LA COLONIZACIÓN
Tiempo después del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, los españoles formaron en estas geografías americanas varios asentamientos primarios, pequeños pueblos urbanos dispersos a lo largo de grandes extensiones y con pocas posibilidades de comunicación entre sí, distanciados por miles de kilómetros. Paralelamente a estos acontecimientos se iría desarrollando la conquista espiritual.
La conquista espiritual se refiere al proceso de cristianización de la población indígena americana en el siglo XVI mediante la evangelización o enseñanza de la religión católica. Los encargados de llevar a cabo esta labor fueron los misioneros de distintas órdenes religiosas (franciscanos, dominicos, jesuitas, agustinos, carmelitas), algunos de los cuales acompañaron a los conquistadores desde las primeras incursiones. Además de cristianizar a los indígenas, los misioneros le trasmitían la cultura occidental, es decir, las costumbres, lenguajes y forma de trabajos europeas. Algunos años después de la llegada de los misioneros comienzan a arribar a América las primeras religiosas que llegaron a América en los primeros decenios de la Conquista y se propagaron en seguida por casi todas las regiones que actualmente constituyen Iberoamérica.
LA SITUACIÓN DE LA MUJER
Las grandes civilizaciones trajeron a América su bagaje para imponerlo sobre los pueblos que conquistaban y trajeron también sus genes para imponerlos sobre las mujeres autóctonas, porque como bien lo expone Marcus Morner en “Race mixture en the history of Latin América”: “también nos parece que cierta forma de conquista fue una conquista de mujeres.”
Habiendo tomado posesión de los territorios descubiertos por Colón, la Corona recurre a juristas y canónigos que estudian la cuestión emitiendo como resultado el llamado “Requerimiento”, documento que leído en latín frente a los nativos que nada entendían, se notificaba luego bajo escribano pretendiendo así legitimar la conquista. Entre otras cosas el “Requerimiento”
"Era un escrito que se debía leer a los indios por medio de un intérprete al comienzo de una empresa de conquista. Contenía algunas explicaciones sobre la creación del mundo y la formación del hombre, y proclama la donación realizada por el Papa, de todas las islas y tierras firmes del mar Océano a los reyes de España. Finalizaba con una exhortación a los aborígenes a que se sometieran al nuevo señor y adoptasen el cristianismo. Pero si no prestaban oídos a este requerimiento se les amenazaba a guerrear contra ellos con todos los recursos y esclavizarlos junto con sus mujeres y niños". (Koneztzke 155)
Tal fue la situación de las mujeres aborígenes a partir de entonces.
En cuanto a las mujeres europeas que arribaron entonces, estaban educadas en el modelo medievalista de pasividad: la sumisión hacia los padres, las autoridades religiosas o el marido, quién incluso poseía sobre ellas el derecho de muerte. Las leyes regentes se basaban en el código romano heredero a su vez de las XII Tablas e inhabilitaban el derecho de la mujer sobre sus propios bienes, mientras, la sometían a tutela perpetua: pasaban de las manos del padre a las del marido. Al casarse todos sus derechos pasaban a manos del cónyuge.
Las mujeres excluidas, apartadas totalmente de la política y cualquier otro asunto que entrara en la esfera del estado, quedaron así en el ámbito cerrado del hogar o el convento, donde la regla era sacrificar la libertad para dedicarse sólo al cuidado de los demás.
Muy poco lugar quedaba en una sociedad con tales restricciones para el desenvolvimiento de una vocación.
MONJAS Y BEATAS- LITERATURA RELIGIOSA
Desechada la vida conyugal por circunstancias externas o por decisión propia, sólo restaba a las mujeres el camino de la vocación religiosa, donde, con un poco de suerte podrían acceder a una módica independencia.
