Ensayo sobre Sara de Ibáñez por Ramón Xirau

 

HAY QUE ver la obra de Sara de Ibáñez hecha de tierra, panales, viento, aire, Mar del Plata, cálidas formas de flores y aromas, geometrías perfectas. En ella, y continuadamente, un doble aspecto: mundo y sueño, mundo y sueño de mundo. En pocos poetas reunidos y fundidos lo "real" y lo "ideal" la materia y el espíritu:

 

Y por la muda sangre que obedezco

en semillas de arcángel dividido.

 

     Nace la poesía de Sara de Ibáñez en un país de gran poesía y, precisamente, de gran poesía femenina (Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou y, tan cercana en el Plata, Alfonsina Storni). Sin embargo, la poesía de Sara de Ibáñez tiene poca relación con la que escribieron, años antes, las poetisas de su tierra. La raíz de la poesía de Sara de Ibáñez está doble- mente en la poesía clásica castellana -Garcilaso, San Juan, Sor Juana, y, en general el barroco- y en las preocupaciones poéticas que vio surgir entre los poetas que inmediatamente la precedieron -Neruda, García Lorca en algunos romances, tal vez Jorge Guillén, casi seguramente Roberto Ibáñez. La relación Sara de Ibáñez-Neruda queda claramente establecida por el propio Neruda en su prólogo a Canto. Escribe Neruda en 1939: "¡Magnificada mano, sal misteriosa! Ella se forma, en su fondo sin tiempo, endureciendo allí su raíz cereal y la deslumbradora faceta. Ella aguarda su destino, sobrepasa las épocas del vapor y del humo, y cuaja su sagrado mineral en agudas flechas que atraviesan la sangre". Lo mismo podría decirse del Neruda de la primera Residencia. Pero es también Neruda quien ve la clara diferencia específica de esta nueva y sorprendente poesía que integra todo el pasado para hacerlo suyo y vivo y contemporáneo -sólo del pasado es "pasado" lo que no está con los tiempos. Escribe Neruda: "Quien conozca estos productos humanos verá que esta mujer recoge de Sor Juana Inés de la Cruz un depósito hasta ahora perdido: el del arrebato sometido al rigor; el del estremecimiento convertido en duradera espuma". Sólo habría que añadir al nombre de Sor Juana los de los clásicos de Castilla para que la frase fuera exacta del todo.

     ¿En qué consiste este rigor que ofrece, verso a verso, la obra de Sara de Ibáñez? Sin duda, en la devoción de la poetisa por la forma: romances, so- netos, semisonetos, silvas, endecasílabos. Sólo en Miguel Hernández es visible una igual facilidad congénita por integrar las formas clásicas y revivirlas viviéndolas. Pero si la forma es aquí indispensable al a ser la música misma de "cantos" y "pastorales" y "horas ciegas", hay que calar más hondo para ver el origen y el sentido de esta forma precisa, deslumbrante de imágenes y ritmos. No; la forma no se impone a una experiencia; surge con ella y de ella. ¿Cuál es esta experiencia fundamental en la obra de Sara de Ibáñez? Creo que la de una honda estructura en cosas y pensamientos y en la coincidencia de pensamientos y cosas.

 

II

Quisiera recordar dos ejemplos para que se entienda claramente lo que pretendo decir. Cuando se le preguntó a Teilhard de Chardin cómo había pensado en su teoría de la evolución de la materia hacia la Vida y al Pensamiento, contestó en una carta que su experiencia fundamental había sido la experiencia infantil del "brillo de la materia". Cuando Lévi-Strauss quiso explicar las fuentes de su "estructuralismo" las vio en la revelación de estructuras precisas en las capas geológicas y en el paisaje.

     La experiencia de una estructura del mundo y del pensamiento que después resultan en la precisión acerada del verso- deben haber nacido en Sara de Ibáñez de un sentimiento inicial y fundamental semejante a los que describen, en otros campos del saber y del decir, dos hombres que empezaron por ser etnólogos.

     Sara de Ibáñez, sea cual sea su primera vivencia poética de la realidad -y del pensamiento que la piensa-, ve el mundo como estructura, y aun como estructura geométrica. Realidades hechas de relaciones, el campo, la imagen del campo, la tierra y los cielos, se presentan como un universo atado por las semejanzas: como un universo armónico mellado a veces por el envés de las simetrías -la guerra, la muerte y el desamor.

