Poesía y Militancia en América Latina
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¿Qué es lo que me propongo hacer, trabajando en la poesía? En general, expresar la vida, es decir, la vida de la que soy testigo. Mi tiempo, sus hombres, el medio que compartimos, con todas sus interdependencias. Camino para tal intento, desde el hecho aparentemente simple de ser salvadoreño, o sea, parte de un pueblo latinoamericano que busca su felicidad luchando contra el imperialismo y la oligarquía criolla y que, por razones históricas bien concretas, tiene una tradición cultural sumamente pobre. Tan pobre, que solamente en una debilísima medida la ha podido incorporar a esa lucha que reclama todas las armas.
Estos hechos básicos hacen consecuente todo tipo de preocupación por dotar mi obra de un contenido nacional, o sea, expresivo del pueblo de El Salvador. Pero al hablar de «pueblo salvadoreño», hablo de los obreros y de los campesinos, de la clase media y, en general, de todos los sectores sociales sometidos a la opresión oligárquico-imperialista cuyos fundamentales intereses comunitarios coinciden con el gran interés de construir una nación libre, soberana y llena de los mejores estímulos para el progreso del hombre. Por ello, persigo asimismo una creación de tendencia democrática.
Lo anterior es un esquema general de mis intenciones poéticas, en el cual he determinado las necesidades que para desarrollar mi obra he debido plantear y tratar de satisfacer ante el panorama histórico que nos muestra mi pueblo, es decir, el medio humano que me dota de raíces, de asideros reales en el espacio y en el tiempo. Cabría ahora intentar un enjuiciamiento, breve y general, acerca de las condiciones personales con que participo en el intento creativo. No por afán de lesionar a la modestia, sino para darle un respaldo lógico a los planteamientos que deberé hacer más adelante.
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Mi actitud ante el contenido ideológico y la trascendencia social de la obra poética está determinada fundamentalmente -según lo entiendo- por dos hechos extremos: el de mi larga y profunda formación burguesa y el de la militancia comunista que mantengo desde hace algunos años.
La práctica en las filas del Partido ha organizado mi preocupación de siempre por los problemas de la gente que me rodea, del pueblo, en último grado, y ha ubicado con exactitud ante mi atención las responsabilidades fundamentales a las cuales deberse, así como la forma concreta de realizar esos deberes a lo largo de toda la vida. Pero los largos años en el colegio jesuita, el desarrollo de mi primera juventud en el seno de la chata burguesía salvadoreña, el apegamiento a formas de vida irresponsables, alejadas con santo horror del sacrificio o de los problemas esenciales de la época, han dejado en mí sus marcas, las cicatrices que aún ahora duelen.
Este último hecho ha llegado a ser consciente en mí, es decir, para los fines autocríticos generales que todos perseguimos ahora, cuando el pueblo reclama limpios y claros a sus hijos. Ahora bien, lo que no puedo hacer a su respecto es borrar los efectos actuales de un plumazo. De manera que y por lo menos para el análisis de mis posibilidades literarias -es mejor aceptarlo como una realidad vigente. Superable, si se quiere, pero vigente. De un análisis serio de mi propia obra poética-que es la que considero más representativa, la que más me expresa- puedo decir que aún priva sobre el punto de vista del comunista que ahora soy, la actitud del burgués que antes fui; sobre las intenciones del comunista, los resultados de raíz burguesa. En uso de las consideraciones hechas más arriba y persiguiendo la funcionalidad que la obra de arte debe tener en el medio concreto de El Salvador (y Centroamérica, en general) creo hacer bien al preguntar: ¿Es que este punto de vista, burgués, ha agotado entre nosotros todas sus potencias? Yo en lo personal creo que no y que además es positivo aprovechar de él todas las posibilidades creadoras, tendiendo no sólo a dejar atrás sus aspectos negativos fundamentales, sino a usarlo de instrumento para crear las condiciones ideales de surgimiento del nuevo arte popular que vendrá, pese a quien le pesare, y que será reflejo de la nueva vida que sabremos conquistar los salvadoreños. No se han agotado las posibilidades de la cultura y el arte burgueses (que por otra parte la oligarquía el imperialismo han impuesto al creador y receptor salvadoreños en una forma groseramente carente de matices) y por ello es positivo que los escritores revolucionarios iniciemos el camino del futuro arte, de la futura literatura revolucionaria salvadoreña desde las entrañas mismas de la cultura burguesa, acelerando al mismo tiempo su propio hundimiento y descomposición al confrontarla con sus insuperables contradicciones internas, al ponerla frente a sí misma y frente a las fuentes de su nacimiento, llevándola, en fin, conscientemente y con santa malicia popular, al callejón sin salida adonde de todas maneras llegaría, si dejamos que siga desarrollándose apaciblemente en manos de sus creadores lógicos, los creadores burgueses, los creadores-ideólogos de la burguesía.