El seguimiento de la vida religiosa llegó a constituirse en una salida alternativa para las mujeres con rechazo al matrimonio o de carácter muy independiente, puesto que les permitía la posibilidad de colaborar en la construcción de un mundo femenino propio. El matrimonio, en cambio, no ofrecía otro matiz distinto a las convenciones sociales permitidas en la época. Así, monjas o beatas se transformaron en mujeres tendientes a librepensadoras, aún soportando la inspección de los confesores quienes, por orden de la Iglesia, y a través de la vigilancia ejercida por medio de la “obediencia”, controlaban las conciencias femeninas, asegurándose que las confesiones escritas provinieran de Dios y no del Demonio, y que las religiosas no se apartaran de los cánones católico-apostólicos establecidos. El confesor se planteaba como juez de esta procedencia respecto a las cuestiones heréticas.
La elección de la vida religiosa dentro de la ortodoxia católica permitió a Santa Teresa de Jesús y a Sor María de Ágreda, en España, ser los pilares de una renovación del papel de la mujer, y en México a beatas como Francisca de los Ángeles o a las monjas como Sor Juana Inés de la Cruz ser aceptadas y reconocidas por la sociedad al adoptar un canon de trabajo e iniciativa personal que contradecía el consabido modelo de la mujer de la época, aunque estas últimas sufrieran la represión posterior del propio clero.
LAS MONJAS
El primer convento americano aparece en la ciudad de México en 1540 siendo obra del arzobispo Juan de Zumárraga, quien apenas obtuvo la correspondiente licencia de Paulo III, dio el hábito concep cionista a cuatro beatas reclutadas en España por el franciscano Antonio de la Cruz.
Las religiosas habían llegado allí en 1530 en compañía de Hernán Cortés y durante diez años se dedicaron a la instrucción cristiana de las hijas de los caciques. En 1531 ingresaron dos jóvenes españolas, a las que siguieron grupos cada año más numerosos, ocupando más tarde a dos nietas del emperador Moctezuma. En 1565 se alojaba ya a 64 profesas. Pero todavía habría que esperar otros cinco años antes de que se autorizara, en 1570, la construcción del convento Regina Coeli.
Durante los siglos XVI y XVII todas las moradas conventuales eran de vida contemplativa, pero jugarían un papel decisivo en el afianzamiento y desarrollo del cristianismo.
Los conventos se propagaron en seguida por casi todas las regiones que actualmente constituyen Iberoamérica. Las religiosas contribuyeron a la educación de las jóvenes, el socorro de los niños huérfanos y a la protección de las viudas y esposas desamparadas.
A mediados del SXVIII llegaron a América las Ursulinas y la Compañía de María, trayendo nuevos métodos de educación que elevaron el nivel cultural de las mujeres, a la par que hacían nuevos aportes a la pastelería, la floristería y el bordado, agregando nociones comerciales ya que cada convento debía autoabastecerse.
Entre 1570 y 1600 las monjas de la Concepción desplegaron una gran actividad fundacional, dando vida a cuatro conventos de su orden en la ciudad de México (1573, 1580, 1594 y 1600) y a otros tres en Durango (1572), Guadalajara (1578) y Guatemala (1578); encauzaron la vida religiosa de las dominicas de Oaxaca (1575) y de las jerónimas de la capital azteca (1585) y participaron en la fundación del convento de Santa Clara de la misma ciudad (1573). Por su parte, las religiosas de Regina Coeli abrieron otro convento concepcionista en Oaxaca (1576). Simultáneamente surgían otros monasterios de dominicas, clarisas y jerónimas. En 1600 entre México y Guatemala albergaban ya 22 conventos de clausura, distribuidos por ocho ciudades: México (11), Guadalajara (2), Puebla (3), Oaxaca (2), Durango (1), Mérida (1), Guatemala (1), Morelia (1), y pertenecientes a cuatro órdenes: concepcionistas (12), dominicas (5), clarisas (2) y jerónimas (3) (Martínez Cuesta 576)
Debemos agregar a la labor espiritual el valor artístico de los edificios de conventos y monasterios que se iban construyendo, como la Concepción, Regina, Santa Brígida y la Compañía de México; la Soledad de Oaxaca; Santa Mónica, de Guadalajara; Santa Rosa de Querétaro; Santa Catalina o El Carmen Alto de Lima y tantos otros que contribuyeron al embellecimiento arquitectónico y del arte interior de los nuevos poblados.