     Se ha dicho que la poesía de Sara de Ibáñez reúne imágenes tan dispares que es a veces difícil entenderlas juntas. Puede ser que esta impresión superficial desoriente a algunos de sus lectores. Dejará de desorientarlos si se concibe el mundo a la vez como vario y relacionado, múltiple y uno; realidad hecha de "correspondencias" como quería ver la realidad Baudelaire. El mundo y la imagen del mundo (el poema) son aquí auténticamente: uni-verso.

     Paso a algunos casos precisos de esta simetría fundamental en la obra de Sara de Ibáñez.

     Al querer definir (la definición aquí "ostensiva" resulta de una capacidad de relacionar objetos distantes) nos revela un nuevo mundo real y fantástico en "la ráfaga" donde "la luz audaz" "abre en su risco despeñaderos a la abeja". Lapidariamente se define la condición humana -condición caída si bien exenta de pecado- como "la mordedura liviana/ que aniquila el paraíso". Esta definición propone un paralelismo preciso entre mito e historia; entre inocencia y caída, uno de los temas fundamentales -si es que puede hablarse de "temas" en poesía- de todo gran poeta moderno.

     "Me quema la geometría" escribe Sara de Ibáñez Este "quemar" no significa solamente que son las geometrías las que acicatean al poeta. Son en este opuestas a las geometrías del mundo; lo que antes caso y por decirlo con toda precisión, las simetrías llamé el "envés" de la estructura del mundo; ausencia y muerte:

 

Ausencia de la criatura

que su nacimiento espera,

de tu nieve prisionera

y de mis venas deudora,

en el revés de la aurora

y el no de la primavera.

 

     Existe un mundo donde cuentan los actos de referencia donde cuentan también las menguas a la vida y al mundo-; existe "otro" mundo, el del misterio, el del no saber, el de la página en blanco, el del mal, que coexiste con nuestro mundo.

     Poco se ha hablado -y si se ha hablado se ha hablado mal de los poemas de guerra de Sara de Ibáñez; poemas escritos durante la Segunda Guerra Mundial y publicados en Hora ciega. Hay que ver en ellos una condena de la guerra; hay que ver en ellos también la presencia de una ausencia: la de las negatividades y la muerte sin sentido. Pocos poemas tan patéticos, tan duros dentro de su lenguaje exactísimo, como los Soliloquios del soldado. Todo el dolor, toda la ternura y el horror de la muerte en esta cuarteta inicial:

 

Estos dientes que suben del suelo...

Nunca tuvo la hierba estos dientes.

Sus bracitos amaban mi rostro,

sus espinas jamás fueron crueles.

 

     El mundo es relación, es armonía, es encuentro "estremecida tierra de verdes tornasoles"; es también ruptura y discordia-, es "isla" y soledad, "mi isla seca en mitad de la batalla".

     Dos oraciones dirige Sara de Ibáñez al Señor (existente). En ambas, si no una fe o una creencia, tenemos la revelación de su espera y aun de su esperanza. La cara de Dios se revela "entre paloma y flor", "en la noche sin mella". Pero, ¿existe este Dios deseado? Repetidamente, al final de cada estrofa: "¿déjame Dios ver su cara?"; “; me miraba Dios acaso?"; "el rostro de Dios veía?"; “; me contempla Dios, me ve?" Y, en la última estrofa de este poema de título interrogativo e interrogación constante, también interrogativamente:

 

O yo me estoy descubriendo

los ojos con que algún día

veré lo que no sabía

que en sueños estaba haciendo?

 

     ¿La vida es sueño? Más que "sueño" es descubrimiento, un querer ser que en este caso se acerca al querer ser y al querer creer de Unamuno.

     Poeta de la inteligencia y de la lucidez, Sara de Ibáñez reza para que esta lucidez le sea dada en esta vida y en otra vida más hecha de conocimiento que de "polvo enamorado":

 

Si Tú estás allí, en lo oscuro

señor sin rostro y sin pausa;

si Tú eres toda la causa

y yo tu espejo inseguro.

Si soy tu dueño, y apuro

sombras de tu sueño andado,

pronuncia un decreto blando;

líbrame de no pensar,

y echa mi polvo a vagar

eternamente pensando.

 

La lucidez, el brillo del mundo y sus imágenes parecen querer revelarnos una mayor lucidez, un eterno pensar que dé sentido a esta vida.

 

III

La poesía de Sara de Ibáñez es difícil. Creo haber precisado lo que a mi modo de ver hace inteligible esta dificultad: la hace inteligible un previo concepto del mundo en el cual todo se relaciona y vive conjuntadamente (también desconjuntadamente) en espera de más alta conjunción, de autodescubrimiento, de pensamiento eterno.

