Poesía de Ninfa Santos

Si nada más oyeras…

 

 

 

Si nada más oyeras una palabra, una,

 

la más humilde, la más delicada palabra,

 

la que pudo ser nuestra, nunca dicha,

 

y ahora brotándome de lo más escondido;

 

la más guardada, la más íntima,

 

una sola palabra, así, pequeña,

 

menuda, tierna, brisa, lucero amanecido,

 

yerbecilla, guijarro, lo más leve, lo mío,

 

lo que nunca dijimos y era nuestro

 

y nos pertenecía y nunca amamos,

 

como nunca estrenamos algo nuevo

 

que preferimos escondido, intacto.

 

Si pudiera decírtela y tú oírme,

 

y tú entender este temblor de llanto,

 

si pudiera llegar hasta ti y conmoverte,

 

y alzarte como a mí este dulzor amargo,

 

si recogieras esta ternura, esta esperanza,

 

esta dulzura que escondiste en mi vida,

 

si me escucharas nada más un instante,

 

y este dolor, este apegarme a ti,

 

este deseo, este deseo, esta sed de tu alma,

 

este aletear de nube junto a tu rostro frío,

 

algo nuestro aunque fuera nada más un sollozo,

 

un estremecimiento, algo nuestro, un instante,

 

no mi solo dolor junto a tu vida,

 

a la orilla de ti, cercano, ausente,

 

a la orilla, a la orilla, nunca dentro,

 

nunca en ti, sangre y sangre. Si no fuera

 

nada más un minuto estremecido,

 

algo nuestro, de ti y de mí, algo nuestro,

 

no mi ternura ciega, inútil, algo

 

de ti y de mí. Lo que fuera, sollozo,

 

amargura, deseo, tristeza, canto,

 

algo nuestro, algo nuestro, doloroso o fecundo.

 

Pero estás frente a mí, tan lejano

 

como esa estrella muda donde rompe el llanto,

 

donde mi soledad se golpea y se hiere,

 

donde el alma se rompe noche a noche en pedazos,

 

y se hiere y se acaba y torna a ensangrentarse,

 

fiero muro infinito, ciego pozo de espanto,

 

sin pasión, sin dulzura, sordo, exánime, muro,

 

sin piedad, sin un solo tapizado de musgo,

 

tan desnudo, tan frío, tan cobarde o tan fuerte,

 

tan enhiesto de orgullo, tan distante, tan duro,

 

que no bastan mi angustia, ni más largo sollozo,

 

mi terror, mi ternura, mi más ardiente fuerza,

 

para hacerte bajar la mirada de piedra

 

y tomarme y destruirme.

 

 

 

 

 

Este poema fue tomado de la revista, El hijo pródigo, vol, XII, núm 37, abril 1946.

 

 

 

 

 

Ninfa Santos (1916-1990) nació en Guanacaste.  Siendo muy joven migra a México, y desde ahí desarrolla carrera diplomática representando a dicho país en distintos foros en Italia y Estados Unidos.  En 1949 publicó su libro Amor quiere que muera, patrocinado por el Departamento de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública de México.
Su ambiente laboral y cultural le permitió cultivar amistades literarias con figuras como Octavio Paz, Augusto Monterroso, Alfonso Reyes y Rafael Alberti, entre otros.  Su obra literaria es prácticamente desconocida en Costa Rica, excepto por las publicaciones realizadas por Joaquín García Monge en el Repertorio Americano, en el volumen 48 de marzo 1953.

 

 

Fuente de semblanza y fotografía: Universidad de Costa Rica

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