La jerarquía masculina se interesó entonces por la expresión de una espiritualidad que comienza a desarrollarse en el siglo XVII y continúa su evolución en los siglos posteriores. Sermones panegíricos, crónicas conventuales, y biografías se multiplican en este tiempo logrando el reconocimiento y la aceptación de las monjas y las beatas dentro de los cánones de la ortodoxia. La movilización de cientos de mujeres hacia los establecimientos conventuales, y la proliferación de los escritos femeninos indican una nueva ubicación de la mujer en la sociedad hispanoamericana.
Según Asunción Lavrín se pueden distinguir tres modalidades de escritura en los textos religiosos producidos por monjas y beatas:
1-La autobiografía o Relación Autobiográfica, producto de una orden del confesor, quien le entrega papel, pluma y tinta para llevar a cabo dicha penitencia. Esta modalidad fue uno de los tipos de textos más comunes que escribían las monjas a sus confesores y la que puede ofrecernos información sobre la vida interior y a la vez sobre la vida cotidiana de las reclusas.
2-El diario espiritual que revelaba la vida interior de la religiosa en un ejercicio ordenado como evidencia de sus experiencias místicas.
3- Las cartas escritas a terceros que describían asuntos personales o aquellas que recogían la vida cotidiana y los aspectos de la vida conventual y otras que venían a erigirse como epistolario espiritual, pues se referían básicamente a sus atribulaciones, dudas y temores.
Al respecto leemos en la Introducción de “La escritura femenina en la espiritualidad barroca novohispana”, obra editada por la misma autora:
“Fue entre los siglos XI y XIII que cobró importancia en la cultura occidental la mística y la ascética, y su modelo de difusión y de edificación cristiana fue la hagiografía. Éste era un género que combinaba lugares, personas, temas, hechos reales y sobrenaturales de acuerdo a un esquema conceptual de virtudes y milagros que fueron plasmados más tarde en los ya conocidos escritos de los místicos españoles de los siglos XVI y XVII cuyos textos fueron sancionados y difundidos por las reformas emanadas del Concilio de Trento (1545-63). Esta tendencia también pasó al Nuevo Mundo y aquí la fuente documental más importante fueron los escritos biográficos, autobiográficos y epistolares producidos en el ámbito monástico, que recientemente están siendo objeto de estudio en el campo de la historiografía contemporánea” (Lavrin y Loreto http://www.cervantesvirtual.com)
En cualquiera de las modalidades que la escritura místico-religiosa adoptara, mostraba una manera de expresión femenina, aún cuando las mujeres tuvieran que utilizar ciertos mecanismos estilísticos y retóricos para disimular sus ideas y adaptarse a los cánones impuestos, además de dar sus escritos a consideración de confesores para cumplir la “obediencia” y obtener así el permiso para poder expresarse.
El “Manual del Inquisidor” hacía unas descripciones tan minuciosas de las más inverosímiles herejías, que otra convención del género autobiográfico en las monjas era un recurso que el mismo manual adjudicaba a los herejes: declararse por completo ignorantes, ponerse a merced del confesor. Aún así, la escritura de las religiosas fue el descubrimiento de un mundo propio que, a pesar de restricciones impuestas por la Iglesia, logró expandirse y además insertarse en su tiempo.
Asunción Lavrin subraya al respecto que en los escritos conventuales es común encontrar hechos
“…sobrenaturales, experiencias asimilables a la mística, éxtasis”, las religiosas solían también profetizar, anunciar muertes, hacer milagros de alcance doméstico, ver al demonio y hacer viajes espirituales a países remotos.” (Lavrin y Loreto http://www.cervantesvirtual.com)
Inés de Asbaje y Ramirez de Santillana (México, 1651-1695) (Sor Juana Inés de la Cruz)
Imposible dejar de nombrar, aunque sea de forma somera a esta conocida mujer que Adriana Valdés cita en su tercer grupo y aquí incluiremos en el de la Literatura de época, que a nuestro entender cabe también ser nombrada dentro de la Literatura conventual por ser éste el medio del cual se valió para desarrollar su obra que luego sí, superaría los preceptos válidos para sus pares religiosas. Fue la mayor figura de la poesía culterana, un espíritu teórico de la más neta formación intelectual, una mujer de personalidad curiosa y aguda, devorada por la pasión del conocimiento. Se dice que a los tres años ya sabía leer y más tarde, enterada de la existencia de la Universidad de México, insiste ante su madre para que la envíe a estudiar con traje de hombre.
