Ensayo de Víctor Rojas

 

 

A simple vista el asunto parecía sencillo. Al final de la clase el profesor nos dejó de tarea leer la saga del guerrero Egil Skallagrimsson. Del análisis de esa obra medieval trataría uno de los cinco exámenes orales que exigía la maestría en literatura de la Universidad de Gotemburgo. Camino a casa pensé que lo más seguro era que el profesor iría a preguntar en el examen sobre el papel que desempeñan los versos insertados en dicha saga, ya que de eso había tratado su conferencia ese día. En el peor de los casos, volví a pensar, preguntaría por qué se considera a tal narración como una de las más sobresalientes del complejo género literario denominado saga islandesa. Eso porque ya habíamos recibido un par de charlas sobre este tema.

 

Así que lleno de entusiasmo compré la obra en una tienda de libros usados y de inmediato me entregué a la lectura. Cuando llegué al punto final de la mencionada saga, di por hecho que sin ningún contratiempo pasaría sobradamente la prueba. De eso no cabía la menor duda. Entonces, para ayudar a la memoria, anoté en una hoja de papel que la novela de Egil Skallagrimsson cumplía todos los requisitos que exige una verdadera saga de Islandia.

 

En efecto, en la primera frase de la narración, y con lenguaje de la vida cotidiana, es decir, sin nada de ripios ni vagas elegancias, se le entrega al lector un lugar, un tiempo y un nombre. De igual manera, a los personajes se les conoce por sus hechos, a menudo rudos, y no por la descripción caprichosa del escritor.  En cuanto atañe al personaje central, Egil, reúne con exceso las condiciones exigidas a la estirpe del dios Odín: ser poeta antes que guerrero. Nadie entra a una jornada campal sin antes haber mostrado que también es diestro en la composición de poemas.

 

Asimismo, en la nombrada leyenda todo el mundo realiza lo que tiene que realizar y luego hace mutis de manera brusca, sin rendir cuentas, sin que sobre los cadáveres florezca la misericordia, los pésames o el remordimiento. Igualmente, la dignidad, ese don apreciadísimo por los justos que se gana con valentía y honradez, todo lo contrario a la usanza de los políticos modernos, anoté en honor a la jocosidad.

 

 A la par, encontramos en la susodicha historia el desprecio por los actos sublimes. Nada de premeditaciones ni malicias. Además, apunté que otros de los requisitos sine qua non de una saga islandesa estaban dados con el regreso de un par de muertos y también con las realidades anunciadas en los sueños. No dejé de escribir que el machismo, referido en todas las sagas, estaba resaltado en varios párrafos, por citar uno solo, en aquel en que el vikingo Torbjörn le reclama enfurecido al inquieto Gisle y a su hermano Torkel por no haber sido capaces de sacar corriendo de la casa al pretendiente de Tordis, hermana de ambos. Así le gritó el padre al guerrero en ciernes: "Usted, según entiendo, ha hablado como una vieja y yo realmente me pregunto si a ustedes dos debo llamarlos hijos o hijas. Es muy duro en el ocaso de mis años saber que soy padre de hijos que no tienen más virilidad en el cuerpo que el de una mujer”.

 

Otro requisito necesario y que se cumple en la obra que nos ocupa, escribí, es caminar por la ruta de las generaciones. En la saga de Gisle nos enteramos de las actividades de cuatro generaciones. Por puro orgullo latinoamericano y por si acaso tenía que hacer otra referencia, apunté que en la novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, recorremos sin ningún afán por los senderos de siete generaciones.

 

Por último, y para asegurarme de que iba a sacar la mejor nota, garrapateé de manera muy personal que la existencia del guerrero Egil nos enseña que la vida es absurda en todos sus matices. No importa cuán fuerte o diestra con el hacha y los versos haya sido una persona. Los músculos siempre terminan traicionándonos y la fama entre más grande sea es más efímera. Eso le pasó al otrora temido Egil quien al final de sus días termina siendo un estorbo en el camino para todos los que viven en la aldea nórdica donde moribundea. Lo digo de esta manera, para crear una nueva palabra. Ciego, sordo y sin fuerzas para levantarse del suelo, todos los niños brincan sobre Egil para no tropezarlo. Nadie se acuerda de sus cruentas batallas ni de sus poemas, que le salvaron la vida en tierras ajenas, ni siquiera de ese famoso Sonatorrek que aulló contra Odín, el enigmático Dios de los vikingos, como todos sabemos.

