Sobre un puerto donde por
fin pude anclar
De alguna manera
todos somos sobrevivientes.
Más de alguna catástrofe ha crecido en nuestros ojos.
Pero también siempre hay algo que salva.
Me sostengo en tu cuerpo como una balsa que lleva
profundas cicatrices,
muelle donde dibujo como un mapa itinerario de
salvación,
con un lenguaje que solo nosotros comprendemos
y derrota todas las noches.
Mi cicatriz se ha anclado en tu boca
sitio donde siempre dibujaremos el mar.
Algo se rompe en una mujer
en cada estación de invierno
Vivimos en un paisaje que almacena rostros, acaso llegue un día donde podamos comprar algunas verdades, para dividir la vida, para que no deje de pertenecernos o que nadie pueda advertir que aun nos pertenece.
Es un invierno precisamente, donde las mujeres nos pasamos los siglos tomando la medida de los astros y es desde nuestros pechos desnudos que regresamos a ser vírgenes, nuestra piel soporta el dolor del mundo.
Nos esperan las estaciones, las diminutas ventanas de una casa habitada por episodios de silencios. Es en invierno que algo se rompe, lentamente, y parece que no nos damos cuenta.
Un viaje cerca
del Mediterráneo
Siempre me veo cantando, aún sobre el mapa de la tristeza. Las canciones nunca se acaban y el pasado es una sinfonía escrita en piedra.
¿Cuántos secretos ocultan los granos de arena?
¿Cuántos universos escondidos son juegos artificiales en el vientre del desierto?
La visión de un mundo que atesoro en postales, se cruza con la del camello que pasa por el ojo de una aguja, y mi audacia de atarme al vuelo del Ibis contrasta con que tengo las medias rotas y el corazón parchado.
La nostalgia es, sin duda, un tercer ojo donde confluyen todos los sueños, y hoy me he levantado en medio de la noche a arrojar mi cara frente al espejo. Pienso en el otro lado del mundo, en reinas que con leche curan las marcas del tiempo y con veneno alivian las traiciones a su corazón.
La memoria es una escalera triangular apoyada en el cielo. Y la ciudad no está tan sola como imaginamos, a veces es una enorme tumba. Después de todo siempre hay alguien que visita a los muertos, y su canto se desliza en esa golondrina que después de bordear el Mediterráneo sigue silbando una melodía, que nada tiene que ver con el mar.
Diario
6:20 pm – Llego a casa y expulso mis tacones de 12 cm de altura. Siento la necesidad de hacer algo preciso.
7:00 pm – Me desenredo, me busco entre un manojo de carne y de huesos.
8:35 pm – Huyo del vértigo de la conciencia y tomo el control del audio, San Smith, Everlast, Cat Stevens, Radiohead.
9:30 pm – Hago una autopsia de mi caricatura. Abrazo el centro del espanto.
10:30 pm – Adelanto los años. Quiero perpetuar la costumbre de buscarte en el epílogo del mundo.
12:pm – Dormir, despertar, insomnio. Defiendo tu luz de esta sombra.
La abuela
Desperté con la imagen de mi abuela, colocando galletitas en la mesa y explicándome cómo ahuyentar la tristeza desde la forma de mirar.
Siempre me dice que llegamos del oriente, ahí donde despierta el sol, y que por eso llevamos la luz en nuestro pelo, como un incensario precolombino.
Que no debemos dejar que nos la roben, que la migración es tan antigua como la historia y que la fortaleza se nota en la forma de acariciar flores.
Solo quiero decir que el jardín amaneció lleno de asfalto y que a pesar de eso todavía en las trenzas de mi abuela se esconde una cigarra que canta, canta, canta.
Fuego y jazz
Poco puede hacer una mujer sin voz
quizás dibujar caminos en el polvo de los objetos de su casa
u observar sus actos como descripciones apócrifas.
Poco podía hacer esta mujer sin grito dentro,
confieso que me he encontrado.
Nena contaba que mis antepasados cruzaron el océano,
la travesía histórica por el estrecho de Bering.
Mujeres misteriosas con cabelleras encendidas
y una cruz de sacrificios envuelta
en pañuelos cuadriculados.
Les colgaban de sus ropas mapas y brújulas
y tenían en sus trenzas grillos que cantaban jazz o algo parecido.
Todavía se asoman sus caras en mis gestos,
son los nenúfares azules en mis amadas
fotos de Matisse.
Con todo el sentido común me iniciaron
en el arte de la premonición
me heredaron velitas blancas y estrellas de mar
y les debo cada letra
de mi atormentado vocabulario.
Mi voz es ahora una llamarada que en algún
momento sonará como un jazz.
La memoria pudo
salvarnos
Hay cosas que guardo en poemas para nunca olvidarlas
como aprender a respirar los destellos que deja la memoria
en un manojito de flores
y el hecho de que aprendiste a llover
solo porque te lo he pedido.
Te hablé esa tarde del frío
que se quedó en la montaña
y me abrazaste tanto
que todavía tus brazos entibian mis futuras sombras.
Te muestro el cielo y las constelaciones,
hacemos planos de un suspiro.
Olvido por un momento que todos los
misterios del universo están resueltos
en cada orilla de tus pequeños lunares rojos.
Abrir de nuevo la vida puede durar el tiempo de escribir un mensaje
y de nuestros nombres no debo olvidar
que uno a uno fue quemándose,
como un milagro,
dentro de dos tacitas de té.
Estos poemas forman parte del libro Arde mi vientre, publicado por Ediciones Malpaso, (Inversiones Culturales Honduras), Estados Unidos, 2022.
Perla Rivera. Honduras. Docente, poeta. Especialista en Literatura por la UPNFM. Maestrante en Literatura Centroamericana en la Universidad Nacional Autónoma de
Honduras.
Ha publicado: Sueños de origami 2014, Nudo 2017, Antologia Personale 2019, editada en Venecia, Italia, Adversa 2019, Monterrey México, He sido un pájaro 2021, El Salvador, Arde en mi
vientre 2021, Honduras, Cementerio de plumas, Toluca México 2022.
Ganadora en la Convocatoria de la Editorial Universitaria UNAH, 2019 con su libro de poesía: El abecedario del frío.
Invitada a festivales y encuentros de poesía en América Latina y Europa. Publicada en revistas y Antologías de poesía en Latinoamérica y Europa. Traducida parcialmente al inglés, hindi, árabe,
afgano e italiano.
Semblanza proporcionada por Perla Rivera
Fotografía de Martín Cálix
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Perla Rivera (miércoles, 18 enero 2023 13:28)
Gracias por el privilegio a esta maravillosa revista.