Poemas de Francisco José Cruz

No te quites la máscara

 

 

 

No te quites la máscara,

 

confúndete con ella

 

hasta ajustártela

 

célula a célula.

 

 

 

No te la quites

 

ni en soledad siquiera,

 

para que olvides

 

que la tienes puesta.

 

 

 

No te quites la máscara

 

aunque suenen huecas

 

a veces tus palabras

 

a través de ella.

 

 

 

No te la quites nunca

 

ni pruebes otras nuevas,

 

confórmate con una,

 

la que mejor te queda.

 

 

 

 

 

A un caracol

 

 

 

Te encontré en un ángulo

 

del quicio de la puerta

 

que da al patio.

 

 

 

Ahí ya llevas,

 

quieto, muy quieto,

 

sin salir afuera,

 

 

 

todo el invierno,

 

como una minúscula

 

moldura en el techo.

 

 

 

Qué bien te ocultas,

 

caracol, del frío

 

qué bien te ocultas.

 

 

 

Yo también vivo

 

–si lo pienso con calma–

 

medio escondido

 

 

 

dentro de mi casa

 

que, aunque no llevo a cuestas,

 

sin ella no soy nada.

 

 

 

Caracol, despierta

 

de tu letargo,

 

que ya la primavera

 

está en el patio.

 

 

 

 

 

 

 

Mi vieja máquina

 

 

 

Desde la adolescencia

 

ya me acompaña

 

fijando mis silencios

 

y mis palabras.

 

 

 

Así que en ella he escrito

 

todos los poemas,

 

todos sin excepción

 

hasta la fecha.

 

 

 

Cuánta paciencia tiene

 

mi vieja máquina,

 

pues aún la aporreo

 

con torpe maña.

 

 

 

El ruido tosco y seco

 

que hacen sus teclas

 

acaso está en el fondo

 

de mis poemas.

 

 

 

Esta maciza Perkins

 

todo lo aguanta

 

menos que yo la cambie

 

por otra máquina.

 

 

 

Y cuando al fin le falte,

 

qué será de ella,

 

tan anticuada e inútil

 

para cualquiera.

 

 

 

 

 

 

 

Carrera de caballos

 

 

 

                     Playa de Sanlúcar de Barrameda

 

 

 

Aquel caballo que en mi infancia

 

a mitad de carrera se partió

 

las patas delanteras,

 

 

 

cada verano se levanta

 

y se confunde con los que ahora mismo

 

galopan en tropel hacia la meta.

 

 

 

Cuando el sol se ponía

 

sobre la bajamar, en una tarde

 

tan expectante como esta,

 

 

 

aquel caballo lo tumbó

 

de una inyección letal mi tío Fernando

 

para que no sufriera.

 

 

 

Cómo me impresionó cuando sentí,

 

entre el revuelo de la gente,

 

su cuerpo golpear

 

                                  contra la arena,

 

 

 

el que cada verano se levanta

 

para correr con los caballos

 

que ya cruzan la meta.

 

 

 

 

 

El tren de los niños

 

 

 

Verano a verano, de noche y de día,

 

como un espejismo,

 

rueda por las calles, y no por la vía,

 

el tren de los niños.

 

 

 

Rueda que te rueda con su algarabía

 

a ningún destino,

 

solo por el gusto de una travesía

 

sin fin ni principio.

 

 

 

Cada vez que pasa por la vera mía,

 

adiós yo le digo

 

porque me contagia toda su alegría,

 

dando un gran pitido.

 

 

 

Ruedan que te ruedan sin monotonía

 

sus tres vagoncitos,

 

los que siempre llevan en mi fantasía

 

a los mismos niños.

 

 

 

 

 

Ante el David de Miguel Ángel

 

 

 

¿Cómo es que no has lanzado

 

todavía la piedra a ese gigante

 

después de tantos siglos?

 

¿A qué esperas, David,

 

mirando sin cesar a un punto fijo?

 

 

 

Petrificado, absorto,

 

¿desconfías, en el último instante,

 

de tu fuerza y tu tino?

 

En eterna amenaza

 

se quedarán, David, todos tus bríos.

 

 

 

Tira la piedra ya,

 

aunque a nadie le des y, finalmente,

 

se pierda en el vacío

 

del tiempo y tú con ella,

 

sin que cumplas, David, con tu destino.

 

 

 

 

 

Carta póstuma a Wisława Szymborska

 

 

 

Ahora que ya te has ido

 

para siempre en pleno sueño,

 

aunque no me conociste,

 

me animo a hacerte unos versos.

 

 

 

Qué bien te entiendo yo siempre

 

a través de tus silencios,

 

silencios que en tus poemas

 

dicen aún más que los verbos.

 

 

 

Como no sé cómo suenan

 

en polaco tus desvelos,

 

tu sentido del humor

 

–tan inquietante y perplejo–,

 

 

 

los imagino en mi lengua

 

a través de esos silencios

 

que en español o polaco

 

muestran los mismos misterios.

 

 

 

Estupor e incertidumbre,

 

esos hermanos eternos,

 

parecen entre tus líneas

 

encontrarse en su elemento.

 

 

 

Tus palabras se conforman

 

con dar el tono concreto

 

para que hablen por sí solos

 

las situaciones, los hechos.

 

 

 

Ahora que ya te has ido,

 

con gratitud te confieso

 

que he tratado de callarme

 

a tu manera en mis versos,

 

 

 

callarme con otros ritmos,

 

otra métrica, otros ecos,

 

no los tuyos, y nombrar,

 

sin nombrar, mi desconcierto.

 

 

 

Qué bien me entiendo a mí mismo

 

cada vez que te releo.

 

 

 

 

 

Lamento de Lázaro

 

 

 

     Cristo dijo a Lázaro: Levántate y anda.

 

Tal vez hubiera sido preferible que

 

le dijera: levántate y habla.

 

                                                                                                Roberto Juarroz

 

 

 

 

 

Qué desgracia, Jesús,

 

que tú así te dejaras

 

llevar por el inmenso

 

dolor de mis hermanas.

 

 

 

Ahora, en el fondo, nadie

 

desea estar conmigo

 

y a ellas mismas les doy

 

un vago escalofrío.

 

 

 

Te olvidaste de mí

 

ante la maravilla

 

de levantar mi cuerpo

 

e infundirle la vida.

 

 

 

Tu maldito poder,

 

ay, cómo me condena

 

a morir otra vez.

                                                                                               

 

 

 

Francisco José Cruz (Alcalá del Río, Sevilla, 1962) ha publicado, entre otros libros de poemas, Maneras de vivir (I Premio Renacimiento de Poesía, Sevilla, 1998), A morir no se aprende (Málaga, 2003), Hasta el último hueso. Poemas reunidos 1998-2007 (Mérida, Venezuela, 2007), El espanto seguro (Sevilla, 2010), Un vago escalofrío (Bogotá, 2015, Valencia, 2019).

 

      Dirige en Carmona, desde su fundación en 1990, la revista de creación Palimpsesto. Autor de varias compilaciones y ediciones, durante 2005 y 2006, dirigió en la capital hispalense los encuentros Sevilla, Casa de los Poetas.

 

      Fue asesor literario de la Biblioteca Sibila de Poesía en Español y actualmente lo es de la revista Sibila.

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Carmen Nozal

 

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