Nocturno del piano
El piano, con su quijada negra, con sus dientes blancos cruzados de gusanos,
canta como un papa melancólico. Sus notas
caen como los huevos del esturión muerto
sobre mi corazón en esta noche.
Mata al demonio del piano, amiga mía, ahoga en su vientre la furia escarlata.
Rompe su levita de caballero velado ;
pero déjame solo, ahorcado en la cama.
El virrey baila el tango mientras lloramos,
agita sus orejas como toneles,
evocando a Francisca, a Leonor, a otras luces devoradoras,
(doblando un pliego de su carne, realizando hechizos sobre el fuego),
pero el piano, mi niña, resuena imperial, desierto, triunfando siempre de la fatiga,
en tanto el virrey ríe, quimérico y hostil, mostrando su halcón de oro.
Mata al demonio del piano, amiga mía ;
escucha cómo resbala sobre los gladiolos, rompiendo
los sacos de la memoria, antiguas sombras, y vacila
como hembra preñada
encendiendo un candil, una muerte nueva en el ciervo blanco del pecho,
una segunda vida que desconozco, y que rechazo
como la horma negra a la nube.
Poema de las manos muertas
Toma mi mano, este hueso que estará un día podrido.
Apriétala, ponla sobre tu corazón mientras dura la noche.
Con ella escribo esta estrofa muerta, reviento una mariposa cada mañana.
Con ella te digo adiós, pájaro viejo.
Mira mis manos. Sólo así comprenderás mi tristeza.
Si te rompieran el corazón, si te comieran el cerebro, tendrías estas mismas manos coronadas de aire invisible, de pámpanos muertos. Con ellas beberías
la sopa enlutada del invierno, rodeado de escarabajos y de hijos.
Perro nuestro que estás en los cielos, ¡defiéndeme estas manos!
Que no se cubran de gusanos sino en la hora
en que los hurones levantan sus patas al tardecer, otras
manos escriban: “fue un extraño salvaje en la tierra”.
Encontrarás mi mano sobre el velador alguna noche,
rodeada de carbón, incapaz de abrazar tu cintura,
agarrando la sombra, el tabaco
del cigarro funeral en el viento.
En mi rostro -despiadado y distante-
hallarás sólo una pagoda de hueso, el resto
de una verdad enterrada.
Padre Mono
Hierático, trascendental, antiguo padre terrestre,
yo te saludo con este fragmento de cola que el tiempo ha respetado,
con esta carcajada sideral debajo del agua negra,
ululante y feroz, en la Bahía de los Hombres.
Yo te pido perdón por tus ojos humanos.
(Perdona mis ojos de mono, mi mirada infinita),
y te ofrezco este nenúfar rojo, este hueso raspado,
para que tu vieja cara de monje
asirio,
salte desde las edades, por sobre la caña pálida,
y estreche la serpiente oscura de mi mano.
*
Raquítico, mordaz, derribando del cráneo de los dioses,
haces sonar el arpa sobre la niebla de los terribles días,
y tu frente de mago terrenal es la epopeya de un lirio seco,
arrancando del sepulcro de las horas. Padre
Nuestro que estás sobre los árboles,
sobre los promontorios de la razón y los ventisqueros,
acércate, bebamos este vermut a solas;
baja de tu árbol, y hablemos largamente
de nuestra hedionda fortuna.
Mercado persa
Entre pordioseros vestidos de mariposas,
y piojos traídos del Himalaya,
contemplo el vuelo del vendedor de ensueños y huevos mágicos.
Hay una parca rodeada de flores,
un asesino, una piedra escarlata,
y yo, pobre, cubierto de manchas de resina,
compro un pájaro en medio de la tormenta,
un ave de pecho seco, como el mío.
Quiero escuchar su trémula voz de difunto,
su quimera en mi habitación, su madrigal de hueso;
sentir cómo se quema su plumaje, mientras me agito en los escombros del sueño,
y levantarme a gritos, como si me hubieran desenterrado,
los ojos puestos al revés, bajo la sepultura.
