Los pálidos
(Fragmento)
I
Vinieron a decirme:
ahora que eres de sal y dura nieve,
nube y espiga firme
que a padecer se atreve
el huracán que nuestro aliento mueve.
Ahora que estás en el río,
de puro cedro, de azucena oscura,
y costumbres de frío
dice tu piel madura,
vas a tocar el rayo que perdura.
Vinieron a golpearme:
los pálidos golpearon en mi oído.
Vinieron a llamarme
desde tan alto olvido,
con tanta luz su acento defendido,
que necesario fuera
morir y más morir, estar muriendo,
para coger la fiera
palabra que bullendo
viene a mí desde mares que no entendí.
Sería necesario
morir de rosa, de sapiente espiga,
agotar el ovario
de la exacta enemiga.
Morir paloma, miel, brezo y hormiga,
Por estrellas tan crueles,
qué temblores de hoja me asesinan.
Qué secretos laureles
el pecho me calcinan.
¡Qué celestiales flechas me adivinan!
II
Esa nieve que sube
mariposas de tímido aleteo.
Ese frío querube
de borrado deseo
que en la garganta trémula paseo.
Esa liana constante
de agua negra, de flor, de herida hilada,
esa liana tirante
de espuma enamorada,
a las raíces de mi voz atada.
Estas hojas inquietas,
buscando en mí sus células esquivas,
sus edades secretas.
Estas ausentes vivas
ardiendo en mis tinieblas sensitivas.
Este anillo, esta rueda,
estos planetas de órbita alevosa;
ocultos en mi seda
su huracán y su rosa
y el arco de su llaga tempestuosa.
¿Eres tú quien gobierna
esta invasora miel, este sentido
de luz mortal y tierna?
¿Eres tú, distraído,
volcándome la muerte en el oído?
¡Eres tú! gobernando
mis corales, mis nieblas zumbadoras!
Tú, que llamas quebrando
la frente de mis horas,
¿no ves la pobre celda en que laboras?
III
Pálido, soy contigo
para el largo panal y el diestro fuego.
Por la niebla te sigo,
entro en tu hálito ciego
y a tus espinas de violín me entrego.
Mírame en mi flaqueza,
fibra de humo y hueso del suspiro.
Endulza la rudeza
de la órbita en que giro,
de esta copiosa estrella en que respiro.
No me niegues tu cara,
resplandor y frontera de mi herida;
porque si se cuajara
tu rosa interrumpida,
si fuera tu paloma detenida;
si tu hierba cortada,
si sufriesen tus águilas clausura,
si cayese quebrada
la pálida escultura
de este mar que en mis manos se aventura;
si tu voz no mordiera
con lágrimas y espumas mi garganta,
esta celeste fiera
que mi sangre levanta
y alcanza tu sonrisa cuando canta,
de granizo y arena,
de miserable témpano secreto
haría su cadena
hasta que un aire quieto
te volcase en la boca su esqueleto.
IV
Rosa de sal, espuma,
brasa de verde miel y ácido diente,
abierta entre la bruma
que sustrae mi frente.
Rizo del mar, cintura de corriente.
Acata tus latidos
mi carne ciega y no pregunta nada.
Fiesta de mis oídos
mi garganta postrada
no puede alzar tu alondra derramada.
Mueven mi lengua impura
los nervios de un clavel que busca el viento
y apenas le asegura
la nube de mi aliento
el fantasma de un frágil nacimiento.
El cedro que resiste
a su lejana lluvia y su colina,
la mirada me viste
y el pecho me ilumina
con fragantes estrellas de resina.
Una gran selva crece
rompiendo mi caliente calavera.
¿Mi sangre te merece,
huracanada hoguera
que levantas mi muerte hasta tu esfera,
y bajas en confusa
deserción tus secretos meteoros,
un pueblo que rehúsa
los funerales oros
y ahoga en mí sus balbucientes coros?
Noviembre 4 de 1941.
Este poema fue tomado de la revista Alfar, número 82, Montevideo, Uruguay, 1943
La poeta Sara Iglesias Casadei nació en Chamberlain (Tacuarembó), próximo a Paso de los Toros, y murió en Montevideo. Pasó en el campo casi toda su infancia. En 1928 se casó con Roberto Ibáñez -poeta, crítico y ensayista- de quien tomó su apellido como nombre artístico. El Consejo de Enseñanza Secundaria la nombró profesora de Literatura en 1945, por la sola calidad de su obra poética. Por lo demás, llevó una vida retraída, centrada en el hogar.
Su primera publicación fue Canto, de 1940, con prólogo de Pablo Neruda quien consideró que ella recogía aspectos de la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz. Su obra, que abarcaría un total de ocho libros –todos laureados en Uruguay- tuvo una importante repercusión con distinciones y elogios. Entre muchos otros, de parte de Gabriela Mistral, y de Jules Supervielle, para quien la obra entera de Ibáñez ‘es una inmensa antología'. En 1941 el Ministerio de Instrucción Pública le otorgó el Premio único y medalla de oro por su Canto a Montevideo. Asimismo, obtuvo el Primer Premio en el concurso organizado por la Academia Nacional de Letras en 1951 con el libro Artigas. Recibió post mortem el Premio Nacional de Literatura por el bienio 1971-1972.
Ibáñez empleó las estructuras formales clásicas de la lírica hispanoamericana, con riqueza metafórica y refinado uso del lenguaje. Algunos críticos han caracterizado su poesía como oscura, inaccesible, incluso hermética. El sentimiento erótico, tan presente en otras poetas del Uruguay, está ausente en sus versos. En títulos como Hora Ciega y Apocalipsis XX mostró una actitud de sensibilidad y atención frente al sufrimiento, el dolor y la angustia de los respectivos tiempos históricos por los que atravesaba un mundo en caos.
Su actuación fue importante en congresos internacionales (de Literatura Iberoamericana, 1953, Por la libertad de la Cultura, 1956, en México los dos; Primer Coloquio de Poetas Latinoamericanos y Alemanes, en Berlín, 1962); en conferencias dictadas en la B.B.C. de Londres, en la Abbaye de Rouaumont (Seine-et-Oise), en Berlín, Jerusalén, Río de Janeiro y, en México, en la Universidad de Puebla, Palacio de Bellas Artes y Galería Excelsior.
En otro orden, escribió ensayos sobre María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini, Rubén Darío, Antonio Machado, Rafael Alberti.
Una sala de teatro lleva su nombre en Paso de los Toros.
En 1973 se publicó Canto Póstumo.
Fuente biográfica: Academia Nacional de letras de Uruguay
Fuente biográfica: Wikipedia
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