Ensayo sobre William Blake. Por Víctor Sosa

William Blake: Cantando sobre las cosas que vio en el cielo

 El romanticismo nace en Inglaterra y Alemania a finales del siglo XVIII. Es el siglo de la Razón y de dos grandes acontecimientos que definieron el futuro de la humanidad hasta nuestros días: la Revolución Francesa y la Revolución Industrial. El pensamiento crítico de la razón ilustrada inventa la libertad y la máquina a vapor; también inventa la guillotina -aséptica sustitución de las hogueras inquisitoriales- mientras nuevas formas de producción reemplazan el anquilosado orden feudal. La religión -maniatada por el despotismo monárquico y eclesiástico- comienza a perder su hegemonía ante el irresistible ascenso de la modernidad y del pensamiento crítico. Gran paradoja: esa misma crítica que engendra a un Marqués de Sade (acaso la versión más fría de la racionalidad), engendra también a Hölderlin, Novalis, William Blake (acaso los representantes más calientes del irracionalismo), engendra su contra crítica llamada romanticismo.

Importa poco saber si Blake pertenece cronológicamente al romanticismo, más importante es constatar que pertenece en espíritu. Su crítica al racionalismo imperante se alimenta de múltiples fuentes: gnósticos, cabalistas, alquimistas, correspondencias con el pensamiento oriental y griego, Shakespeare, Dante, Paracelso y, sobre todo, Swedenborg, ese visionario que hablaba con los ángeles por las calles de Londres. Como él, Blake fue, desde muy temprano, un visitado por los espíritus, un poseído por la gracia. A los cuatro años ve a Dios desde su ventana observando el entierro de un hada sobre el pétalo de una rosa; a los 8 se le aparece el profeta Ezequiel sobre un árbol del jardín familiar; cuando cumple 10 años muere su hermano Robert y asiste a la ascensión al cielo de su alma; años más tarde, será su hermano quien le revele, en una aparición, la técnica de grabado (impresiones iluminadas) que Blake aplicará en sus aguafuertes y monotipos. Llegada la adolescencia, los contactos con ángeles y arcángeles serán continuos, también con Cristo y sus apóstoles o con figuras históricas como Voltaire y Milton. Acreditar o desacreditar tales prodigios no es el cometido de estas líneas, sobre todo tratándose de un poeta que consagró a la imaginación el sitial que la religión le reserva a la eternidad: "El mundo de la imaginación es el mundo de la eternidad". Blake fue un agraciado, pero a diferencia de su admirado Swedenborg, la gracia para el poeta pasaba por la asunción del mal, de lo abisal, de lo diabólico. En Las Bodas del cielo y el infierno -su obra más importante- queda patente esta alteridad entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás, entre el alma y el cuerpo: "Sin contrarios no hay progresión. Atracción y Repulsión; Razón y Energía; Amor y Odio, son necesarios para la existencia humana." Blake pone en cuestión los códigos de las escrituras sagradas y arremete contra el dogma que disocia alma y cuerpo proponiendo que: "El hombre no tiene un Cuerpo distinto de su Alma, pues lo que llamamos Cuerpo es una porción del Alma discernida por los cinco sentidos, principales entradas al Alma en nuestros tiempos." La rigurosa separación cartesiana de cuerpo y alma se resuelve en la unidad de los contarios, en las bodas místicas de "la Energía (llamada el Mal)" y "la Razón (llamada el Bien)". Blake coincide, en ese sentido, con el Tao de Lao Tsé; con Heráclito; con Paracelso y la doctrina de los dos cuerpos: el visible y el invisible; con las tan virtuosas como virtuales transubstanciaciones de la alquimia. Por otra parte, proyecta hacia el futuro una noción de alteridad que se verá encarnada en el pensamiento de Nietzsche, de Fourier, de novelistas como Aldus Huxley, o Hermann Hesse y su pleitesía al dios Abraxas, de poetas como Rimbaud o Jim Morrison, de toda una contracultura que atravesó el siglo XX y se propuso limpiar las puertas de la percepción para asomarse a las realidades infinitas.

