Poemas de Borís Pasternak

 

La sustituta

 

 

 

Me acompaña tu risa prendida en el retrato

 

donde te descoyuntas crujiendo las muñecas,

 

y se quiebran tus dedos con la mueca más triste

 

cuando vienen amigos a invadir tu salón.

 

          Entre el ruido de naipes y las fanfarronadas

 

          de Rakoczy, las copas, los hombres, los espejos,

 

          eres tú recorriendo las teclas, encendida,

 

despreciando los juegos, la rosa, por el vals

 

al que en broma te entregas, nuevamente saltando,

 

derramado el cabello, graciosa en la cintura

 

la flor del amarillo, desfallecida casi,

 

y el echarpe mordido lo mismo que el dolor;

 

          corriendo tras el leve frescor de una naranja,

 

          la corteza en la mano con un gesto nervioso,

 

          presurosa volviendo a la sala reluciente

 

          donde, tras la cortina, se desvanece el vals.

 

 

 

1917

 

 

 

Si hubiera yo sabido…

 

 

 

Si hubiera yo sabido lo que pasa

 

la vez primera que volqué mi pecho:

 

que del verso de sangre brota sangre;

 

que puede estrangularte el sentimiento,

 

          la verdad es que habría renunciado

 

          de antemano a quemarme en ese fuego.

 

          ¡Pero fue tan pequeño el primer soplo...

 

          la meta parecía estar tan lejos...!

 

Mas al igual que la indolente Roma

 

suelen portarse la vejez y el verso:

 

la muerte, no palabras los aplaca;

 

sacrificios exigen, no su gesto.

 

Que cuando — gladiador que va a la arena—

 

se desborda el torrente del aliento,

 

lo abandona el artista, y es juguete

 

del destino, la túnica del tiempo.

 

 

 

1932

 

 

 

 

 

El vencedor

 

 

 

¿Os acordáis del hielo en la garganta

 

cuando el tropel de la barbarie ciega

 

desbordó su estridencia en nuestro suelo

 

sembrándolo de invierno sin promesas?

 

          La razón opusimos como escudo

 

          contra el cual no hay ariete que no ceda.

 

          ¡Cómo venció al destino Leningrado!

 

          ¡Qué reluciente roca de firmeza!

 

Y cuando, en la escalada de su hazaña,

 

rompió el anillo que oprimió sus piedras,

 

¡con qué asombrado grito de entusiasmo

 

se derramó el aplauso sin fronteras!

 

          ¡Oh qué inmensa la gloria de ese nombre

 

          donde culmina el sol de la leyenda!

 

          Cuanto fuera imposible, Leningrado

 

          lo realizó en el cielo y en la tierra.

 

 

 

1944

 

 

 

 

 

Julio

 

 

 

Hay un fantasma dentro de mi casa:

 

durante todo el día se oyen pasos;

 

sombras mueven su cuerpo en la buhardilla...

 

Hay un duende escondido en un rincón.

 

          Ronda por todas partes a deshora;

 

          se mete donde no le llama nadie;

 

          enfundado en su sábana, se acerca

 

          y, de improviso, tira del mantel.

 

Sin siquiera limpiarse en el felpudo,

 

llega alocadamente, en torbellino,

 

y a la cortina toma por pareja

 

subiéndole las faldas al bailar.

 

          ¿Sabéis quién es el pícaro granuja

 

          de tan curioso espíritu travieso?

 

          Se trata del vecino entrometido

 

          que ha venido a la dacha por un mes.

 

Para su breve tiempo de reposo,

 

le entregamos las llaves de la casa:

 

la borrasca de julio, el airecillo

 

de julio es nuestro huésped singular.

 

          Julio, que cuando llega trae pelusa

 

          de diente de león y de bardana;

 

          que nos mete su luz por los balcones

 

          y que todo lo charla en alta voz.