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Ampliando más la consideración y yendo por lo tanto más lo que toca a mi propia obra individual, cabría hacer las siguientes preguntas: ¿En qué medida ha sido expresada la nación en la literatura que se ha hecho hasta ahora en El Salvador? La historia de la literatura salvadoreña ¿es capaz de darnos una visión de conjunto de nuestro desarrollo ese desarrollo? Parece ser que no. Pero si lo más importante de esa literatura se ha producido en los últimos cincuenta o sesenta años, es decir, el lapso en que nuestro país ha llegado a ser un yermo semifeudal y dominado por el imperialismo norteamericano, con una gran masa desposeída por un lado, una voraz oligarquía terrateniente por el otro lado y en el medio de incipiente y débil clase obrera, una pequeña burguesía enajenada una de esas clases y un germen de burguesía nacional sin perspectivas de desarrollo, ¿podemos seguir en nuestra literatura la pista de las expresiones de algunas o cada una de esas clases y definirlas como auténticas con respecto a ellas? ¿O es que debido a las deformaciones económicas, políticas y sociales -y por lo tanto culturales- que en nuestro desarrollo implica la dominación imperialista, deformación que impide el ascenso clásico de las diversas clases sociales a una toma de conciencia particular sobre sí mismas, hay respondiendo a una sola, básica y general contradicción, o sea, hay que plantear todos los problemas la de la superestructura artística como respondiendo a una sola, básica y general contradicción, o sea, la existente entre el pueblo, la nación por un lado, y el imperialismo y sus intermediarios por el otro? Porque de ser así, todas las preguntas anteriores podrían irse contestando sobre la base de dividir nuestra literatura en dos partes: la que en general responde, o no se opone, a los intereses del “monstruo bifronte” dominante y la que, también en general ha pretendido ser la expresión del pueblo, de su vida, sus problemas, sus luchas y sus esperanzas. Pero sospecho que la cuestión no es tan simple.
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De esas dos consideraciones: las necesidades de la literatura salvadoreña y mis propias condiciones personales ante el trabajo creativo, surgió en mí el afán de ordenar la labor cultural en pos de los siguientes objetivos generales que, por supuesto, estoy muy lejos de cumplir aún: 1) Luchar porque la obra de los escritores y artistas salvadoreños de mi generación se nutra de la realidad nacional con el fin de ayudar a transformarla revolucionariamente. 2) Dilucidar en una forma definitiva el problema la tradición cultural salvadoreña para incorporarla a nuestras obras un nuevo sentido del desarrollo cultural. Es decir, entre otras cosas sus constantes principales, sus alcances en el plano universal, lo vivo muerto, lo útil y lo inútil, para ir dando a la dispersa cultura salvadoreña la característica principal de cualquier cultura: la unidad orgánica, la interconexión, base de la existencia particularizada e integral. Y, en consecuencia, con el primer objetivo general, 3) Propugnar el conocimiento científico de nuestra realidad (aplicando el método marxista-leninista) y respaldar la labor creadora con una actividad militante dentro de las filas de la Revolución, gran objetivo de toda literatura o arte modernos a la altura del hombre.