Blake, en su radical arremetida contra el racionalismo, postula no una nueva religión sino una nueva religiosidad. De ahí que el ataque también se dirija contra la iglesia y los sacerdotes, contra la institucionalización de la religión y del espíritu que esclaviza al vulgo y sustituye a los antiguos poetas por patrocinadores evangélicos. Blake intenta esa imposibilidad tan cara a los románticos: volver al origen, retornar a la matriz del mito que es sentido último y esencia de toda poesía. El Genio Poético como principio motor de todo lo creado; sólo a través de éste tal retorno será posible. Para Blake, la religión será poesía o no será. Y la poesía será siempre imaginación: creación original, la "parte eterna" del ser. De ahí su decir "que todas las deidades residen en el pecho humano", no porque la imaginación sea una ilusión sino porque es intrínseca y natural creación. Esta idea es de raigambre kantiana: "la imaginación es el poder del alma humana y el que sirve a priori de principio a todo conocimiento", dijo el filósofo alemán, y otro alemán, el poeta Novalis: "la poesía es la religión natural de la humanidad." Sin duda, el romanticismo viene a religar aquello que el pensamiento racionalista desmembró: mitología e historia, religión y poesía, cuerpo y alma, eternidad y tiempo, divinidad y humanidad, cielo e infierno. Pero religar no es disolver o indiferenciar en la madeja de lo único, es abrir vasos comunicantes entre esto y aquello, entre principios y fuerzas de orden contrario. El ser, para Blake, se constituye de una parte proliferante y otra devoradora -cósmico uroboros-, fuente de toda actividad. La religión es un esfuerzo inútil por reconciliar ambas partes, y más que inútil, dañino, ya que si alguien lograra reconciliarlos destruiría la existencia: "¡Jesucristo no quería unirlos sino separarlos, como se prueba en la parábola de las ovejas y las cabras! Dijo: no he venido a traer la paz, sino la espada". Las bodas exigen -antes de la unión alquímica,- diferenciación, dualidad, oposición. Porque "la oposición es verdadera amistad". Nuevamente la religiosidad o mística de Blake rebasa la ortodoxia cristiana impuesta por las iglesias y se constituye gracias al aporte de otros "cuentos poéticos", de sincretismos varios, de paganismos, mitologías, intuiciones brillantes, revelaciones espirituales o -si lo queremos ver de otro ángulo- arrebatada psicosis visionaria. En ese sentido, Blake no está solo, pertenece a esa estirpe de artistas-visionarios que trascienden todo corsé historiográfico y se posicionan -y posesionan- en su "parte eterna", en sus bodas infinitas, en su ágape de uroboros devorador -y pensemos en Nietzsche, Hölderlin, Rimbaud, Van Gogh, Artaud...

Para los románticos el principio de la armonía está en la lucha. Las bodas de Blake son un combate donde nadie gana, o donde el cambio es la única ganancia: "El hombre que nunca cambia de opinión se parece al agua estancada, que engendra reptiles de la mente". Esa dualidad contradictoriamente armónica se refleja en los dos oficios de Blake: el dibujo y la poesía, el grabado y la letra; las bodas entre la palabra y la imagen. En ese sentido, Blake prologa una nutrida tradición de pintores-poetas que pasa por Vïctor Hugo, Dante Gabriel Rosetti, Alfred Kubin, August Strindberg, Max Ernst, Henri Michaux y un largo etcétera. Casi todos, al igual que Blake, artistas visionarios, argonautas de lo oculto, viajeros del infinito turbulento. Es importante subrayar que Blake fue conocido en vida más como grabador que como poeta y que su obra gráfica y pictórica detenta la misma coherencia de postura que su poesía: no someterse a los códigos neoclásicos imperantes donde la razón ahogaba en las aguas del método a la imaginación y sepultaba toda expresión visionaria, delirante, proveniente ya sea del cielo, ya del infierno. La expresividad de Blake no puede comulgar con las tan mesuradas como mensuradas artes académicas; no puede, justamente, por inmensurable, por excesiva, por esa sistemática búsqueda de la eternidad -o del infinito- a través de las revelaciones del cielo y del infierno, quizás dos manifestaciones de la misma energía vital. Gracias a esa constatación intermitente de lo vital -y si damos crédito a las palabras de George Richmond-: el poeta muere el 12 de agosto de 1827, "cantando sobre las cosas que vio en el cielo".

Víctor Sosa es poeta, artista plástico y psicoanalista.

 Nació en Montevideo, Uruguay en 1956. Desde 1983 vive en la Ciudad de México y en 1998 adquiere la nacionalidad mexicana.

