historia en la Universidad de Moscú. Su obra poética y su narrativa han ejercido una notable influencia en los escritores de su país, a pesar de la censura a la que fueron sometidas por el régimen soviético. Tras unos primeros ejercicios poéticos de inspiración futurista publicó su primer poemario, Un gemelo en las nubes (1914), pero se hizo célebre con Mi hermana la vida (1922), libro de poesía eminentemente lírica, donde el poeta se siente como fundido con la naturaleza y la vida.
Tras escribir numerosos poemas épicos, de inspiración social (El teniente Schmidt y El año 1905, 1927), volvió a publicar una nueva colección de poesías líricas caracterizadas por su intimismo: El segundo nacimiento (1931). En desacuerdo con la poesía oficial, a partir de 1935 publicó muy pocos poemas, exceptuando Los trenes matutinos (1943) y La inmensidad de la tierra (1945).
Es autor, además, de la autobiografía El salvoconducto (1931), de la novela El doctor Zhivago (1957), prohibida en su país y publicada en Italia, y de traducciones de escritores extranjeros, especialmente de Shakespeare (1953). Al publicar El doctor Zhivago en Italia Pasternak fue objeto de duras críticas, que se intensificaron al ser galardonado con el premio Nobel de literatura en 1958, al que tuvo que renunciar. Ese mismo año fue expulsado de la Unión de escritores de la URSS; fue rehabilitado póstumamente en 1987.
Semblanza tomada de la página La Enciclopedia Biográfica en Línea.
Fotofrafía tomada de la página Russia Beyond.
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