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Habiendo dicho, pues, algunas cosas definitivas, es menester comenzar a hacer algunas particularizaciones y separaciones. He dicho que soy un poeta que, en lo referente a la militancia política, actúo dentro de las filas del Partido Comunista. Pero este hecho indica solamente que existe en mí una preocupación social, al tiempo que evidencia el contacto directo con la organización que en forma más satisfactoria interpreta los fenómenos sociales. De todo ello me nace una responsabilidad ante la lucha de los hombres. Mas esta responsabilidad la cumplo principalmente en el trabajo específico de Partido, en las acciones concretas de la Revolución. Mi poesía, además de salvar esa responsabilidad con sus medios particulares, persigue otros fines, se convierte en otra cosa diferente a un mero instrumento ético, desde que la fuerza de la imaginación, entre otras cosas, interviene. La imaginación, por ejemplo, hace que la realidad se vea enriquecida y en esas circunstancias su expresión debe ser en alguna medida más valiosa para los hombres, ya que no solamente les otorga un conocimiento primario de lo real -que podría bastar para su lucha por la libertad- sino que los pone en contacto con los aspectos verdaderamente trascendentes, podríamos decir, eternos, de esa realidad. Aquí cabría apuntar además la función de «hacer mejor al hombre y la naturaleza» que tiene el arte y la literatura. No hay que olvidar por otra parte que inclusive para perseguir el fin político (logro de la toma de conciencia sobre sí mismo y sus necesidades por parte del pueblo) la poesía o el arte debe hacerlo con sus medios particulares, es decir, artísticos, más eficaces en cuanto artísticamente capten mejor la realidad que se necesita expresar.
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Por eso vengo diciendo desde hace algún tiempo que el gran poeta de hoy debe tener para construir su obra dos puntos de partida necesarios: el profundo conocimiento de la vida y su propia libertad imaginativa. Así, deberá haber vivido intensamente, en el centro de lo humano la naturaleza, haber descendido a las oscuras concavidades del terrible fuero interno y ascendido a los esplendorosos dramas populares, haber sido testigo de la desnudez de los insectos y de las catástrofes de la orografía. Sobre esta experiencia adquirida a través de los años, en duro y maravilloso trajinar cotidiano, la imaginación, con sus instrumentos expresivos (estilos, géneros artísticos), podrá trabajar para construir la gran obra de arte, si su dueño tiene una clara concepción de la libertad creadora y de sus responsabilidades ante la belleza. En este camino hay muchos medios materiales que ayudan: la incorporación (asimilación crítica) de la tradición cultural de la humanidad a la obra del creador moderno, el trato adecuado de los mitos, la utilización del símbolo con sentido apropiado a cada época.
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El poeta debe ser fundamentalmente fiel con la poesía, con la belleza. Dentro del caudal de lo bello debe sumergir el contenido que su actitud ante la vida y los hombres le imponga como gran responsabilidad de convivencia. Y aquí no caben los subterfugios ni la inversión de los términos. El poeta es tal porque hace poesía, es decir, porque crea una obra bella. Mientras haga otra cosa será todo lo que se quiera, menos un poeta. Lo cual, por supuesto, no implica con respecto al poeta una privilegiada situación entre los hombres, sino tan sólo una exacta ubicación entre los mismos y una rigurosa limitación de su actividad, que también sería eficaz en el caso de particularizar la calidad de los médicos, los carpinteros, los soldados o los criminales.
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¿También el poeta es comunista? -me preguntan por ahí. Para contestar, yo comenzaría por repetir lo ya dicho: el gran deber del poeta -comunista o no- se refiere a la esencia misma de la poesía, a la belleza. Esto supuesto como suelen decir los profesores de álgebra-su propia responsabilidad, o si se prefiere, su grado de conciencia revolucionaria ante las necesidades concretas del tiempo en que ejerce su creación le indicarán las tendencias temáticas- por ejemplo, que sería correcto preferir. Y ya que hablamos de la temática, he de agregar que en este terreno tengo un viejo postulado, al que considero lleno de honestidad: todo lo que cabe en la vida cabe en la poesía. El poeta y por lo tanto el poeta comunista deberá expresar toda la vida: la lucha del proletariado, la belleza de las catedrales que nos dejó la Colonia española, la maravilla del acto sexual, los cuentos temblorosos que llenaron nuestra niñez, las profecías sobre el futuro feraz que nos anuncian los grandes símbolos del día.
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Ahora bien, ¿de qué belleza hablamos, a qué nos referimos al enunciar «lo bello»>? Advertimos claramente el peligro de trabajar con términos que ha tratado de reivindicar para sí el idealismo. Desde Platón hasta los modernos suspirantes que se aferran a eso que nunca dejó de ser una idiotez, la concepción del «arte por el arte», algunas palabras han sido manipuladas con tal sentido desconcertante, que ahora es bien difícil para un revolucionario utilizarlas sin hacerse sospechoso de posiciones que marcan el otro polo filosófico. Como se hace evidente en nuestras expresiones de más arriba, al hablar de la belleza y de lo bello, no hemos abandonado un solo instante los territorios de la forma. Ahora bien, la forma y el contenido componen la unidad inseparable que configuran la obra de arte. Por ello en ese sentido es que decimos que la belleza es cuestión de la esencia misma de la poesía. Además, consideramos el concepto de la belleza y de lo bello como realidades culturales, dotadas de ámbito histórico y de raíz social.