 

Desaliñado mujik de la estepa

 

que nos trae la presencia de los tilos

 

y la hierba olorosa, suave julio

 

que mete todo el campo en nuestro hogar.

 

 

 

1956

 

 

 

 

 

Hasta la esencia misma de las cosas…

 

 

 

Hasta la esencia misma de las cosas

 

llegar quisiera:

 

en el trabajo, caminando a tientas,

 

o en la embriaguez confusa del amor.

 

          Hasta el porqué del tiempo ya pasado,

 

          la savia que alimenta sus raíces...

 

          la luz de sus orígenes,

 

hasta el soplo que enciende el corazón,

 

sintiendo el suave tacto

 

del hilo de la vida, de los hechos

 

para meterme dentro, estar en ellos

 

y un mundo con mis manos alumbrar.

 

          ¡Ah sí del soplo aquel estremecieran

 

          mis dedos la caricia...!

 

          Escribir en tal caso yo podría

 

          de la virtud de un alma pasional;

 

de la injusticia, el cuenco de las manos,

 

de la caza del hombre,

 

de la sorpresa en que el azar se esconde,

 

del pecado diría su sabor;

 

          su ley descubriría

 

          descortezando el velo de su grano,

 

          y entonces ya sabría el gesto mágico

 

          con que apresar su voz.

 

Irguiendo su estatura, como tilos

 

temblorosos y firmes,

 

alineados por cientos o por miles,

 

cultivaría versos mi jardín:

 

          versos con el aliento de la rosa,

 

          la gracia de la menta,

 

          de los juncos, el canto de la siega...

 

          con la fuerza del trueno para herir.

 

Así sembró Chopin el misterioso

 

mensaje de los sotos, de las tumbas,

 

de los campos polacos en su música

 

transida de dolor...

 

          Que si tenemos preparado el arco,

 

          tirante cada vena, alcanzaremos

 

          con nuestra flecha el premio

 

          por cuyo fruto apuesta el corazón.

 

 

 

1956

 

 

 

Versiones de Carlos Alvares

 

 

 

Estos poemas fueron tomados del libro Antología de la poesía soviética, publicado por Ediciones Jucar, en 1974, España. Prólogo y selección de Alexander Makarov

 

 

 

 

Borís Pasternak. (Moscú, 1890-Perediélkino, 1960) Escritor ruso. Hijo del pintor ruso L. O. Pasternak, estudió leyes y filosofía e historia en la Universidad de Moscú. Su obra poética y su narrativa han ejercido una notable influencia en los escritores de su país, a pesar de la censura a la que fueron sometidas por el régimen soviético. Tras unos primeros ejercicios poéticos de inspiración futurista publicó su primer poemario, Un gemelo en las nubes (1914), pero se hizo célebre con Mi hermana la vida (1922), libro de poesía eminentemente lírica, donde el poeta se siente como fundido con la naturaleza y la vida.

 

Tras escribir numerosos poemas épicos, de inspiración social (El teniente Schmidt y El año 1905, 1927), volvió a publicar una nueva colección de poesías líricas caracterizadas por su intimismo: El segundo nacimiento (1931). En desacuerdo con la poesía oficial, a partir de 1935 publicó muy pocos poemas, exceptuando Los trenes matutinos (1943) y La inmensidad de la tierra (1945).

 

Es autor, además, de la autobiografía El salvoconducto (1931), de la novela El doctor Zhivago (1957), prohibida en su país y publicada en Italia, y de traducciones de escritores extranjeros, especialmente de Shakespeare (1953). Al publicar El doctor Zhivago en Italia Pasternak fue objeto de duras críticas, que se intensificaron al ser galardonado con el premio Nobel de literatura en 1958, al que tuvo que renunciar. Ese mismo año fue expulsado de la Unión de escritores de la URSS; fue rehabilitado póstumamente en 1987.

 

 

 

 

 

Semblanza tomada de la página La Enciclopedia Biográfica en Línea.

 

Fotofrafía tomada de la página Russia Beyond.

 

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