Poema para nunca ser leído después de una única noche
Ya en esta ingravidez
obligada
a atarme una y otra vez los zapatos,
sólo para desperdiciar ese segundo de verdad
en tus ojos de almendra,
Me dirás que la lluvia no existe
que estos dos años de no ir al cine
son un cuento, un pretexto barato
para no hacer el amor con un desconocido.
Me dirás que llegué tarde,
¡como siempre!
tarde para la cena
tarde para la velada con tus amigos imaginarios,
tarde para redactarte la carta de amor cuando te conocí
y la que debí escribir horas después,
la madrugada en que te marchaste así como abril,
ardiendo en el pecado de recordarte:
desnudo y a media luz en mis brazos.
-Debí ser menos austera-
Romperme la blusa azul con su caída libre
para dejarte ver mi pecho efervescente de deseo
-Debí ser la excepción –
permitirte destruir con cada uno de tus dientes
todo el desdén de mis palabras de amor suspicaz.
Debí golpearte la frente
yo tu idea absoluta,
¡Que insensata!
Fingir con más ganas que no importaba que te fueras,
que olvidaras mis formas de desnudarme en silencio,
con miedo de planeta a medió descubrir,
y entonces comer de tu ritmo,
replicando mi sombra en tus parpados
Alzada a tu estatura
ser amada dilapidadamente
como siempre lo espere.
Entre el imán del carril y mis pasos
Mi humanidad está en el tránsito,
en el roce de mis pies atados a la ingravidez
de esta ciudad trémula.
La velocidad es justa para esbozar con la mirada,
ostentando con el alma lo visto.
Detengo con mis dientes los rieles,
hago de mis nervios una frondosa raíz
y así descubro al mundo desde sus instintos.
Con mi aliento exploro la ventana,
tras el vidrio mi reflejo
que al igual que un joven pájaro
comprende en la caída su despertar.
Al movimiento y su trance me confiero
respiro dentro de mi sangre.
En la boca del mundo introduzco mis dedos
dibujo con ellos la geometría del paisaje,
atrofiada llevo la carne,
atrofiada la garganta de pura melancolía.
Mi humanidad levita entre el imán del carril y mis pasos.
Voy atada al fuego,
voy atada a lo paliativo de la fiebre en que habito.
Ya mis músculos son metal,
el andar es mi lengua más antigua.
Futuros paleontólogos:
bajo los pies de esta bestia
reposa todo el polen de su época.
Vi a una mujer emerger de la piedra
vi a la piedra emerger de la mujer
vi su furia de tierra
su fuga de arena
su derrame de viento nostálgico.
Vi la distancia entre ambas
el abismo de los siglos
la mueca torcida en el golpe seco
de los confines.
Vi la tribulación
lo cíclico de un mundo brotado de la tierra.
Pero la piedra que brota de una mujer
sabe vencer las masas de tiempo que la acongojan
sabe lijar la fe del agua que labra la hendidura.
Para que sangre la piedra
primero debe sangrar la mujer
para que sangre la mujer
primero debe comer de la tierra
su partícula más imperfecta
y así parir hombres húmedos
que surjan de su polvo.
Dejar ir, como quien incinera el mundo en un fuego limpio
ver arder la evocación de lo amado
las palabras como detritos de brasas lanzadas a la oscuridad
el aleteo de los pájaros huyendo del incendio.
Dejar ir la locura de los años en que fuimos felices
la osadía de combatir con niebla
en la humedad de un recuerdo nevado.
Incinerar es la palabra clave
incinerar la dicha que ya fue
incinerar la desdicha que nos alcanzó
Calcinarlo todo.
Me recordaste lo pequeños que somos
el tiempo se incinera como el sol,
todo lo que un día se amó habrá de arder
todo incendio es la extensión inesperada
de una chispa
densidad de la resina
fuego ardiendo en las copas de los pinos.
Me he atrevido a contar una historia incinerada
así como el destello de un astro que murió
y llega a nuestra pupila el milagro de lo entendido.
Incinerar la luz
o mejor, dejarnos vencer por su blancura
apagar los ojos y lanzarnos al bracero
en un fuego limpio,
en un ardor que no quema
que evapora
que vence
que transfigura todo cuerpo,
la transitoria levedad de una llama
que pausa al mundo por una vez
para luego levitar y resucitar
en las cenizas de lo aprendido.
Escribiéndole una casa al barco
Esta casa vuela.
