Preámbulo
El bicho que se inventó Kafka vive al lado mío
enseñando los misteriosos secretos del ocaso
con dedos de trigo como antenas,
ha descubierto que el cosmos se acumula
y modula datos de conciencia que moldean tu cara
como aroma de chocolate rancio.
Desde la ventana entreabierta
observo cómo mueve su aguijón
y absorbe el líquido que anega de tedio
las ideas en la mente sobria.
Con la grafía que deja en el cristal
me enseña a burlarme del matamoscas,
y de las ganas laborales que zumban cuando duermo.
Escarabajo
Soy un escarabajo feliz,
canto solemne por las estancias elegantes
y de los confines me traen
el oro y la plata que decoran mi estancia.
El altar que me han hecho los egipcios
me defiende de la muerte,
en mis huellas los sacerdotes milenarios
descifran el tiempo con báculos de asombro.
A diferencia de la gente,
como mierda por placer.
A veces debo trabajar,
me atan con una cuerda a una estaca
para que regrese al empleado fugitivo,
cuando me sueltan me regalan un terrón de azúcar.
Soy sagrado intocable.
Pobres humanos,
viven peor que insectos.
Abeja
Con cánticos secretos
eleva pistilos y hace ofrendas de poder
al baile que alaba la vida.
Si cierras los párpados percibes cómo cose
las alas de las plantas
y las impulsa al sueño.
Y no es Emily o Szymborska,
es la abeja
que lleva los jardines a cuestas.
No me importa su aguijón,
el canto amarillo que entona
me transporta a conciertos antiguos.
A José Ángel Leyva
Erotismo salvaje
Tiendo la palma y recojo del río algo de agua,
el éxtasis se expande,
una ninfa acaricia con su torso las líneas de mi mano.
Cierro los párpados
al oír la melodía que estremece,
la melodía que tensa al silencio
y lo torna ímpetu.
La ninfa despierta el secreto,
del follaje abre el aroma
y me muestra el elixir del otro fluido.
Con eso basta.
Con eso basta.
La retorno a su enjambre,
debe saciarle a otro
la sed de un día.
Para Alberto Rahal y sus ninfas
Moscas
Cómo revolotean las moscas sobre la comida,
tan sinceras en sus apetitos,
no admiten los estorbos de la urbanidad.
Qué sería de nosotros sin las moscas,
No comeríamos sus larvas en las carnes descompuestas,
ni beberíamos los efluvios de sus lenguas
cuando nos acompañan a tomar la sopa.
Somos tan parecidos a las moscas,
cenamos a la misma hora,
comemos en el mismo plato,
nos gustan las mismas viandas.
Son bonitas las moscas,
siempre vestidas de negro,
me recuerdan los matrimonios elegantes,
las ceremonias fúnebres.
Luciérnaga
Un secreto la obliga
a cantar cuando en la noche el silencio crepita
y el ambiente se hace leve entre la piel.
Si navego a su ventana
se apagan todos los bombillos del universo,
avanzan los latidos desbocados.
Ningún telescopio nos puede acercar
a sus destellos,
a su esencia firme de aire quieto.
En cada latitud los niños las atrapan en los frascos,
luego lloran cuando viejos.
Su metáfora prende la oscuridad,
la hace más profunda.
A Carlos Flaminio Rivera
Cocuyos
En el sauce la luz descansa de su viaje,
saluda a las nubes
y se echa a dormir.
Bajo el nogal
un haz de luna cocina silencios,
reposa sobre la cabeza del niño
que come sus bayas.
En el magnolio un cucarrón
canta velas amarillas,
alumbra los sueños que pasan.
Una oruga juega con la brisa,
trae melodías que trepan por las faenas del tiempo.
Y de todos los árboles
la banda de cocuyos maromeros
desciende de rama en rama
cantando mambos de fuego,
el viento se deleita y aplaude con las hojas.
Mantis religiosa
Oran, no para estar en paz con el aire
al implorar por sus vidas,
siempre juntan las manos y con címbalos evocan
el arribo cansino de su presa.
Desde el púlpito miran en torno
—como ocultas bajo un ajuar de hiedras y narcisos—
suplicando que alguien sucumba en su rosario de espinas.
Sin necesidad de sotana,
empiezan la cena con la cabeza de sus víctimas.
Fueron hechas para los confesionarios,
con el oído pegado al tórax
le sacan provecho a las voces del viento.
Qué sería de las beatas sin las mantis,
no matarían a sus machos
ni se comerían vivos los críos de sus comadres.
Científicos
El zancudo se acerca al tímpano
a estudiar el eco que navega en la oreja
como un velamen derretido de insomnio.
Examina la cucaracha las ruinas del hambre
que se hunde hacia el bostezo de la noche.
La hormiga recorre los mesones,
elabora listados de latón
y examina la ausencia.
En pareja las polillas recortan
fragmentos de telas y de libros,
estudian cómo se abriga la desesperanza.
Con finas redes la araña pesca del aire
los sueños que nadan en la oscuridad
y nos hacen triste la apariencia.
Los insectos nos estudian,
con aguijones toman muestras,
quizás no somos un hábitat seguro.
A Celedonio Orjuela Duarte
Jaime Londoño. Escritor, traductor, editor, y profesor. Cum Laudem Magister en literatura. Desde 1997 dirige el taller de poesía en el parque de Usaquén en Bogotá. Ha publicado los libros de poesía Hechos para una vida anormal, Alquimistas ambulantes, Mago solo hay uno, Fantasmas S.A., De mente nómada y El secreto de los insectos. Sus poemas aparecen en diversas antologías y el libro de relatos Sinapsis delirante. Tradujo del inglés El alma del hombre bajo el socialismo de Oscar Wilde y Gaspar de la noche de Aloysius Bertrand. Dicta talleres de poesía implementando su método Conciencia de los sentidos, que comparte con niños de las veredas colombianas.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Jaime Lodoño
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Juan Eugenio Mejía Peláez (martes, 18 octubre 2022 12:07)
Oh!!!La entomologia que gran maestra....