     Sigue siendo cierto que los poemas de Sara de Ibáñez son difíciles. Pero, ¿qué entender aquí por dificultad? En otras palabras, ¿cuál es el sentido de esta poesía?

     Cada poema de Sara de Ibáñez se ofrece y se funda (en el doble sentido en que Heidegger emplea estas palabras para designar el lenguaje de la obra de arte) en sí mismo. No creo que sea necesario interpretar todos los poemas de un auténtico poeta para entenderlos y verlos. Los poemas de Sara de Ibáñez crean un mundo para dárnoslo tal como se dice en el verso. En este sentido sus poemas son objetos: nuevas realidades que brotan de su fantasía para que sean también realidades que podemos ver y mirar. ¿Es acaso necesario explicar esta cuarteta de Las estaciones para que se nos entregue?

    

De pronto irrumpe una impía

ráfaga de laberinto

y en hogueras de jacinto

vuelan las torres del día.

 

Si nuestros ojos están acostumbrados a mirar y nuestros oídos a oír no tendremos que tratar de bus- car ningún referente fuera de la imagen misma. Tal es la esencia del poema: darnos un mundo que, ciertamente, no es el mundo sensible ni cotidiano: es más bien el mundo en el cual la ficción no representa a la realidad, sino que la sustituye para ofrecer- nos, a ojos vistas, otra dimensión de la realidad: la interioridad del poeta que es también nuestra interioridad.

 

IV

Los poemas llamados "cívicos" de Sara de Ibáñez vienen a confirmar la riqueza de su mundo interior. Se trata, por así decirlo, de poemas cívicos sin "argumento", de una épica sin anécdotas, de una leyenda vivida que nos remite no tanto a la historia sino a quien la vive. Así en Artigas. Así, y sobre todo, en este maravilloso poema que se llama Canto a Monte- video. Existen en él, sin duda, las referencias concretas, a los ríos, a la historia, a Mármol, Alberti, Mitre. Existe, sobre todo, una visión de Montevideo que es penetración en su esencia poética:

 

Ciudad de las espinas, matriz de las palomas,

para que te encontrasen fieras y querubines.

Los vientos dividían tus profundos aromas.

 

     Nunca, en la obra de Sara de Ibáñez, el relato externo. Los hechos pueden a veces servir de puntos de referencia; lo que importa es lo que nace y brota de estos hechos convertidos en poesía de la armonía, la desunión y el deseo vehemente, cálido y tierno, de una lucidez constante y también definitiva. Este de- seo ya desde 1938, ya desde Canto:

 

No alces la voz, no gimas.

Mira mi flor brillar bajo otras frentes.

Sin razón te lastimas.

Mira cómo, sonrientes,

caminan sin dolor los obedientes.

 

 

Este ensayo fue tomado del libro Poesía Iberoamericana Contemporánea, primera edición en la colección SEP /SETENTAS, México 1972

 

Ramón Xirau nació en Barcelona, España, el 20 de enero de 1924, y se nacionalizó mexicano en 1955. Terminó la licenciatura (1944) y obtuvo la maestría (1946) en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. En el Instituto Anglo-Mexicano de Cultura llevó los cursos de inglés y letras inglesas clásicas (1946-1951), en El Colegio de México tomó el seminario de estilística impartido por Raimundo Lida (1949-1951), y en 1955 realizó estudios de especialización en La Sorbona, de París. Fue becario de las fundaciones Rockefeller (1950, 1953 y 1966), Farfield (1966), Frank B. Baird Jr. Scholarship (1967), y Guggenheim (1968-1971).

 

Fue maestro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM desde 1949 e investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas (antes Instituto de Estudios Filosóficos) desde 1973. Dictó numerosas conferencias en varias universidades de México y cursos en las universidades de Oxford, Columbia, Bolonia y Barcelona, entre otras.

 

Sus publicaciones comprenden más de 40 títulos originales y traducciones de obras del francés, inglés y alemán, así como colaboraciones con otros autores. Algunos de sus últimos libros son Naturalezas vivas (1997), Entre la poesía y el conocimiento y Lugares del tiempo (2002).

 

Obtuvo diversas distinciones por su obra, que abarca la filosofía, la poesía y el ensayo: fue nombrado Chevalier des Arts et des Letres (1964), y Chevalier de L’Ordre National du Mérite (1965), obtuvo las Palmas Académicas (Francia, 1975), y fue miembro de la Legión d’Honneur (1990) por el gobierno de Francia; Comendador (1971), por el gobierno de Italia, y recibió la Orden Isabel la Católica del gobierno de España (1979) y la Creu de Sant Jordi (1997), en Barcelona. En 2007, el Gobierno español le confirió la Medalla Gran Cruz del Mérito Civil, y en 2009 recibió la Medalla Bellas Artes durante un homenaje realizado en el palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México por su ochenta y cinco cumpleaños.