Su altura conjura un papalote
que se distorsiona a la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados, salimos
a contemplar
los delfines más blancos de la locura.
Esta casa tiene un color, un nombre,
su capitán Morgan lanza de sus anzuelos
Aurelianos peces,
espectros que devoramos
en lo profundo de los desvelos.
Esta casa barco se desliza
por las olas de una Tegucigalpa oscura,
mientras humanos veleros,
navegan lento
dentro de botellas.
Ahora
Ahora que todo es invierno
ahora que la melancolía corroe la escalera de lo incierto
ahora que fracasamos en lo íntimo
y el café fue ceniza fría
que llevaron en sus pies los astronautas.
Un almendro frondoso es mi memoria
anidada en él está toda la luz que nos habita.
Mi cuerpo aún es arena invicta
y sobre él
no existen barloventos
que disuelvan tus pasos.
Acá no existe el milagro del retorno
acá sólo la humedad de un tronco encallado
acá sólo el salitre pegado a las persianas
acá la brisa que lava tiernamente la barca que aprieta mis pulmones
acá todas las noches
un beso húmedo de laberintos
me cierra los párpados.
Tranviaria
Llevo al mundo como pendientes en mis orejas,
rozo con mis pestañas a los desconocidos,
beso manos de transeúntes
(hormigueo en los labios).
Que alguien me aborde,
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
atrevidos en mí todos los años,
en mí el transcurrir,
en mí la palabra ventrílocua de cada estación,
en mí la espina y el diente que muerde la rosa de lo oculto.
Mis muertos no son sombras raídas en la luz.
Que alguien me aborde,
sé cuál es el principio y el final de este cuento.
Que alguien suba y se detenga en mí,
mis ojos son túneles que dan a cualquier lugar,
mis manos paredes para reposar en lo oscuro,
mis brazos sillones para que vengan a hacer el amor.
Roto ya todo lo íntimo en mí,
he de saberte andar, mundo,
con los puños cerrados en señal de auxilio y no de defensa
cerrados para llevar en ellos el resto de aire
que no supo caber en mis pulmones.
En la imperfección está lo bello.
No necesito ser el poeta sino el poema,
la belleza está por encima de la lógica de cualquier poeta.
Necesito andarte despacio, camino,
no me detengo en el asombro de saber llegar mundo:
En tus barrios, tatuadas están las paredes de calcárea sumisión,
en tus barrios fue donde aprendí a defender el descenso.
12
Soy el metro que esta ciudad jamás conoció;
en mí las volantes con fotos de desaparecidos,
en mí túmulos de palabras que alguien no supo barrer bajo la
alfombra,
en mí el transcurrir.
Que nadie venga a preguntar porque no te describo, esperanza,
yo hablo de eso otro bello, que no está en lo bello.
Abórdenme predicadores de la tarde,
zanates, pirueteros, estudiantes: no olviden el punzón
y escriban en la oquedad de mis vagones
teléfonos para citas de amor,
DJ, bartenders y todos con título de extranjerismo en su
profesión,
suban carniceros del San Isidro, conserjes y putas,
albañiles vengan a devolver la sonrisa
a las princesas de los domingos.
Mujeres: describan con su carmín la caricia que no les tocó,
suban, fresitas de las High school, madres solteras, suicidas,
docentes, vengan a traficar perfumes traídos del Canal de
Panamá.
Vengan a abordarme, en mí el transcurrir, todos los años,
el suspenso del que anda a tu lado, a pesar de su humanidad.
Sé quién soy,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mis pies nauseabundos de sueños,
basta una palmada en el hombro
y retorno a mí
al anonimato,
a la flatulencia, a la humana que soy.
¡Abórdenme!!!!!!
soy el metro que esta ciudad jamás conoció,
vengan y calcen mis pies
ya que nunca podrán calzar mis zapatos.
Mayra Oyuela (Tegucigalpa, Honduras, 1982). Poeta, gestora cultural, ex miembro fundador del colectivo País poesible y Artistas en Resistencia. Actualmente dirige el proyecto Casa Cultural BocaLoba y coordina el jurado de los juegos florales de poesía de la ciudad de Santa Rosa de Copán, Honduras. Ha publicado los poemarios: Escribiéndole una casa al barco (2006), Puertos de arribo (2009) y Agua Mala (2018). Ha participado en numerosos festivales de Iberoamérica. Gran parte de su obra aparece en revistas y antologías internacionales.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Mayra Oyuela
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