A escondidas aprende latín y lee a los poetas clásicos en la biblioteca de su abuelo materno. A los dieciséis años ya es famosa y deslumbra por su inteligencia en la corte del Marqués de Mancera.
Juana, suponemos con bastante certeza, es una de las mujeres que decide situarse detrás de la vida del convento para gozar el privilegio de dedicarse a leer, estudiar y escribir. En 1667 ingresa en la comunidad de las carmelitas descalzas, pero la dura disciplina impuesta no se adviene a su salud y pasa al año siguiente al convento de San Jerónimo donde profesa. Su pasión intelectual la lleva a reunir una biblioteca de cinco mil volúmenes, instrumentos de música, astronomía y algunas piezas de arte, compone obra literaria y está en constante correspondencia con las figuras más eminentes del Méjico intelectual.
Su obra literaria se puede clasificar en tres partes:
1)La poesía doctrinal: “El caracol”, “Primero sueño”
2) El drama: Las comedias “Los empeños de una casa”, “Amor es más laberinto” ésta última en colaboración con su primo Juan de Guevara, y los autos “San Hermenegildo” y “El cetro de Joseph”, que junto a “El divino Narciso”, paráfrasis de “El cantar de los cantares”, componen un conjunto de verdadero despliegue literario.
3) Su obra lírica donde a través de las conocidas redondillas, los romances y las décimas, se luce con gran desenvoltura.
Hacia 1960 comete un inadmisible error, se atreve a rebatir con juicio seguro a uno de los elocuentes sermones teológicos del jesuita Antonio Vieira, prestigioso sacerdote del mundo hispano portugués, produciendo el consabido escándalo. La Carta Athenagórica fue escrita en noviembre de 1690 como una crítica al sermón de Mandato sobre las finezas de Cristo.
La Carta y su posterior enfrentamiento a su superior a través de juicios irrebatibles, le granjearon reproches y órdenes para que dejara de escribir, se la obliga a reducir la biblioteca, aminorar los estudios y consagrarse a la penitencia. Desalentada, durante una epidemia de la que no toma ningún resguardo, se deja morir joven, de una muerte buscada y violenta que es el corolario de una vida oprimida que se repetirá a lo largo de la crónica de muchas mujeres que escriben. Veamos este fragmento:
"Entreme religiosa, porque aunque conocía que tenía el estado de cosas( de las accesorias hablo, no de las formales) muchas repugnantes a mi genio, con todo, para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba mi salvación, a cuyo primer respeto (como al fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio, que eran de querer vivir sola, de no querer tener ocupación obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros.” (Sor
Juana Inés de la Cruz http://www.ensayistas.org/antologia/XVII/sorjuana/sorjuana1.htm)
Un caso más cercano y menos conocido es el de Ursula Suárez (Santiago, Virreinato del Perú, 1666 - 1749) religiosa y escritora chilena que ingresó a los doce años de edad en el monasterio de las clarisas, en el que permanecería durante toda su vida. También sabemos que ocupó todos los puestos de privilegio dentro de la jerarquía de un convento: fue Provisora por un año en 1685, Definidora en 1687, Vicaria (1710-1713), Abadesa (1721-1725).