 

Recibió el Premio Nacional Luis Cardoza y Aragón para Crítica de Arte (1998), el Premio Nacional de Poesía Pancho Nácar (2000), el Premio Nacional de Poesía Gilberto Owen (2012), el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (2012) así como Mención de Honor del Ministerio de Cultura del Uruguay y de la Intendencia de Montevideo. Obtuvo el apoyo del FONCA en Proyectos y Coinversiones, 2006 y Residencias Artísticas en Canadá, 2008 y Francia, 2011 y 2014. Tiene publicados 15 libros de poesía, ensayo y crítica, entre los que se destacan Sunyata (1992), La flecha y el bumerang (1996), El Oriente en la poética de Octavio Paz (2000), Decir es Abisinia (2001), El Impulso (2001), Los animales furiosos (2003), Mansión Mabuse (2003), La saga del Sordo (2006), El principio de eternidad (2009), Nagasakipanema (2011), Gladis monogatari (2014), los video-poemas México lindo y querido (2010), La palabra (2012) y Ritornelo (2014). Su poesía ha sido reunida en un grueso volumen bajo el nombre de Oroboro (2014).

 

Ha impartido clases en la Universidad Iberoamericana, en el Claustro de Sor Juana, en el Centro de Capacitación Cinematográfica y en la UNAM. Ha ejercido el periodismo cultural en los periódicos Reforma, La Jornada Semanal, Milenio, y en las revistas Vuelta, Letras Libres, Universidad de México, entre otras nacionales y extranjeras.

 

Es creador del Laboratorio de Escritura Autobiográfica, así como de Escritura Emocional Expresiva –método terapéutico basado en la externalización de los afectos a través de la escritura–, y fue fundador de ZONaUNO, Seminario Permanente de Apreciación Poética

 

Tomó el Entrenamiento en Psicoterapia e Hipnosis Ericksoniana con la Mtra. Iris Corzo y el Advanced Techniques & Art in Therapy, con Jeffrey K. Zeig, director The Milton H. Fundation, inc., y el Diplomado Conflictos, pérdidas y angustias depresivas, en el Centro Eleia. Actualmente cursa la Maestría en Psicoterapia Psicoanalítica en la misma institución y ejerce la clínica psicoanalítica. Falleció en 2020

 

 Semblanza y foto proporcionada por el autor.

William Blake nació el 28 de noviembre de 1757 en Londres. Como poeta y pintor, grabador e inventor del grabado en relieve, William Blake poseía un regalo que se convirtió en una carga para él. Incluso como un niño pequeño, tuvo visiones místicas de Dios y los ángeles. Sus padres desconfiaban de sus historias y se dieron cuenta de que su hijo era diferente de los otros niños, por lo que él le enseñó en casa. A la edad de 10 años, William Blake sabía que quería ser artista. Sin embargo, la escuela de dibujo era demasiado cara y los padres lo enviaron al grabador James Basire, donde comenzó como aprendiz. Dibujó las trincheras en la abadía de Westminster. El estilo gótico lo inspiró y fue siempre evidente en sus obras. Después de completar su aprendizaje, Blake trabajó como grabador independiente.

En 1779, Blake ingresó en la Royal Academy of Arts. Quería ser un pintor de historia. Pero el presidente de la Academia desaprobó su trabajo y no lo promovió, por lo que pronto terminó sus estudios. Los trabajos de Blake son espirituales y están moldeados por sus visiones. Se inspiró en la Biblia y siempre estuvo en la búsqueda religiosa. Blake también escribió poesía, que también ilustró después. Uno de sus libros más famosos fue publicado en 1789 y fue llamado "Canciones de Inocencia y Experiencia". Uno de los poemas más conocidos del libro se llama "The Tyger".

Sus ilustraciones más significativas incluyen obras sobre el Libro de Job (21 hojas borradas, 1824) y "Divine Comedy" de Dante (1826). Sus obras incluyen: "El Anciano de los Días", "El Dragón Rojo y la Mujer Vestida con el Sol", "El Cuerpo de Abel Encontrado por Adán y Eva".

Blake vivió desde 1800 hasta 1803 en la ciudad costera de Felpham, donde obtuvo el apoyo del poeta William Hayley en una difícil fase financiera. Luego se mudó con su esposa a Londres, donde pasó el resto de su vida. En 1784 incluso fundó una imprenta donde trabajó de por vida. Como un simple grabador e ilustrador de libros, permaneció desconocido e indigente durante su vida. Pero encontró la realización en el arte y vivió muy feliz, sobre todo por el apoyo leal de su esposa. Era un hombre terco que se llamaba a sí mismo medio de espíritus. William Blake murió en 1827. Sus obras no fueron populares en su vida, porque eran diferentes, místicas y formadas por visiones. Solo los llamados artistas prerrafaelistas admiraron sus obras de mediados del siglo XIX William Blake se convirtió en una de las figuras más importantes del arte británico.

 

Fuente de semblanza: REPRODART.COM

Fuente de la imagen: Wikipedia

Escribir comentario

Comentarios: 0