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-¿Y las formas <<feístas» de la poesía, del Arte? -me preguntan de nuevo. Este no es un argumento válido contra la esencialidad bella de la poesía. En las llamadas formas «feístas» sucede o bien que la belleza está más oculta de lo que se acostumbra (por los medios no tradicionales con que se transmite) o bien que surge por contraste.
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La labor creadora del poeta comunista, creo que es evidente, tiene varios niveles. Según las necesidades cotidianas de la lucha, el poeta sumergido en el partido de los trabajadores y los campesinos tendrá que elaborar ágiles consignas de agitación, coplas satíricas, poemas que inciten a elevar la rebeldía contra la opresión antipopular. ¿Hasta dónde el resultado de esta labor es poesía? Hay casos extraordinarios, pero en general el resultado suele ser desde el punto de vista de la forma sumamente pobre. aunque en el terreno histórico-político puede llegar a ser, según las circunstancias, de inmenso valor.
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El Partido debe formar al poeta como buen militante comunista, como un cuadro valioso para la acción revolucionaria popular. El poeta, el creador artístico debe contribuir en el más alto grado a la formación cultural de todos los miembros del Partido. El Partido, en concreto, debe ayudarle al poeta a realizarse como un agitador eficaz, un soldado de buena puntería, un cuadro idóneo, en una palabra. El poeta debe hacer que todos los camaradas conozcan a Nazim Hikmet o a Pablo Neruda y tengan un claro concepto del papel del trabajo cultural dentro de la actividad general revolucionaria. E inclusive debe hacer que el Secretario de Organización del Comité Central, por ejemplo, ame a San Juan d la Cruz, a Henri Michaux o a Saint John Perse.
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Hay que desterrar esa concepción falsa, mecánica y dañina según la cual el poeta comprometido con su pueblo y con su tiempo es un individuo iracundo o excesivamente dolido que se pasa la vida diciendo, si más ni más, que la burguesía es asquerosa, que lo más bello del mundo en una asamblea sindical y que el socialismo es un jardín de rosas dóciles bajo un sol especialmente tierno. La vida no es tan simple y la sensibilidad que necesita un marxista para ser verdaderamente tal, lo debe captar perfectamente. Es deber del poeta luchar contra el esquematismo mercancista. Ese método impide el desarrollo de la poesía -que como la conquista del Cosmos debe conservar siempre fresca su sed aventurera- y lesiona el posible contenido conceptual positivo.
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Alguien definió al poeta como una persona que no vive normalmente si se le impide escribir. La construcción de ese concepto es similar en mí: el de la imposibilidad de ejercer la labor creadora fuera de las a la de un sentimiento que desde hace ya mucho tiempo siento arraigado filas de la revolución. Si la revolución, o sea, la lucha de mi pueblo, mi partido, mi teoría revolucionaria, son los pilares fundamentales en que quiero basar mi vida y si considero la vida en toda su intensidad como el gran origen y el gran contenido de la poesía, ¿qué sentido tiene pensar en la creación cuando se abandonan los deberes de hombre y de militante? Indudablemente que ningún sentido. Y esto, cabe ser aclarado aquí, tampoco tiene nada que ver con la «forma expresiva» (y se perdonará la redundancia) con que la poesía misma debe responder ante los deberes civiles, por así decirlo.
Este sentimiento al que me refiero tiene respaldo firme en verdades objetivas. Ilustraré este punto con unas líneas de Roger Garaudy, escritas para hacer un recuento de las conclusiones a que llegó la «Primera Semana del Pensamiento Marxista» celebrada en París el año pasado, que señalan sintética y nítidamente los elementos fundamentales que la posición revolucionaria incorpora a nuestra vida: «El marxismo-leninismo -dice el sabio profesor francés- nos permite pensar y vivir las tres fuerzas más grandes que hoy accionan en el mundo, en el trabajo maravilloso del alumbramiento: el humanismo más completo, la concepción que más exalta al hombre, con sus horizontes sin fin; el método científico más seguro, el que se desprende del materialismo dialéctico; la fuerza más grande para poner en acción esta ciencia y este humanismo: el proletariado revolucionario.» Amor a la humanidad, el mejor método para llegar a la verdad y una fuerza que asegura la realización de la esperanza: ¿se puede concebir otra base mejor para la poesía?