La cabeza robada
Arrastrándome del cerebro al alma, era el ave aterida de las imprecaciones.
Empujaba estos axiomas negros, como cabeza robada; la conciencia era una yegua amarilla,
un cuajo peludo entre el espanto de las moscas y el hígado
de la eternidad. Venía llorando.
Caí entonces en las duelas de este barril, en un saco profundo, destrocé la nuca
al caballo de las interrogaciones,
y ahora soy un juez de cabellera verde,
un mercader con el rostro cubierto de mariposas,
ofreciendo una tela larga, impregnada en sudor,
una mirada entre los helechos. Me dirijo
a esta nación pálida,
en cuyos acantilados dormí extraviado de rencor,
arrojando un vino helado sobre la ciudad de los perros,
un vino agrio y brutal,
envuelto en un enigma, cayendo siempre, cayendo sobre sí mismo.
¡Y los pelos de la luna tan largos sobre las piedras!
El cristo de los ratones
En esta piel salvaje de llama y rocío,
de arsénico y perros de Pomerania,
esta cabeza doliente, oscurecida por la niebla,
es la testa del Rey de los Judíos.
Desde el costado, una piedra escarlata
invade el aire fúnebre del ropero,
la noche húmeda, la noche en que caí en Versalles,
en el fondo de esta estancia como la oreja de un muerto.
Cristo pálido, pudriéndote en la alcoba,
Cristo con el espinazo quebrado,
las ratas te roen con sus verdes espadas,
con sus guadañas de ancestrales tribus.
En el desván, tus huesos desparramados,
tus muslos recogidos como el topacio oscuro,
entre frascos de creta y belladona.
Eres la increíble señal, el duelo irreconocible de los mundos,
Soy una rata más sobre tus tristes ojos,
sobre tu lengua empapada en vinagre;
rompe por una vez tu orfebrería negra, corre al monte,
y al ácido bagual derriba entre tus patas.
Cristo de la Ratones, Cristo sangriento de la terrible capa,
desciende sobre este fariseo, bebe conmigo una alegre copa,
la copa que romperán mañana tus arcabuces,
esta copa amarilla
en la que bebo hace cuarenta años.
Estos poemas fueron tomados de El libro de los astros apagados, publicado por Ediciones Alerce, Sociedad de Escritores de Chile, 1965.
Mahfúd Massís (1916-1990) chileno, de origen palestino, su poesía evidencia elementos de la cultura latinoamericana y árabe, lo que lo convirtió en uno de los poetas más innovadores de las letras chilenas durante el siglo XX.
1942
Publica Las bestias del duelo y Ojo de tormenta
1953
Mahfúd Massís obtiene el Premio Renovación del Ministerio de Educación Pública de Chile por su libro de cuentos Los sueños de Caín y el Premio de la Sociedad de Escritores de Chile por su ensayo Walt Whitman, el visionario de Long Island
1955
Publica Elegía bajo la tierra
1958
Publica Sonatas del gallo negro
1964
Mahfud Massís obtiene el Premio Alerce, otorgado por la Sociedad de Escritores de Chile, con su poemario El libro de los astros apagados
1965
Publica El libro de los astros apagados
1967
Publica Las leyendas del Cristo negro
1970
Es nombrado Agregado Cultural en Venezuela, cargo que mantuvo hasta el golpe de estado de 1973
1971
Publica Testamento sobre la piedra
1985
Mahfúd Massís obtiene el primer premio en el XII festival mundial de las juventudes por Papeles quemados
1986
Publica Llanto del exiliado
1987
Recibe el premio Augusto Padrón de Macaray, Venezuela, por su libro Este modo de morir
1988
Publica Este modo de morir
1990
9 de abril. Fallece en Caracas, Venezuela, después de un largo exilio
2001
Se publica póstumamente el poemario Papeles quemados
Semblanza tomada del sitio Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile
Fotografía tomada del sitio Medio Rural
Escribir comentario