LOVE GOES WRONG
El amor va mal, dice
Bukowski. Y sí, va mal.
Está muy quieto, como
una piedra. Y muy callado.
Casi podría pensar
que no se moverá otra vez
—que se ha dejado caer
junto a la cama como un perro viejo,
con su propia nube de moscas
y la música de su artritis,
monótona y personal.
El amor va como va y se ahoga
—no podría ser de otra manera.
A veces va con su intemperie
a todas partes como el pequeño
cangrejo que lleva su concha
de esquina a esquina, en la playa.
Se ha decidido por
la lentitud. Casi por renunciar
a los ojos, a las manos
y a erguirse: es posible
que regrese a las cuevas
y a los árboles. Se mueve sobre
su espalda, como si tuviera
una pesadilla en un espacio estrecho.
El amor va mal
y razones sobran. Alguien
se aleja caminando y el amor
como si nada. Alguien se va
despacio y el amor solo se hunde
en la ranura por la que pasan
las horas, las cuentas, el correo
—no cabe en el buzón
petrificado que un día
solo brotó de la calle, como
un arbusto en la ceniza.
El amor va mal. Va con una carta
escrita en papel frío y espeso
en la que revelo un único
y pesado nombre.
EL POLLUELO
El polluelo cae
de la rama contra la acera,
como un trozo de carbón gris
y emplumado. Muere
al instante. Queda
boca abajo como un bañista
—casi sonríe. Durante la semana
pasarán los barrenderos
y alguno lo tomará con una pala,
lo pondrá con las hojas
y las botellas
y las envolturas: será un desecho.
Mientras tanto,
lo observo con el dolor
de un pariente. Estoy en su velorio
callejero y pobre. Soy el único
aquí, es más. Cerca, una parada
de autobuses, informal
y concurrida y nadie
parece fijarse en el polluelo,
tan triste, tan difunto.
Casi nadie ve estas cosas:
las pequeñas atrocidades
de la muerte.
ANTE ALGUNAS IDEAS DE SUSAN
Ya lo dijo muy bien Susan Sontag: “amar es entregarte para ser desollado y temer que un día la otra persona se vaya con tu pellejo”. Eso implica que tu casa, que tu hogar, que tu destino y tu infortunio, están en manos de quien amás. Y eso es triste, porque la otra persona, por más que te quiera, es el otro lejano. Es muy raro que la mujer a quien amás esté alerta de tus conflictos y tempestades. Ella ve en vos todo, excepto tu capacidad para destruir, para evanescer. O al menos eso pasa los primeros días del amor; luego casi todo es pánico. A quien amás le otorgás un poder indescriptible y esa potencia bien podría convertirte en ceniza. Pero se debe amar y amar bien, con fuerza. Con todo el cuerpo lleno de cercanía y de posibilidades. Sontag es muy clara: la piel es el mapa desplegado del amor. Sobre la piel se proyectan los besos, el hambre por el otro, el contacto bajo llave. Y cuando el amor fracasa, la piel es lo primero que cae.
DELEUZE SALTA DESDE SU VENTANA
Deleuze* salta
desde su ventana
porque ya no puede respirar.
Salta
como un salmón
fuera del río: se ahoga
en su estudio, se ahoga
en su lecho, se ahoga
en su mujer. Se ahoga.
Y salta hacia París
como una trucha arcoíris,
arrastrando ceniceros
y botellas de oxígeno
—y el asfalto lo recibe,
caliente y perfumado.
Como clavadista
en una trusa, Deleuze
salta de entre su dolor
y su vajilla, corriendo desde
el otro lado de la habitación
con el desayuno aún tibio
en su boca. Elige para sí
el mar de la ventana,
el ondulado pan de las aceras,
el corto vuelo de quien sale
a tomar aire y se desploma
imitando a los ladrillos
en su escasa flotabilidad.
Deleuze, los ladrillos, las plumas
y el diente de león: a la larga
todos caen.
Y cae, Deleuze
—y muere, como todos,
lleno de pendientes,
con alguna deuda en la clínica
o en la carnicería. Como quien
evade la belleza y el ahogo.
Sus pulmones
se han quedado hasta la noche,
a nivel de la calle,
y parecen tomar
una larga bocanada
de silencio.
DEL GRAN AMOR ROTO
El destino lógico del gran amor cuando se rompe es el aborrecimiento. Es el combate. La destrucción no permite prórrogas, ni armisticios, ni desdén: la escoria del amor es tersa y brilla y se pudre rápido, dejando una capa cálida y fértil de cualquier otra cosa. Del gran amor roto no puede brotar más que saliva ácida, no pueden emerger más que cuchillos y bacterias. Sus escombros no pueden ni con el peso de una sonrisa. Entonces, acuden las palabras a la noche y empuñamos una maldición y parpadeamos con lentitud ante el amor hecho polvo —y ya nada está en donde debería. Ahora nadie se detendrá ante la belleza, sino ante el ladrido de los perros. Pasaremos de largo con una viga al hombro y un murmullo. Y una hoja de piel se irá tras el insoportable olor a combustible o tras la peste de la lluvia.
ALFREDO TREJOS (San José, Costa Rica, 1977). Poeta, facilitador de talleres y consultor editorial. Ha publicado trece libros de poesía, entre los que se destacan Cine en los Sótanos (2011), Prusia (2017), Sad Hill (2019), Omisión de Lejía (2022) y Tazón de Polvo (2024). Su trabajo ha sido traducido al inglés, alemán, italiano y armenio. Ganador del Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría en dos ocasiones: 2011 y 2017. La presenta muestra pertenece a Los nombres propios, de próxima publicación.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Alfredo Trejos
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