 

Llegó el día del examen. Entré lleno de entusiasmo y con pasos firmes a la oficina del profesor Lars Lönnroth, el último de los sabios de la Saga de Islandia. Nunca antes en mi vida me había sentido tan seguro en dar respuestas a un examen académico. ¡Por fin mis hijos, mis padres, mis amigos y mis primos se sentirían orgullosos de mí! El caso es que después del saludo, con estrechón de manos, el profesor me preguntó como si quisiera ayudarme con la pregunta: ¿Encontraste alguna kenning de segundo grado en los versos que compuso Egil Skallagrimsson? 

 

Todavía hoy en día trato de imaginar la cara que puse al escuchar el interrogatorio. Un hachazo en la cabeza hubiera sido menos doloroso. Lo cierto es que perdí la fuerza y desfallecido me senté en alguna silla de las que había en la oficina. Esa manía que tienen todos los sabios de creer que los interlocutores también son sabios. Como sea, respiré tres veces profundamente y luego me levanté. Atolondrado y sin cara para despedirme de Lars Lönnroth, quien no entendía lo que me estaba sucediendo, gané la puerta de salida. A paso lento por aquel interminable corredor, no dejaba de preguntarme ¿Qué diablos es una kenning? La bendita palabra, que no tiene traducción, la había leído alguna vez, pero no me acordaba de qué se trataba. Pregunté a diestra y siniestra y nadie dio razón de aquel inescrutable vocablo...

 

Al tercer día de estos aciagos sucesos, sopesé no volver a la Universidad. Entonces me dispuse a organizar mi pequeña biblioteca y fue en esas, ¡vaya casualidad!, que al abrir uno de los libros de Jorge Luis Borges, encontré de nuevo, sí de nuevo, porque era en ese mismo libro, Historia de la eternidad, que hacía muchos años había leído lo que era una kenning. Pero con esa figura literaria, esa intrincada metáfora vikinga, me había pasado lo mismo que al guerrero Harald Cabellos hermosos quien después de ganar todas las batallas, al final no se acordaba por qué había emprendido la guerra. También es posible que me hubiera olvidado del esquivo término porque Borges había tratado a estas metáforas como “Una de las más frías aberraciones que las historias literarias registran”. El caso es que sin pérdida de tiempo me encaminé a la biblioteca de la ciudad sueca donde vivo y fui al anaquel donde encontraría todo lo referente a la literatura nórdica medieval.

 

Allí, entre libros intactos, pero desteñidos por el tiempo, pude tener conocimiento acerca de las kenningar. Valga aclarar que el vocablo kenning es singular y  kenningar es plural. De manera somera, casi grotesca, diría que una kenning de primer grado es una metáfora donde el poeta utiliza dos sustantivos para determinar un tercero. Verbigracia. La expresión La casa de los dientes significa la boca. Valga observar que el primer sustantivo es determinado, por lo cual el tercero; el sugerido, también debe serlo. Lo mismo, si el primer sustantivo es indeterminado, el sustantivo aludido también es indeterminado. Hasta acá, dadas las premisas no hay mayor problema siempre y cuando no se utilice la misma metáfora en otro canto. Eso en tiempos modernos sería como crear rimas fáciles.

 

Se me ocurre, para continuar con el tema, que las kenningar son como una matrioska. Se saca una y aparece otra. En este caso vemos aparecer la kenning de segundo grado. Es decir, nombrar tres sustantivos que determinan un cuarto substantivo. O como alternativa, nombrar una kenning de primer grado y sumarle un nombre. Un ejemplo aparece justo a tiempo:  La lluvia de los ojos, que significa llanto. Si a eso le agregamos el nombre de la diosa Freya nos quedará: la lluvia de los ojos de Freya. Así estaríamos nombrando el oro. Pero acá se empieza a enredar la pita porque para descifrar esa kenning es indispensable tener conocimiento de la mitología nórdica. Si antes no hemos leído que la diosa Freya lloró lágrimas de oro cuando el marido la abandonó, podríamos pasar muchas horas frente a esa kenning sin comprender su significado. El caso es que para desenredarlas metáforas vikingas me vi obligado a estudiar la mitología nórdica. Enhorabuena ya que eso es entrar a un mundo fascinante y revelador. 

