Trilogía del confinamiento
A aquellos que viven
el confinamiento interior.
I
El herrumbre transpira mercurocromo
hierro forjado
tejido en una red de pensamientos
que apresa la libertad.
El tedio precipita
en aguas turbias de paranoia;
una gota de agua limpia
un trozo de pan caliente:
la corona de laurel.
La esperanza tuerce
las cabezas de los débiles,
soga que ahorca
a los huérfanos de la luz.
La muerte encuentra su escenario:
los reflectores de la misantropía.
Caen los arrepentidos,
como del olivo sus frutos,
al suelo, machacados
por la piedra de su conciencia.
En el confinamiento, los hombres sufren.
~ o ~
Los barrotes estrechos de la jaula
son calcio y médula.
Comprimen. Imprimen
una hemorragia amarga en el cerebro.
En la cárcel
él ha perdido sus alergias cerebrales
al polvo, a la oscuridad, al invierno:
meta – morfosis.
Solo fondos de café y cigarrillos.
¿Cuánto cobran?
La institución y el recluso
se intercambian venenos
Ambos saben matar a Dios.
Su ojo indiscreto, escondido,
apresa el instante:
juez sin opinar, mira
a un jorobado que se enreda
haciendo alarde de su integridad.
Un guardia resbala sus guantes
entre muslos y brazos
busca la verdad
sin saber que forma tiene.
~ o ~
Olvidarse a veces
que uno es
hecho de carne y vísceras,
convertirse en humo
que no sabe
ni a incienso ni a lavanda.
La lluvia cae para saciar
la sed de la tierra,
gotas que se deslizan
sobre la piel de los arrepentidos
sin encontrar las grietas
en ese inmenso desierto.
Con el abrir del día
se abren las celdas.
Él corre como una furia,
sale de su recinto
y baja a otro recinto.
Corre en círculos, buscando
el cielo más allá del límite
del techado. El aire, maloliente,
atrapado en el recinto.
El confinamiento de barrotes espesos
de noche alberga aullidos
de chacales que viven condenados
como a cadena perpetua,
desconocen del tiempo, su ejecución.
Quisieran ser libres de amar
del amor más trivial: morir.
Porque muerte y amor se besan,
y nadie puede amar a su único amor
y nadie puede morir en su último día.
II
Una hiedra de inocentes
abraza el árbol de la horca.
Los ciegos buscan la luz
blasfeman su pena
y maldicen la caridad.
~ o ~
Entrar en las duchas comunitarias
como en una cámara de gas.
La espera hecha de silencios,
el agua que golpea la roca caliza
de los pensamientos
y fluye suavemente sobre el cuerpo
lavándolo de sus pecados.
El golpe podrido del remordimiento
se parece al cloro que invade
las estrechas tuberías de las fosas nasales.
~ o ~
Para sobrevivir en el confinamiento,
olvida
que eres una criatura,
olvida
el derecho a la vida,
olvida
que te pertenecen
el sol y el calor del día.
~ o ~
Él arrastra sus pies
para dejar una huella,
esconde su rostro en la campana de su capucha.
Sus ojos febriles de ira
saben desvirgar,
rasgan el velo de la naturaleza
en un lánguido intento de poseerla.
Su sonrisa: un galeón de marfil
que disfraza su ansiedad de vivir el presente.
Él llega
a olvidarse que es una persona.
Los otros nómadas
en harapos
se espantan por su llegada:
nadie nunca lo ha poseído.
Reconocimientos y riquezas
¿pero a qué precio? Nada podía
levantarlo, ni la voz de Dios.
El dinero que una vez poseyó
le permitía poseer
olas de aplausos
llegaban a sus costas
dejando en la orilla
ecos de caracoles vacíos;
él no veía
ni el cielo ni las estrellas
nadaba, en apnea,
en el fondo de una copa.
El dinero se funde en sus manos
como un hígado de nieve.
Él se vuelve líquido,
chorrea sangre y sudor.
Se metamorfosea en liquidez vital,
en perlas de fluidez homogénea.
El mundo entero: gota de sal en su mejilla.
~ o ~
La vida, esa locura excitante,
hormiguero de acciones desconocidas,
torrente de palabras silenciosas.
Ojos: binoculares de la imaginación
apuntan al horizonte
para capturar el futuro,
pero en el confinamiento no hay paisaje,
no encuentran un orgasmo que los dilate,
y, pesarosos, bajan al suelo.
