Poesía de Carolina Cárdenas Jiménez

Peces de aguas muertas

 

A los indigentes

 

 

 

Los olvidados apenas respiran entre cloacas

 

y el sol hincha y marchita sus rostros

 

hasta no reconocerse.

 

Entonces un día olvidan sus nombres

 

y su más preciado recuerdo. 

 

Son muertos que desconocen sus pasos.

 

Cuerpos pegados que náufragos

 

intentan salvarse.  

 

Nadie los oye, son un grito que desaparece

 

entre las grietas, la noche y los ríos.

 

Son peces de aguas muertas

 

que se esconden en su caída.

 

 

 

 

 

Única verdad

 

A los hambrientos

 

Son tantos y tantos,

 

sus vidas se dispersan por el mundo como única verdad.

 

Solo nos queda inventar y rezarle al dios de los pobres.

 

Arrodillarnos y pedir por aquellos nacidos en tiempos inciertos,

 

rogarle que desaparezcan los gritos de madrugada,

 

y decirle que ignoramos cómo los días de esos hombres sean otros.

 

 

 

Que desconocemos de dónde nacen los gemidos,

 

cómo acallar tanto corazón roto

 

y que solemos aturdirnos cuando en la mañana

 

nos volvemos a encontrar con el mismo golpe en el pecho,

 

con la repetición de destinos imposibles.

 

Y esas insistentes luchas de ellos por ser otros

 

cuando se han acostado siendo los mismos. 

 

 

 

 

 

Los invisibles

 

Al pueblo

 

Nadie nos dijo que las puertas están cerradas

 

y no existimos.

 

Que ni los gritos nos salvan. 

 

Entonces no somos un nombre sino un número

 

por nadie recordado. 

 

 

 

Que nuestras casas están incendiadas,

 

nuestras luchas son ilegitimas,

 

y nos tendemos sobre una mentira.

 

 

 

Sabemos que solo el azar es una respuesta,

 

un camino para escapar del hambre,

 

de lo inasible de ser.

 

Aunque no nos falte el pan en la mesa

 

seguiremos siendo parias, los intocables.

 

La inscripción a la pobreza

 

la llevamos en el rostro, en la palabra

 

y en el nombre.

 

Pobreza va más allá de tener o saber,

 

es la manera como nombramos el mundo,

 

la insistencia de ser grito desgarrado,

 

la lejanía a la gracia y la cercanía al sacrificio.

 

 

 

 

 

Bogotá, 09 de agosto de 2020

 

 

 

Soy  mosca rodeada por miles de moscas     algo afuera exuda  podredumbre     la ciudad es cuerpo desconocido donde convergen los gritos de la prostituta   el indigente   el obrero y la pobreza      un murmuro me dice que no estoy sola     las palomas copulan en los techos     afuera somos repetición de tejas y calles averiadas     de las semillas de cemento nace musgo     el silencio no existe   nunca ha existido     un olor a incinerado abarca un paisaje de muertos     afuera las cosas desaparecen     la inexistencia es lo único que nos precede     hasta el silencio ha dejado de ser sonido mientras nos vamos acercando a ser despojos

 

 

 

 

 

Bogotá, 20 de agosto de 2020

 

 

 

El fanático   el exiliado   los campesinos   todas las muertes me transitan en este tiempo soy solo eso afuera el mundo se ha hecho rojo es una mosca monstruosa vuela sobre mi cuerpo de cemento una palpitación se oye en la piel de la ciudad que se une a la mía del abismo-estómago de las calles sale un grito torturador en un árbol brotan nidos muertos que se precipitan a un espacio vacío ningún habitante del mundo podrá decir que no ha padecido locura en medio de una tierra infestado de insectos

 

en el silencio-nada un copetón se balancea en una rama de metal que tiene por hojas almanaques de Bristol derretidos por el sol y desvanecidos por la lluvia

 

existe una nada que consume lo que va tocando

 

una nada

 

 

 

 

 

Bogotá, 06 de agosto de 2020

 

A mi insomnio

 

 

 

Aparece ante mí

 

noche de canto de grillos bajo la cama

 

la sombra de una cucaracha gigantesca camina por las paredes

 

como pesadilla viva de las horas

 

Afuera las ramas de un árbol son golpeadas por un grito-ventarrón

 

    a su vez    sacude la ventana

 

recordándome que péndulo como signo de la muerte

 

y soy arrastrada por el silencio desgarrador de las horas

 

    ese que acelera el corazón y lo atraviesa

 

y nos pregunta con la caída de la noche

 

                                                                   si el nuevo día tendrá

 

un sentido  

 

o se desvanecerá como los anteriores

 

 

 

 

 

Bogotá, 22 de agosto de 2020

 

A mi sensibilidad que se vuelve llanto y dolor

 

 

 

Hay tanta belleza en el mundo que se es llanto

 

Me observo en los espejos de agua que permanecen sobre el pavimento

 

Me salen alas    mariposa que viaja al interior con asombro

 

Hay hojas en caída   se vuelven en mí    pájaros

 

    hay estrellas flotando que sobrevuelan    se hacen luciérnagas

 

    la Luna transita    y se ha hecho moneda brillante en mis manos

 

El universo me arrulla cada vez que observo

 

                                                                                alguna de sus partes y costuras

 

pero se vuelve grito de cucaracha si nos desarraigamos de su latido

 

Si enmudecemos y cerramos la vista ante su luz

 

nos golpea con sus patas peludas           

 

que vuelan hacia adentro

 

donde todo es oscuridad

 

y duele

 

 

 

 

 

Estos poemas pertenecen al libro Caen cenizas sobre la ciudad

 

 

 

 

 

I

 

 

 

 

 

Devorados fueron los tejidos de lo onírico

 

 

 

En ese mundo oscuro que se irguió, los sueños eran un precipicio que desaparecía en el tejido de las pesadillas. Los mortales las ahuyentaban con los brazos una y otra vez, por ser graznido y letanías no esperadas en el puerto del descanso.