 

También consiguió el premio de literatura Magda Donato (1970), el premio Elías Sourasky (1980), el Premio Universidad Nacional en la rama de Humanidades y el Premio Internacional Alfonso Reyes (1988), el Premio Mazatlán de Literatura (1990) y el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía (1995). En 2010, el PEN Club México lo distinguió con el Premio PEN México y, en el marco de la conmemoración del duodécimo aniversario luctuoso de Octavio Paz en El Colegio Nacional, le fue otorgado el IX Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz. En 2013 el Senado de la República le entregó un pergamino y un reconocimiento como homenaje por su trayectoria.

 

Fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona, España (1984), por la Universidad de las Américas (México) y por la Universidad Autónoma de México (2010). Fue Investigador Emérito de la UNAM y Creador Emérito del Sistema Nacional de Creadores (1993).

 

Ramón Xirau era uno de los estudiosos más prolijos de la poesía mexicana, y sus exámenes de la obra de Octavio Paz y Xavier Villaurrutia, sobre todo, son indispensables para entender no sólo a estos poetas, sino a toda una corriente del pensamiento nacional. Como filósofo se consagró como un crítico y un divulgador que ha contribuido al esclarecimiento de las escuelas contemporáneas. Poeta él mismo, su obra es singular y apasionante.

 

Ingresó a El Colegio Nacional el 26 de febrero de 1974. Su conferencia inaugural, Del modernismo a la modernidad, fue contestada por Octavio Paz.

 

Ramón Xirau Subías falleció en la Ciudad de México el 26 de julio de 2017.

 

 

 

Fuente biográfica: El Colegio Nacional

 

Fuente fotográfica: Letras Libres

 

 

Paso de los Toros, y murió en Montevideo. Pasó en el campo casi toda su infancia. En 1928 se casó con Roberto Ibáñez -poeta, crítico y ensayista- de quien tomó su apellido como nombre artístico. El Consejo de Enseñanza Secundaria la nombró profesora de Literatura en 1945, por la sola calidad de su obra poética. Por lo demás, llevó una vida retraída, centrada en el hogar.

 

Su primera publicación fue Canto, de 1940, con prólogo de Pablo Neruda quien consideró que ella recogía aspectos de la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz. Su obra, que abarcaría un total de ocho libros –todos laureados en Uruguay- tuvo una importante repercusión con distinciones y elogios. Entre muchos otros, de parte de Gabriela Mistral, y de Jules Supervielle, para quien la obra entera de Ibáñez ‘es una inmensa antología'. En 1941 el Ministerio de Instrucción Pública le otorgó el Premio único y medalla de oro por su Canto a Montevideo. Asimismo, obtuvo el Primer Premio en el concurso organizado por la Academia Nacional de Letras en 1951 con el libro Artigas. Recibió post mortem el Premio Nacional de Literatura por el bienio 1971-1972.

 

Ibáñez empleó las estructuras formales clásicas de la lírica hispanoamericana, con riqueza metafórica y refinado uso del lenguaje. Algunos críticos han caracterizado su poesía como oscura, inaccesible, incluso hermética. El sentimiento erótico, tan presente en otras poetas del Uruguay, está ausente en sus versos. En títulos como Hora Ciega y Apocalipsis XX mostró una actitud de sensibilidad y atención frente al sufrimiento, el dolor y la angustia de los respectivos tiempos históricos por los que atravesaba un mundo en caos.

 

Su actuación fue importante en congresos internacionales (de Literatura Iberoamericana, 1953, Por la libertad de la Cultura, 1956, en México los dos; Primer Coloquio de Poetas Latinoamericanos y Alemanes, en Berlín, 1962); en conferencias dictadas en la B.B.C. de Londres, en la Abbaye de Rouaumont (Seine-et-Oise), en Berlín, Jerusalén, Río de Janeiro y, en México, en la Universidad de Puebla, Palacio de Bellas Artes y Galería Excelsior.

 

En otro orden, escribió ensayos sobre María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini, Rubén Darío, Antonio Machado, Rafael Alberti.

 

Una sala de teatro lleva su nombre en Paso de los Toros.

 

En 1973 se publicó Canto Póstumo.

 

 

 

Fuente biográfica: Academia Nacional de letras de Uruguay

 

Fuente fotográfica: Academia Nacional de letras de Uruguay

 

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