En su “Relación Autobiográfica” relata su vida hasta los cincuenta años, escrita a instancias de su confesor al que debe “obediencia”, como sabemos fuera de rigor entre las religiosas. El texto posee un desarrollo que va desde el entorno del mundo familiar a la soledad e individualidad interiores. La relación comienza con la historia de infancia de Úrsula, de su familia, sus andanzas por las casas de parientes y por la ciudad, para concluir con el relato del castigo del cual fue objeto, sus sueños y su enfermedad en la celda, elementos que la van concentrando cada vez más en ella misma, en su deseos y temores. Profetiza primero que va a ser monja a pesar de la oposición de su madre, anuncia la muerte de su padre, ve al demonio en un espejo y hace un viaje espiritual a China. También tiene experiencias místicas, todos los diálogos con Dios que relata en su discurso son cuestiones atribuibles a la “conciencia femenina” de su época.
Escrita en un lenguaje informal, aunque culto, la obra cuestiona también algunas normas de su tiempo, tanto en lo religioso como en lo civil.
El manuscrito fue concluido cerca del año 1732 y no fue publicado hasta 1984, en una edición conjunta de la Biblioteca Nacional, la Universidad de Concepción y la Academia Chilena de la Historia.
“Cuando referí esto al padre Viñas me dijo: „Y no tiene güesos‟; yo le dije: „Sí se los oí sonar‟. „No tiene güesos volvió a replicar‟. Yo callé y no le pugné más. No cabe aquí otra cosa. Envíeme vuestra paternidad papel y la pluma, con las órdenes de su agrado, en que tenga el gusto de obedecerle, como tan de mi obligación, y encomiéndeme a nuestro Señor para que asierte a servir a su Divina majestad y corresponder a sus beneficios, como tan obligada” (Suarez 270)
LAS BEATAS
Según algunos historiadores el origen de las beatas se asociaría a las beguinas, grupos de mujeres cristianas laicas que habitaban en comunidades autónomas ubicadas cerca de hospitales e iglesias. Se dedicaban a orar, hacer tareas varias manuales e intelectuales y sobre todo a ayudar a los necesitados. Una carta fechada en 1065 las localiza en Bélgica, en la zona de Lieja, desde donde el movimiento se difundiría a varios países de Europa pasando luego a América.
Denuncias de herejía por parte de la Iglesia llevaron a muchas de sus integrantes a ser condenadas, como es el caso de Margarita Porete, quien tras la escritura de su libro “El espejo de las almas simples” fue quemada viva en la hoguera durante el S XIII. Aún así las beatas se expandieron durante dos siglos alcanzando gran trascendencia, hasta que en el SXIV el “Manual de los Inquisidores” las incluyó entre los herejes por considerar que desafiaban la organización eclesiástica, reconviniéndolas a seguir la tercera orden de San Francisco que consistía en el hábito con capucha que les ocultaba parte del rostro.
Las beatas frenaron su expansión optando por convivir y adaptarse a ciertas normas católicas para asegurar la subsistencia de su movimiento.
Francisca de los Ángeles fue beata de la Tercera orden de San Francisco. A su importante labor con los clérigos del lugar se añadió su iniciativa y liderazgo para fundar el beaterio de Santa Rosa Viterbo Había nacido en 1674, hija de madre criolla y su padre un mestizo, perteneciente a una clase social de muy bajos recursos.
“A lo largo de su vida Francisca de los Ángeles siguió siendo un personaje de relieve dentro de la cultura religiosa de Querétaro, primero en su papel de visionaria y consejera espiritual del público; y segundo en su papel de fundadora y directora del Beaterio de Santa Rosa de Viterbo, que durante el siglo XVIII vino a ser una de las más notables instituciones religiosas para mujeres en la colonia. Para los historiadores modernos, Francisca dejó sus cartas que cubren la mayor parte de su vida, de 1689 a 1736. Escritas a sus confesores y amigos las cartas narran el desarrollo espiritual de una joven visionaria con confianza en su privilegiada relación con el mundo divino, al de una mujer más austera imitando la pasión de Jesucristo. Al mismo tiempo, cuentan la vida cotidiana de la época y sus rutinas. Esta mezcla de información nos da una imagen fascinante de una experiencia personal, y de la cultura popular de la época barroca." (Lavrin y Loreto 207)
ÁNGELA CARRANZA, LA ILUMINADA
También Argentina contó con la presencia de una beata ilustre oriunda del interior que reivindicó la santidad de un indio, criticó los abusos del clero y se atrevió a opinar sobre los dogmas. No cabía para ella otro destino que el silencio.