 

Ya nada sostuvo el rumor de secretos, ese aliento que los hacía vuelo y pendular.

 

Sólo una secuencia de imágenes negras abarcaba las noches de los hombres, la espesura de un universo deslizándose les habitaba más allá de las cosas, del sonido y la materia.

 

El cosmos era un animal que carcomía las vísceras.

 

 

 

 

 

V 

 

 

 

La evocación fue silencio extendido sobre lo palpable  

 

En esa noche de las noches los humanos olvidaron aquello que ensombrecía o embellecía su tiempo. Nada pesaba en el subconsciente, todo había sido vaciado. Respirando sin evocar sus nombres y las ruinas que circundaron sus días, contemplaron el mundo sin que la memoria trajera las palabras a la costa. 

 

El firmamento se volvió silencio y de las paredes de la vida las imágenes desvanecidas eran lo único que escurría.

 

En la eternidad los últimos vestigios de la memoria agonizaban.

 

La evocación del hombre y la mujer se perdió en el tiempo que sucumbía en el olvido de lo que una vez fue.

 

 

 

 

 

X

 

 

 

                                                El campo, un ahogo de tribulación

 

Y hubo agitación de ramas y desprendimiento de raíces de lo perceptible. Ramaje de tinieblas se dispersó́ silenciando cualquier movilidad. No hubo ninguna voz. De las ramas de los árboles caían algunas aves como frutos podridos. Sus cantos, no eran canto sino grito.

 

Los pájaros quebrados intentaban huir a ese estado de ojos cerrados o a la agonía que se desmoronaba sobre el mundo como una letanía de sombra.

 

La oscuridad fue para la existencia una epidemia de gritos.

 

 

 

 

 

XVII

 

 

 

Cuervos, picoteo sobre la carne

 

Entre los humanos una leve sonrisa fue pronunciada al igual que una epifanía. Los mortales desplomándose sobre otros como pájaros negros. Nadie oyó́ el dolor que recorría las estancias. Huyendo a la mirada del otro que agonizaba bajo sus pies, el suelo era una mezcla de sangre, gritos y un puerto olvidado. Precipicio de despojos gimieron el abandono de los que pasaban sobre sus restos.

 

Los agonizantes pisoteando los cadáveres, no escuchaban lo que bajo ellos yacía, murmuraciones de que se salvarán. El gorjeo sangriento de las aves trajo una premonición de la eterna noche: llovería el silencio de los muertos.

 

Caería lento sobre sus hombros el presagio de las infinitas noches.

 

 

 

 

 

XXX

 

                                                           

 

Nadie las pensaba, eran dioses olvidados

 

                                                           

 

En el firmamento de la Tierra las rocas contaron la historia de la vida. Eran unos gigantes que conversando en la soledad con los astros aparentaban ser dioses dormidos. Al escuchar las epifanías que viajaban entre las corrientes del devenir, eran pájaros aterrados. Habitantes de los despojos se refugiaron en las huellas que les cubrían, en murmullos navegantes desde un tiempo ya olvidado. Los pedruscos, voces que la nada no escuchó, vestigios hundidos en una profundidad soló conocida por mortales.

 

Una marea de la nada, del no tiempo abatió́ sobre las rocas como una tormenta impronunciable.

 

 

 

Estos poemas pertenecen al libro Después de la nada

 

 

 

 

 

 

Carolina Cárdenas Jiménez: Narradora, poeta, columnista, docente y editora colombiana. Licenciada en Humanidades con énfasis en Lengua Castellana. Postgrado en Creación narrativa de la Universidad Central. Fundó la revista literaria Gavia de la Universidad Distrital (2005), la cual dirigió y editó. Becaria (Universidad Central) del Diplomado en Creación Literaria (2006). Becaria (IDARTES) del Taller de Novela Ciudad Bogotá (2015). Después de la nada (2023). Caen cenizas sobre la ciudad (2021). Finalista en el Concurso de poesía Nueve editores con la obra Después de la nada (2021). Premio Internacional de Poesía, Rostros para autores con un rostro. Accésit, con las obras Ninguna tierra me habita Y sin embargo soy (2018). Ganó el concurso de cuento Estímulos a la Creación Artística (2006) con el libro Parajes inesperados. Finalista en el Concurso Nacional de Cuento La Cueva con el texto Mañana será otro día (2012). Ganó el segundo puesto en el Concurso Nacional de cuento El Túnel (2011) con el texto A la deriva.

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Carolina Cárdenas Jiménez

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Comentarios: 1
  • #1

    Elida Rodríguez (jueves, 04 abril 2024 14:09)

    Un gran abrazo y aún mallor aplauso desde México mi querida amiga!