Saudade
En la arena del Duero, con destello de oro,
niña Olinda,
era lindo jugar.
Transparentes peces, guijarros translúcidos
entre nuestros dedos vimos desmallar.
Por negras colinas, trepaban las viñas,
niña Ondina,
lejos de nosotros.
Voces juguetonas, entre las higueras,
armaban espejos para nuestra voz.
Los barcos cargaban
por el río sosegado sus anchos barriles.
¡Ah, en la arena clara quien siempre quedara.
niña Ondina,
pastoreando las olas, pastora a feliz!
¡Dulce era la cántiga de las mañanas antiguas,
niña Ondina!
Por la niebla sin fin,
venía el carpintero, con blancas maderas
a tallar barcas nuevas, iguales al marfil.
¡Arenas tan finas, tan vastas neblinas,
niña Ondina!
Y en mi corazón
caminos tan largos pura el agua de los sueños,
largos como la arena dorada del suelo.
Y el río corría transportando el día.
niña Ondina.
para el escondido mar.
Llevaba olvidadas también nuestras vidas,
con los peces, las guijas, las cosas divinas
que mueren sin acabar...
Sensitiva
El cedro y la rosa,
el soplo de la brisa.
De rodillas, en la noche,
cogíamos juntos
la sensitiva.
Tu labio formaba
una luna fina.
Mas tu figura,
en la sombra, -el follaje
mudo bebía.
Junto a la áspera tierra,
tu mano y la mía
se encontraron bajo
el pánico súbito
de la sensitiva.
¡Qué espasmo de nácar
por la savia aflicta!
Ni rosa ni cedro
supieron la ausencia
de la sensitiva.
¿Dónde llevaremos
esta dolorida
planta frágil, si
tu mano se apaga
en lirio y ceniza?
¿Si tu rostro disperso
ya no se adivina,
y tu labio es, ahora,
en la mañana que llega,
puro enigma?
Vuela de mis ojos
la noche vivida.
En la arena de los sueños,
tan sólo el dibujo
de la sensitiva.
Estirpe
Los mendigos mayores, no hablan más, ni hacen nada.
Saben que es inútil y exhaustivo. Se dejan estar. Se dejan estar.
Se dejan estar al sol y a la lluvia, con el mismo aire del completo coraje,
lejos del cuerpo que queda en cualquier lugar.
Se entretienen en extender la vida con el pensamiento.
Si alguien habla, su voz habla como un pájaro que cae.
Y es de tal modo imprevista, innecesaria y sorprendente
que, para oírla bien, tal vez gimieran algún ay.
¡Oh! No gemían, no… Los mendigos mayores son todos estoicos.
Pusieron su miseria junto a los jardines del mundo feliz
mas no quieren que, del otro lado, tengan noticia de la extraña suerte
que anda por ellos como un río en un país.
Los mendigos mayores viven fuera de la vida: se hicieron excluidos.
Abrieron sueños y silencios y espacios desnudos en derredor de sí.
Tienen su reino vacío, de altas estrellas que no codician.
Su mirar no mira más, y su boca no llama ni ríe.
Y su cuerpo no sufre ni goza. Y su mano no toma ni pide.
Y su corazón es una cosa que, si existió, ya olvidó.
¡Ah! Los mendigos mayores son un pueblo que se va convirtiendo en piedra.
Ese pueblo es el mío.
Traducción de Carmen Abalos y Graciela Fuezalida.
Estos poemas fueron tomados de la revista Orfeo, Revista de Poesía y Teórica Poética número 15-16, homenaje a Cecilia Meireles. Editada en Santiago de Chile, 1965.
Nacida el 7 de noviembre de 1901 en Río de Janeiro, Brasil, Cecília Meireles fue una poeta, maestra y periodista, cuya poesía lírica y altamente personal, a menudo simple pero con simbolismos complejos e imágenes, le valieron una posición importante en la literatura brasileña del siglo XX.
Huérfana a una edad temprana y criada por su abuela, Meireles comenzó a escribir poesía a la edad de nueve años. Se convirtió en maestra de escuela pública a los 16 años y dos años más tarde
estableció su reputación literaria con la publicación de Espectros (1919), una colección de sonetos de tradición simbolista.
La década de 1920 fue una época de revolución en la literatura brasileña, pero el trabajo de Meireles de la época mostró poca afinidad con las tendencias nacionalistas imperantes
o las innovaciones técnicas radicales en el verso libre y el lenguaje coloquial. Su poesía es considerada por la mayoría de los críticos como la mejor expresión en formas tradicionales como el
soneto.
Entre 1925 y 1939 Meireles se concentró en su carrera como maestra, escribiendo varios libros para niños y en 1934 fundó la Biblioteca Infantil de Río de Janeiro, la primera
biblioteca para niños en Brasil. Ese año dio una conferencia sobre literatura brasileña en Portugal en las universidades de Lisboa y Coimbra; en 1936 fue nombrada profesora en la nueva
Universidad Federal de Río de Janeiro.
Meireles restableció su reputación como poeta después de 14 años de silencio con Viagem (1939), considerado por muchos críticos como un logro de la madurez poética y
la individualidad. A partir de ese momento, se dedicó a su carrera literaria y continuó publicando colecciones de poesía regularmente hasta su muerte. Gran parte de su trabajo se recoge
en Obra poética (1958), y varios de sus poemas han sido traducidos al inglés para antologías.
Fuente biográfica: BIOGRAFÍAS.es
Fuente fotográfica. Beco das Palavras
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