Había nacido aproximadamente en 1642, en la ciudad de Córdoba, entonces parte de la provincia del Tucumán. Declaró ser hija legítima de don Alonso de Carranza y Mudarra, español, caballero de la Orden de Santiago, y de doña Petronila de Luna y Cárdenas, natural de Santiago del Estero (Tucumán). En sus declaraciones agregó ser cristiana, bautizada y confirmada, y doncella.
Cerca de sus veinticinco años se trasladó sola a Lima, sin marido ni dote, entregada a un profundo misticismo que la llevó a tomar el hábito como beata Agustina, por esta elección no estaba obligada a vivir en forma conventual ni apartarse del mundo. Era la única manera de mantener su independencia frente a la Iglesia y la sociedad y lo hizo bajo el nombre de Ángela de Dios.
Ángela expresó tener visiones y en algún momento declaró oír una voz que
“le parezió ser la del Señor que le dixo no te tengo para casada y otras vezes oía una voz frequentemente que le dezía sígueme". (Toribio II)
Se le atribuyeron muchos milagros, tantos que la gente, sin distinción de clases se disputaba sus reliquias que llegaron hasta Roma. Adquirían hasta sus uñas como amuletos atribuyéndoles poderes sobrenaturales.
Como era de rigor entre las mujeres religiosas, Ángela Carranza eligió entonces al fraile agustino Bartholomé de Ulloa para tenerle "obediencia". De allí en adelante, y de acuerdo al consejo de éste, la beata sólo hablará de sus reflexiones y de sus arrobos místicos con él quien la insta a escribir sus revelaciones. Lo reemplazaría Agustín Román, también agustino, y más tarde Ignacio de Ixar, cura de San Marcelo. La presencia de estos clérigos, según las propias palabras de Ángela, garantizaba el buen camino de su experiencia mística y "…corría con seguridad de conzienzia" (Toribio II)
Sus abundantes escritos en materias teológicas fueron el resultado de quince años en los que se sabe por sus declaraciones, redactó quince libros, compuestos de quinientos cuarenta y tres cuadernos, con más de siete mil y quinientas fojas, cuyo asunto principal era el misterio de la Concepción purísima de Nuestra Señora, y, decía:
” …se encaminaba a que por sus escritos había de declarar la Santa Sede Apostólica por de fe, y que para este fin la había Dios elegido singularmente, constituyéndola maestra y doctora de los doctores.” (Toribio II)
Según los cuadernos y las propias declaraciones, la beata recibía las revelaciones divinas durante sus arrobos místicos que se llegaron a suceder a diario. También experimentaba “transportaciones” que la llevaban a otros lugares. Como ya expresamos con anterioridad, este tipo de experiencias fueron comunes en los místicos y santos de la época y de periodos anteriores.
También se le atribuían poderes especiales en el terreno de lo profético, anunciando desgracias y buenaventuras.
La beata, al igual que otras muchas de distintos lugares, se conectaba con “los alumbrados” sociedades religiosas que no constituyeron un movimiento unificado. Sánchez Dragó los describe como brotes de grupos e individualidades en Castilla y Andalucía y otros transplantados a Hispanoamérica donde todos sus seguidores perseguían el mismo fin: la vivencia directa en su relación con la divinidad no intermediada por las jerarquías eclesiásticas, la valoración del sentimiento más que lo ritual y una fuerte relación afectiva con Cristo y la Virgen María. Ese movimiento creemos, determinaba en sí mismo una religiosidad de enfrentamiento con el poder absoluto de la Iglesia.
En 1689, la Santa Inquisición detuvo a Ángela Carranza acusada de no guardar los votos de obediencia, pobreza y castidad. Porque no sólo de la Concepción Purísima trataba Ángela en sus escritos, a la beata le inquietaban también las penurias de su entorno, cuestiones que para sus superiores fueron pasibles a castigos por mal comportamiento.