 

Días más tarde estaba de regreso a la universidad. Para no aburrirme en el largo trayecto del bus, llevaba escrita en una hoja de papel una kenning de séptimo grado. Sugiero tomar aliento antes de leerla: El dueño del rayo de la tempestad del enemigo de la luna protectora del caballo del agua. Pues bien, logré descifrarla antes de llegar a mi destino.

 

A poco de iniciar clase me puse de acuerdo con el profesor Lars Lönnroth de que al finalizar su conferencia, me haría de nuevo el examen acerca de la saga de Gisle. Así fue. No saqué la mejor nota, es cierto, pero como dice la ranchera de José Alfredo Jiménez, “no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.

 

Un año después estaba iniciando clases de doctorado. Feliz me encontraba con la vida. Sería el primer doctor de una generación de campesinos pobres desplazados por la violencia política de la Colombia de mitad del siglo pasado. Iba caminando desprevenido por el pasillo, rumbo a casa, cuando veo venir en dirección contraria al profesor Lars Lönnroth. A decir verdad, aquel hombre de baja estatura y voz reposada me caía bien y me daba gusto saludarlo. Un hombre de mucha claridad, sabiduría y modestia. “Te tengo una buena noticia”, dijo tan pronto nos encontramos. Yo escuché con atención, pero a medida que él hablaba, yo sentía que la marea de la matanza, por decirlo con una kenning, no corría por mis venas. A duras penas logré escucharle la buena noticia. Apenas si tuve fuerzas para estirar la mano al despedirnos. Por culpa de esa buena nueva, nunca más volví a la universidad. Pero eso hace parte de otra historia.

 

 

 

Víctor Rojas

 

Jönköping, 24 de octubre 2023

 

 

 

 

 

 

Víctor Manuel Rojas Cárdenas, nació el 30 de agosto de 1953 en la ciudad de Bogotá, Colombia.

 

Es uno de los poetas, traductores y escritores latinoamericanos más celebrados en Suecia, país donde se radicó en calidad de refugiado político en el mes de mayo de 1984. Es en ese reino nórdico donde ha forjado su obra literaria después de haber aprendido el idioma sueco y trabajado en diferentes oficios.

 

La Universidad de Jönköping le concedió el grado de licenciado en Pedagogía Social. Dos años más tarde adquiere una maestría en literatura comparada otorgada por la Universidad de Gotemburgo. Durante un corto periodo trabajó como docente universitario, pero en el año 2002 fue nombrado Inspector de Libertad Vigilada en el Departamento de Asistencia Penitenciaria de Suecia, cargo que ejerció hasta el año 2021.

 

Víctor Rojas debutó como cuentista con el libro Los suicidas no van al cielo, en 1996. Al año siguiente publica su primer libro de poesía en edición bilingüe Poemas para un pájaro ciego. Un poemario donde afloran los sentimientos de la persecución política y el exilio. El poema XVI, conocido como Oración de un niño refugiado, ha sido traducido a más de quince idiomas y a menudo es leído en simposios sobre refugiados y desterrados.

 

Ese mismo año la ciudad de Jönköping le hace entrega del Premio Anual de la Cultura.  Al año siguiente la Federación de Escritores de Suecia le otorga el premio Klas de Vylder como escritor extranjero del año.

 

Víctor Rojas también ha hecho carrera como traductor de autores suecos al español. Por sus traducciones y por difundir la cultura sueca en el extranjero fue premiado por la Academia sueca en el año 2004. En la actualidad Víctor Rojas ejerce como director del Festival Internacional de Poesía del departamento de Jönköping: https://poesifest.se/. Por esa labor, de más de un lustro, la asamblea departamental de Jönköping lo condecoró con el premio anual del año 2021.

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Víctor Manuel Rojas Cardenas

 

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