Poesía de Alfredo Trejos

LOVE GOES WRONG

 

 

 

El amor va mal, dice

 

Bukowski. Y sí, va mal.

 

Está muy quieto, como

 

una piedra. Y muy callado.

 

 

 

Casi podría pensar

 

que no se moverá otra vez

 

—que se ha dejado caer

 

junto a la cama como un perro viejo,

 

con su propia nube de moscas 

 

y la música de su artritis, 

 

monótona y personal.

 

 

 

El amor va como va y se ahoga

 

—no podría ser de otra manera. 

 

A veces va con su intemperie

 

a todas partes como el pequeño 

 

cangrejo que lleva su concha

 

de esquina a esquina, en la playa. 

 

 

 

Se ha decidido por 

 

la lentitud. Casi por renunciar

 

a los ojos, a las manos

 

y a erguirse: es posible 

 

que regrese a las cuevas

 

y a los árboles. Se mueve sobre

 

su espalda, como si tuviera

 

una pesadilla en un espacio estrecho.

 

 

 

El amor va mal

 

y razones sobran. Alguien 

 

se aleja caminando y el amor

 

como si nada. Alguien se va

 

despacio y el amor solo se hunde

 

en la ranura por la que pasan

 

las horas, las cuentas, el correo

 

—no cabe en el buzón 

 

petrificado que un día 

 

solo brotó de la calle, como

 

 

 

un arbusto en la ceniza. 

 

 

 

El amor va mal. Va con una carta

 

escrita en papel frío y espeso

 

en la que revelo un único 

 

y pesado nombre.

 

 

 

 

 

EL POLLUELO

 

 

 

El polluelo cae

 

de la rama contra la acera,

 

como un trozo de carbón gris

 

y emplumado. Muere

 

 

 

al instante. Queda

 

boca abajo como un bañista

 

—casi sonríe. Durante la semana

 

pasarán los barrenderos

 

y alguno lo tomará con una pala,

 

lo pondrá con las hojas

 

y las botellas

 

y las envolturas: será un desecho.

 

 

 

Mientras tanto,

 

lo observo con el dolor

 

de un pariente. Estoy en su velorio

 

callejero y pobre. Soy el único

 

aquí, es más. Cerca, una parada

 

de autobuses, informal

 

y concurrida y nadie

 

parece fijarse en el polluelo,

 

tan triste, tan difunto.

 

 

 

Casi nadie ve estas cosas:

 

las pequeñas atrocidades

 

de la muerte.

 

 

 

 

 

ANTE ALGUNAS IDEAS DE SUSAN

 

 

 

Ya lo dijo muy bien Susan Sontag: “amar es entregarte para ser desollado y temer que un día la otra persona se vaya con tu pellejo”. Eso implica que tu casa, que tu hogar, que tu destino y tu infortunio, están en manos de quien amás. Y eso es triste, porque la otra persona, por más que te quiera, es el otro lejano. Es muy raro que la mujer a quien amás esté alerta de tus conflictos y tempestades. Ella ve en vos todo, excepto tu capacidad para destruir, para evanescer. O al menos eso pasa los primeros días del amor; luego casi todo es pánico. A quien amás le otorgás un poder indescriptible y esa potencia bien podría convertirte en ceniza. Pero se debe amar y amar bien, con fuerza. Con todo el cuerpo lleno de cercanía y de posibilidades. Sontag es muy clara: la piel es el mapa desplegado del amor. Sobre la piel se proyectan los besos, el hambre por el otro, el contacto bajo llave. Y cuando el amor fracasa, la piel es lo primero que cae.

 

 

 

 

 

DELEUZE SALTA DESDE SU VENTANA

 

 

 

Deleuze* salta

 

desde su ventana

 

porque ya no puede respirar.

 

Salta

 

como un salmón

 

fuera del río: se ahoga

 

en su estudio, se ahoga

 

en su lecho, se ahoga

 

en su mujer. Se ahoga.

 

 

 

Y salta hacia París

 

como una trucha arcoíris,

 

arrastrando ceniceros

 

y botellas de oxígeno

 

—y el asfalto lo recibe,

 

caliente y perfumado.

 

 

 

Como clavadista

 

en una trusa, Deleuze 

 

salta de entre su dolor

 

y su vajilla, corriendo desde

 

el otro lado de la habitación 

 

con el desayuno aún tibio

 

en su boca. Elige para sí 

 

 

 

el mar de la ventana, 

 

el ondulado pan de las aceras, 

 

el corto vuelo de quien sale

 

a tomar aire y se desploma

 

imitando a los ladrillos

 

en su escasa flotabilidad.

 

 

 

Deleuze, los ladrillos, las plumas

 

y el diente de león: a la larga

 

todos caen. 

 

 

 

Y cae, Deleuze 

 

—y muere, como todos, 

 

lleno de pendientes, 

 

con alguna deuda en la clínica 

 

o en la carnicería. Como quien 

 

evade la belleza y el ahogo. 

 

 

 

Sus pulmones

 

se han quedado hasta la noche, 

 

a nivel de la calle, 

 

y parecen tomar 

 

una larga bocanada 

 

 

 

de silencio.

 

 

 

 

 

DEL GRAN AMOR ROTO

 

 

 

El destino lógico del gran amor cuando se rompe es el aborrecimiento. Es el combate. La destrucción no permite prórrogas, ni armisticios, ni desdén: la escoria del amor es tersa y brilla y se pudre rápido, dejando una capa cálida y fértil de cualquier otra cosa. Del gran amor roto no puede brotar más que saliva ácida, no pueden emerger más que cuchillos y bacterias. Sus escombros no pueden ni con el peso de una sonrisa. Entonces, acuden las palabras a la noche y empuñamos una maldición y parpadeamos con lentitud ante el amor hecho polvo —y ya nada está en donde debería. Ahora nadie se detendrá ante la belleza, sino ante el ladrido de los perros. Pasaremos de largo con una viga al hombro y un murmullo. Y una hoja de piel se irá tras el insoportable olor a combustible o tras la peste de la lluvia.

 

 

 

ALFREDO TREJOS (San José, Costa Rica, 1977). Poeta, facilitador de talleres y consultor editorial. Ha publicado trece libros de poesía, entre los que se destacan Cine en los Sótanos (2011), Prusia (2017), Sad Hill (2019), Omisión de Lejía (2022) y Tazón de Polvo (2024). Su trabajo ha sido traducido al inglés, alemán, italiano y armenio. Ganador del Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría en dos ocasiones: 2011 y 2017. La presenta muestra pertenece a Los nombres propios, de próxima publicación.

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Alfredo Trejos

 

 

 

 

 

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