Sus críticas iban hacia la vida conventual, a la jerarquía eclesiástica, a la Inquisición, que ella llamaba “cueva de ladrones”, (Toribio II) al gobierno colonial “…lleno de injusticias, codicias, tiranías y ventas de oficios” (Toribio II), a la monarquía, a los virreyes españoles y a los funcionarios por sus abusos de poder “no tienen otra mira que al dinero y pervertir la justicia” (Toribio II)
Ángela se hizo notar por su piedad, sus visiones, su inclinación al razonamiento teológico y al debate de cuestiones eclesiásticas. Ella sostenía que en sus diálogos con el Señor Él llegó a decirle: “Con el amor que te tengo no reparo en nada” (Toribio II)
Su principal acusador, el inquisidor Francisco de Valera, manifiesta en actas que funcionarios y dignatarios destacados consideraban una distinción al trato con la iluminada, ya que Ángela orientaba tanto a los poderosos como a la gente común con sus consejos y visiones, pero acusa a esta mujer con acceso a Dios como una mistificadora que Satán utilizaba para adiestrar el mal.
Durante su proceso inquisitorial actuaron como calificadores ocho sacerdotes de todas las órdenes, excepto de los propios agustinos, que leyeron, registraron en actas y analizaron durante tres años los cuadernos de la beata, así como las declaraciones de ciento treinta testigos.
Estas autoridades calificaron a sus escrituras como heréticas por sus opiniones a propósito de la Inmaculada Concepción. Otras afirmaciones fueron evaluadas como:
“Malsonantes, temerarias, escandalosas, ofensivas en los piadosos oydos, sismáticas, impías, injuriosas, denigrativas de los próximos, blasfemas, peligrosas, arrogantes, presumptuosas, disparadas, y muchas de ellas abrir al puerta al desemfrenamiento de las costumbres”. “(…) pudiera tenerse por heresiarca famossa, autora de pestilentes doctrinas y dogmatisante” (Toribio II)
Ángela Carranza reconoció con valentía ser autora de cada afirmación escrita en su diario, aunque negó algunas de las acusaciones que se le imputaban, asegurando que lo había hecho en un acto de obediencia, y no por su propia voluntad.
En realidad, el colmo del escándalo no expresado en las actas inquisitoriales fue que se atreviera a escribir y sostener sus aseveraciones. Refiriéndose a Ángela lo dice una vez más el propio inquisidor Valera:
“…lo que más horrible era lo que ocultaba al pueblo y solo había manifestado a sus confesores” (Toribio II)
La Dra. Rocío Quispe Agnoli, una erudita en literatura colonial, señala este otro terreno en el que Ángela Carranza se salió de los roles permitidos a una mujer de su tiempo: el control de su escritura.
“La escritura en la sociedad colonial hispanoamericana fue regulada de manera muy efectiva. Si una mujer escribía, eran hombres (confesores, padres, guías, jueces) los que evaluaban dicha escritura antes de que se hiciera pública y, si era necesario, la reescribían.” (…) “Ángela revierte la jerarquía religiosa que inaugura la relación entre hombre confesor-guía espiritual y mujer confesada / guiada, al reclamar durante su juicio la propiedad
intelectual de sus cuadernos”. (Quispe www.
analesliteraturachilena.cl)
Al culminar el proceso, los abogados pidieron su absolución dado que la acusación de herejía no procedía teniendo en cuenta que la presencia de sus confesores la amparaba por haber cumplido con la “obediencia”. En 1693 Ángela de Dios fue sometida a tormento “puesta en la sincha y ligados los brasos y no más” (Toribio II). Se limitó a decir que no había nada más de lo que tenía escrito y declarado en las audiencias.
Quebrada su resistencia y tras una audiencia voluntaria solicitada en 1694, debe reconocer sus faltas y pedir perdón. En ese mismo año el Tribunal sentencia a la beata a salir en “auto público de fe” que se lleva a cabo en el convento de Santo Domingo.
