Contiene una fantasía
contenta con amar decente
Detente, sombra de mi bien esquivo
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.
Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?
Mas blasonar no puedes satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el lazo estrecho
que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.
A su retrato
Este que ves, engaño colorido,
que, del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;
éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores
triunfar de la vejez y del olvido,
es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado:
es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.
Quéjase de la suerte: insinúa
su aversión a los vicios y
justifica su divertimento
a las musas
¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.
Yo no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.
Cadena por crueldad
disimulada el alivio
que la esperanza da
Diuturna enfermedad de la esperanza
que así entretienes mis cansados años
y en el fiel de los bienes y los daños
tienes en equilibrio la balanza;
que siempre suspendida en la tardanza
de inclinarse, no dejan tus engaños
que lleguen a excederse en los tamaños
la desesperación o la confianza:
¿quién te ha quitado el nombre de homicida
pues lo eres más severa, si se advierte
que suspendes el alma entretenida
y entre la infausta o la felice suerte
no lo haces tú por conservar la vida
sino por dar más dilatada muerte?
Encarece de animosidad la
elección de un estado durable
hasta la muerte
Si los riesgos del mar considerara
ninguno se embarcara, si antes viera
bien su peligro, nadie se atreviera,
ni al bravo toro osado provocara.
Si del fogoso bruto ponderara
la furia desbocada en la carrera,
el jinete prudente, nunca hubiera,
quien con discreta mano le enfrenara.
Pero si hubiera algo tan osado,
que, no obstante el peligro, al mismo Apolo
quisiera gobernar con atrevida
mano, el rápido carro en luz bañado
todo lo hiciera, y no tomara sólo
estado, que ha de ser toda la vida.
Muestra sentir que la
baldonen por los aplausos
de su habilidad
¿Tan grande, ¡ay, hado!, mi delito ha sido
que por castigo de él o por tormento
no basta el que adelanta el pensamiento
sino el que le previenes al oído?
Tan severo en mi contra has procedido,
que me persuado de tu duro intento,
a que sólo me diste entendimiento
porque fuese mi daño más crecido.
Dísteme aplausos para más baldones,
subir me hiciste, para penas tales;
y aun pienso que me dieron tus traiciones.
penas a mi desdicha desiguales
porque viéndome rica de tus dones
nadie tuviese lástima a mis males.
A la esperanza, escrito en uno
de sus retratos
Verde embeleso de la vida humana,
loca esperanza, frenesí dorado,
sueño de los despiertos intrincado,
como de sueños, de tesoros vana;
alma del mundo, senectud lozana,
decrépito verdor imaginado;
el hoy de los dichosos esperado,
y de los desdichados el mañana:
sigan tu sombra en busca de tu día
los que, con verdes vidrios por anteojos,
todo lo ven pintado a su deseo;
que yo, más cuerda en la fortuna mía,
tengo en entrambas manos ambos ojos
y solamente lo que toco veo.
Juana Inés de la Cruz, Sor. San Miguel de Nepantla (México), 12.XI.1648 – Ciudad de México (México), 17.IV.1695. Religiosa, jerónima (OSH), escritora, poetisa, erudita, bibliófila,
compositora.
Juana de Asbaje y Ramírez de Santillana (sor Juana Inés de la Cruz) fue hija de Isabel Ramírez de Santillana (fallecida en 1688), criolla, y del capitán español Pedro Manuel de Asbaje (fallecido
en 1669), quienes tuvieron otras dos hijas, María y Josefa María. Su madre se unió posteriormente a Diego Ruiz Lozano. Su fecha de nacimiento aún se discute, puesto que, a pesar del acta de
bautismo de una niña del mismo nombre en 1648, el padre Diego Calleja, quien realizó la primera aproximación biográfica de la monja (Fama y obras póstumas), ofrece como fecha 1651. El hecho de
ser hija natural, frecuente en la época, no parece haberle supuesto un serio problema, e incluso afirma la fuerte personalidad de las mujeres de la familia. Su propia madre, a la muerte de su
abuelo, continuó llevando la hacienda, a pesar de ser analfabeta, así como una de sus tías. Octavio Paz señala que la sociedad novohispana era bastante permisiva en las relaciones ilícitas.
La mayoría de los datos relativos a su infancia nos los ofrece ella misma en su Respuesta a sor Filotea. Destacaba en ella su obsesión por el saber, como demuestra el hecho de convencer, con tres
años, a la maestra de una de sus hermanas para que la enseñara a leer. En 1656, tras la muerte de su abuelo, se trasladó a casa de su tía María —hermana de su madre— y de Juan de la Mata. Hacia
1664 entró al servicio de la virreina recién llegada (29 de junio), Leonor Carreto, marquesa de Mancera. Aprendió en escasas lecciones Latín con Martín de Olivas (a quien dedicó su poema,
“Máquinas primas de su ingenio agudo”), gracias a su confesor —Núñez de Miranda—, quien también la indujo a entrar en religión en 1667 en las carmelitas descalzas de San José, aunque, por una
grave enfermedad y el rigor de la Orden, profesó en el convento de Santa Paula o San Jerónimo. En su Respuesta indicaba: “Entréme religiosa porque para la total negación que tenía al matrimonio,
era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir”. Entre el abandono de las carmelitas y la elección de las jerónimas, regresó a la Corte unos meses. Fue en ese momento cuando tuvo
lugar la anécdota que relató el marqués de Mancera y que recoge Calleja (Fama y obras póstumas): el virrey reunió en 1668 a los cuarenta hombres más sabios de Nueva España para que la examinaran
y dictaminaran si su sabiduría era adquirida o natural “y atestigua el señor Marqués [...] que a la manera que un galeón real [...] se defendería de pocas chalupas, que le embistieran, así se
desembarazaba Juana Inés de las preguntas”.
En estos años fue clave la presencia del padre Núñez —confesor a su vez de los virreyes— quien animó a Juana Inés a entrar religiosa e incluso corrió con los gastos de la fiesta de su profesión
(24 de febrero de 1669). Pedro Velázquez de la Cadena proporcionó la dote y narra González Obregón (Méjico Viejo) que “recibió el velo de manos del canónigo Don Antonio de Cárdenas y Salazar”.
Una buena parte de la crítica insiste en la vida relajada de los conventos. Josefina Muriel, en su estudio de la vida conventual femenina, indica que la celda tenía a menudo dos pisos con una
cocina y una sala. Para su cuidado se les permitía tener esclavas, como lo indica un documento en el que sor Juana vendió a una hermana su esclava mulata, Juana de San José, entregada por su
madre (1669). El provincial franciscano fray Mateo de Herrera quiso limitar el número de sirvientas en los conventos y fracasó al oponerse las monjas, que llegaron a acudir a la Real
Audiencia.
Semblanza tomada del sitio Real Academia de la Historia
Imagen tomada del sitio Real Academia de la Historia
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