Los arrepentidos le tienen miedo a la debilidad,
al pensamiento racional y cristalino;
les causa terror postrarse
y viven escondidos
en una gruta de fantasmas.
Él se repara del frío de la noche
en el sueño musgoso de las sábanas.
Sus lágrimas, gemelas de la consciencia,
bajan de la mano
por el sendero tortuoso.
III
Un eclipse vela su desierto.
Se levantan vientos musicales
desvisten las dunas,
y entre arenas surge una flor.
La fresa hinchada de sangre
derrama sus semillas
en un deleite divino
que abre las puertas de la razón.
Los arrepentidos se abrazan
como pétalos de rosa,
seda que acaricia la armonía
de un nuevo cuerpo;
aquel hombre
que frente a su dolor se desnudó
renació en una dinamita de sueños.
«Si esto es vida, bucearía
en el almíbar del sufrimiento»
—dice el alma—.
«¿Qué tal si el charco
no es un reflejo sino el cielo,
y el sol una lente que magnifica a desmedida
la fe de los hombres?
¿Qué tal si comiéramos para destruir
los colores del arcoíris, y si Dios
no es más que un minúsculo átomo?»
—responde la mente —.
~ o ~
La procesión de arrepentidos deja manchas
con sus capilares rotos: falta de fe,
desinformación y alienación del ser.
El confinamiento desata las venas del odio,
del rencor y la discriminación;
corona las cabezas
con cántaros repletos de avidez;
obliga el ser humano
a gatear en la oscuridad
en busca del olvido.
No somos más que células de un órgano:
nacer, vivir, reproducirse y morir.
Así es para siempre.
Cada uno de nosotros
puede derrotar su confinamiento,
el tumor del egoísmo,
el miedo que te arranquen
del lugar que te pertenece.
El confinamiento es no saber
cuál es tu lugar,
desconocer tus virtudes.
Apresa las mentes
reduciéndolas todas a un único elemento
que tiende a desaparecer.
Aquellos que entendieron
que se trata de una guerra,
enfrentan el confinamiento
armados con epístolas de sangre:
poesía, música y arte;
equilibristas entres minas
sobre una cuerda tensa
siempre a punto de romperse.
~ o ~
Los que salen victoriosos del confinamiento
no temen
ser ridiculizados, ni vivir solos o marginados.
Los que salen victoriosos del confinamiento
escuchan
el llamado de la muerte y la derrotan.
Los que salen victoriosos del confinamiento
saben
aceptar el cambio dictado por las cruces
que aparecen en el camino,
saben
decirle gracias a la vida.
Los que salen victoriosos del confinamiento
viven
como el cero absoluto: incapaces de juzgar.
Salir de nuestro confinamiento
es un proceso lento y doloroso,
al lograrlo, podemos decirnos a-Dios.
Algún día, el que escribió este relato
se trasformará
en criatura desconocida,
des-habitante de su antigua prisión.
Recordará a los otros arrepentidos,
echándoles de menos,
pidiendo por sus almas:
semillas sin florecer.
Algún día evocará el confinamiento
y le contará a sus hijos del mundo
que hizo de él un Hombre.
Traducción de Zingonia Zingone
Marcos Gelabert nació en Cuba y desde su infancia vive en Roma. En un penitenciario romano descubrió su vocación poética que lo ha llevado a escarbar las raíces del mal. Como Lázaro, ha renacido a una nueva vida, y la escritura es su renovada identidad.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Zingonia Zingone
Zingonia Zingone (Londres, 1971) es poeta, narradora y traductora. Escribe en italiano, español, inglés y francés. Sus libros han sido editados en España, México, Costa Rica, Nicaragua, Colombia, Italia, India, y Francia. Sus títulos de poesía más recientes son Los naufragios del desierto (Vaso Roto, 2013), Las tentaciones de la Luz (Anamá Ediciones, 2018), El canto de la Sulamita – Poesía Reunida, (Uniediciones, 2019), El viaje de la sangre (Huerga & Fierro Editores, 2021), y La pajarera sin redes (Domingo atrasado, 2022). Entre sus trabajos de traducción destacan los últimos dos libros de Claribel Alegría: Voci (Samuele Editore, 2015) y Amore senza fine (Fili d’Aquilone, 2018). Es fundadora de los talleres de poesía FreeFromChains y consejera editorial de la revista literaria mexicana “El Golem”.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Zingonia Zingone.
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