Carranza fue sentenciada a cuatro años de encierro en un convento, a otros diez años de destierro, a la prohibición de hablar de sus experiencias y a la privación de “papel, tinta y plumas “para que no escriba”. (Toribio II)
Sus quinientos cuadernos fueron quemados.
“…sin que puedan /los fieles/ tenerlos, leer los originales, ni copiados ni traducidos en cualquier lengua que sean, ni venderlos, ni imprimirlos, ni rasgarlos, ni quemarlos, ni referir de memoria lo en ellos contenido, debajo de excomunión mayor, pena de quinientos pesos y otras a nuestro arbitrio, porque así conviene al servicio de Dios nuestro Señor y a la mayor exaltación de su fe, y lo contrario haciendo, procederemos contra los inobedientes y rebeldes como contra personas que sienten mal de las cosas de nuestra santa fe católica, apostólica y romana” (Toribio II)
Esta política de silenciamiento femenino fue tan eficaz que consiguió instalar en el recuerdo a otras personalidades religiosas más sumisas al orden eclesiástico. De Ángela Carranza, que ha sido olvidada casi hasta hoy en nuestra Argentina, su tierra natal, poco se ha dicho o escrito, solo hallamos una mención de
Sarmiento en “Recuerdos de provincia” y lo hace con un profundo desconocimiento de los hechos, para ridiculizarla.
Pudo haber sido nuestra santa Teresa quien gracias a su inteligencia y sus trabajos fue declarada doctora de la Iglesia, una mística de la literatura femenina, nunca lo sabremos.
Su osadía fue haberse enfrentado al orden establecido y peor todavía haber opinado por escrito en una época donde la lucidez y la libertad femenina de pensamiento no estaban permitidas.
Seguramente sofocada por tanta mordaza y a semejanza de lo sucedido con sor Juana murió al poco tiempo, en el año 1698.
NOTA
Para desarrollar el relato de convento nos referimos a la clasificación que propone Adriana Valdés
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María Amelia Diaz. Docente Bibliotecóloga. Miembro de SEA.Socia Honoraria de SADE. Poeta, narradora y ensayista. Dicta Talleres literarios en Secretaria de Cultura de Morón y particulares. Publicó nueve libros de poesía y uno de cuentos. Participa en Tomo I, Poesia Argentina Contemporanea (Fund.Arg. para la Poesía), Tomo IV Entrevistas a Escritores Argentinos (Calameo) y Tomo el VI de Documentales, entrevistas a escritores argentinos, de Rolando Revagliatti. Traducida al italiano, inglés, francés catalán, hindi, árabe y mandarín, integra antologías nacionales e internac. (Algunas de ellas: Antología sin Fronteras. Ed. Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. México, Alba de América. Ed. Instituto Cultural Hispanoam. California, Poetas argentina amigos de Marruecos: Antología poética Ed.Embajada de Marruecos en Argentina, Antología poética comp. por Li Kuai.Shien (China) Grito de mujer, Mujeres Poetas Internacional, Rep. Dominicana). Editó la revista cultural “Sofós” y las antologías “Poetas sobre poetas” I, II, III y IV. Fue presidenta de SADE Oeste. Coordinadora de Cafés Literarios. Miembro de la Comisión Organizadora Encuentro de Escritores de Morón. Distinguida por su trayectoria por la Secretaría Culturales de los Municipios de Morón (1995) e Ituzaingó (2014) y la Asociación Latinoamericana de Poesía (2011). Premio Talleres Sociedad Argentina de Escritores 1996. Mención Honorífica Poesía Ciudad de Buenos Aires Bienio 2008/2009. Premio Ensayo Gente de Letras 2012 y 2017. Ciudadana Distinguida Santa Rosa de Ituzaingó 2013. Mención de Honor Cuento Faja Sociedad Argentina de Escritores 2015. Distinción APOA por Labor literaria 2017. Mujer Destacada en Cultura Municipio de Morón 2017. Premio Fundación Argentina para la Poesía 2018, Diploma de Honor Mujer destacada en la Cultura Foro Femenino Latinoamericano 2019.
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Semblanza y fotografía proporcionadas por María Amelia Diaz.
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