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El revolucionario es, entre otras cosas, el hombre más útil de su época Porque vive para realizar fines que significan los más altos intereses la humanidad. Ello es válido para el poeta revolucionario, en cuanto revolucionario y en cuanto poeta, puesto que desde que publica su primera palabra está dirigiéndose a todos los hombres, en defensa de los m altos anhelos de los mismos. Por lo tanto es una tontería discutir tan siquiera con quienes afirman que la función social y la actitud humanista en la poesía son elementos al menos extra poéticos. Tontería, principalmente, porque tal discusión implica de por sí un renunciamiento a priori a la universalidad de la poesía.
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Es hermoso considerar al poeta como un profeta. En sí tal consideración es un acto poético en que el creador de los poemas se nos aparece oteando desde los altos montes el porvenir de la humanidad y señalando los grandes caminos. Yo prefiero sin embargo ubicar al poeta más como escudriñador de su propio tiempo que el futuro, porque, quiérase o no, al insistir demasiado en lo que vendrá perdemos en algún nivel las perspectivas inmediatas y corremos el riesgo de no ser entendidos por todos los hombres que se encuentran sumergidos en lo cotidiano. El mismo problema de la Revolución merece ser enfocado dentro del quehacer poético desde ese punto de vista. Para el caso y por ejemplo ¿debemos los poetas revolucionarios latinoamericanos centrar nuestra labor en el anunciamiento de la sociedad socialista antes de elevar a la categoría de material poético las contradicciones, desastres, taras, costumbres y luchas de nuestra sociedad actual? Yo, sinceramente, creo que no. Considero que el lector promedio del mundo capitalista, para convencerse de la necesidad de la Revolución, deberá entre otras cosas conocer la estructura de los bajos esquemas mentales de la burguesía, la sordidez de los hechos individuales en su submundo capitalista, el choque entre los nobles sentimientos humanísticos y la chatura del ambiente surgido de la explotación. Además, entiendo que al lector debe dársele la oportunidad de conocer nuevos puntos de vista sobre la vida, acontecimientos y personajes, por ejemplo, de la historia nacional, sobre la cual se le ha impuesto una versión expurgada por parte de las clases dominantes que la literatura, por sus medios específicos, tendría muy poca dificultad en combatir. Sólo después de una labor tal, que implica -no lo ignoro- una gran parte de acción destructiva, es posible comenzar a edificar, sin rémoras mayores, el anunciamiento del futuro. Y hay que advertir un punto de vista esencial: a esta tesis le otorgo validez en la etapa preparatoria, en la etapa insurreccional y en la etapa de triunfo de cualquiera revolución latino- americana. E incluso cuando esa revolución haya tomado ya el camino de la construcción del socialismo. Aunque en este último caso, evidentemente, seguiría teniendo tan sólo una vigencia parcial.
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Honor del poeta revolucionario: convencer a su generación de la necesidad de ser revolucionario hoy, en la época dura, la única que da posibilidades de ser sujeto de epopeya. Ser revolucionario cuando la revolución ha eliminado a sus enemigos y se ha consolidado en todos los sentidos puede ser, sin lugar a dudas, más o menos glorioso y heroico. Pero serlo cuando la calidad de revolucionario se suele premiar con la muerte es lo verdaderamente digno de la poesía. El poeta toma entonces la poesía de su generación y la entrega a la historia.
Este ensayo fue tomado de la revista Casa de las Américas, año III, número 20, septiembre-diciembre de 1963, La Habana, Cuba.
Roque Dalton García (San Salvador, 14 de mayo de 1935 - 10 de mayo de 1975). Fue un poeta, novelista, y ensayista salvadoreño, de importantísima talla intelectual no sólo nacional, sino latinoamericana, militante de izquierda, y una de las figuras de la historia de El Salvador más importante de todos los tiempos.
Fuente biográfica y fotográfica: Literatura Salvadoreña Wiki
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