Poemas de Carmen Nozal

ESCULTURA

 

 

 

Amar es un verbo desolado:

 

si fuera cuerpo, sería mármol.

 

 

 

Del libro: Equis, Margen de Poesía 58, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1997.

 

 

 

 

 

LAS MOSCAS

 

Quién si no las moscas pueden mostrarnos el camino.

 

Ahí están, dicen las moscas,
absortas en su danza prehispánica.
Ahí están, insisten murmurando
con un zumbido incesante.

 

Ahí están, apuntan las moscas como plañideras:
adentro del espanto de esa noche,
adentro del monte arriba
por el que algún día corrieron
cuando eran niños.

 

Ahí están: los sueños torturados, los pantalones rotos,
un tenis, cuatro plumas, dos carcajadas,
los vestidos desgarrados, una libreta.
Las novias que siguen esperando se preguntan: ¿dónde están?
Ahí están, responden las moscas
sobrevolando los huesos, el hedor penetrante de los días,
la esperanza mutilada, el silencio que gime como un viento desollado.

 

Ahí están, todos revueltos, abrazados,
con la juventud brillando bajo los párpados.
Ahí están, ¡vengan por ellos!, dicen las moscas
unidas, haciendo guardia al amanecer.
Ahí están, dicen inquietas, ambiguas, impotentes,
respirando el olor dulzón de la carne amarga.
Ahí están, presentes, los cuerpos
que brillan como pequeñas luciérnagas.

 

Ahí están, las moscas nacidas de la compasión,
las moscas de la misericordia.
Ahí están, contando lo que pasó
con sus alas turbias y su color azul.

 

Ahí están, los ojos más tiernos, los más transparentes
ojos por los que brotan árboles luminosos.
Ahí están, los rostros llenos de lodo, con el corazón intacto,
las huellas de sus pasos sobre esta oscura piel llamada patria.
Ahí están, sus lenguas besables, sus labios agrietados,
sus cálidas gargantas, su afónica oración.
Ahí están, las frentes inclinadas, bendecidas por sus madres
antes de salir de casa.
Ahí están los que nunca más volvieron,
calcinados, molidos, dispersados,
Aguardando, aguardando.
Ahí están, dispuestos, extenuados,
con relojes de arena y voces invencibles
Ahí están, con la mirada profunda
y las pestañas llenas de polvo y aves.
Ahí están: los emilianos, los panchos, los chaparritos,
los que sabían leer, los que serían distintos.
Ahí están: las lupes, las citlalis, las juanas y marías,
las artesanas, las costureras, las enamoradas eternas.

 

Ahí están las moscas que sobrevuelan la verdad.

 

Y ahí están todos, con el polvo en los huaraches y los puños apretados,
los padres, las madres, los hermanos, los abuelos.
Ahí están los maestros, los albañiles, los campesinos,
las amas de casa con su olla humeante de frijoles heridos.

 

Ahí están, los mataron, los quemaron, los aventaron
como quien tira un saco de piedras en la orilla del mundo.
Ahí están, dicen las moscas con su rumor de letanía,
recitando los nombres, los apellidos,
la inmensa lista de los que nunca vuelven,
la obstinada legión de los despiertos.

 

 

 

(Del libro de artista 43. Espolones Editores. México, 2019)

 

 

 

 

 

NORDESTE

 

 

 

 Tengo un silbido

 

y no lo escucho.

 

Mis amigas dicen que lo tengo

 

y no lo oigo.

 

Dicen que me llevarán con el neumólogo

 

y no me gusta.

 

 

 

Escucho

 

el viento que azota sobre la marejada,

 

el nordeste

 

sobre las gargantas de los acantilados, oigo,

 

mientras nos corta la cara con su frío salvaje.

 

 

 

Ahí sobre la colina,

 

ahí sintiendo,

 

yo me tomaba de la mano de mi madre

 

y mi madre se tomaba del brazo de mi padre,

 

y mi padre iba a pasarle el brazo por encima de los hombros

 

a mi hermano,

 

pero lo guardaba en un arrebato de cobardía,

 

empujándolo hacia el bolso de la chaqueta

 

como si se escondiera del mar

 

en ese instante

 

que nunca más ha vuelto.

 

 

 

(Publicado de forma manuscrita en el Archivo Digital de la Biblioteca Cervantes, 2019).

 

 

 

 

 

TU SOMBRERO

 

 

 

                                                                                    A Margarita Minerva Villarreal

 

 

 

Mira la luz, te dije, en medio de la tormenta,

 

aquella tarde donde una parvada de estorninos

 

había emprendido el vuelo

 

y una nube, abierta como un ojo gris

 

despedía un destello que cayó sobre nosotras.

 

 

 

Mientras se desplomaba la lluvia

 

con sus flecos transparentes,

 

con su tristeza acumulada por un tiempo de sequía,

 

lavó la nuestra. Nos limpió la nostalgia

 

que se estaba haciendo costra por las manos

 

y volvimos a pensar en el presente

 

como una estación extraordinaria

 

para correr hacia ningún lado

 

entre los árboles.

 

 

 

Sobre tu sombrero se deslizaba el agua.

 

Mira la luz, me dijiste,

 

y, entonces, las dos supimos

 

que los ojos fueron hechos para solo ver lo bello

 

y guardar bajo los párpados

 

el reflejo más puro y la bondad.

 

 

 

 

 

(Publicado en la Revista Cultural El Cobaya, España, 2023)

 

 

 

 

 

MORAS SILVESTRES

 

 

 

Te busqué,

 

mamá,

 

me perdí en este mundo

 

para ver si me mirabas.

 

Así cacé la furia,

 

entré por la puerta de los abandonados,

 

tuve relaciones peligrosas,

 

gané batallas en tu nombre,

 

sané las heridas de las aves,

 

hubo moribundos en mi mano,

 

perdí la edad.

 

 

 

Recordé que así sería

 

porque una mañana

 

me miraste a los ojos y dijiste:

 

“Hoy te llevaré a la aldea donde nacen las moras silvestres”,

 

y por primera vez estuve contigo sola

 

y supe que me querías

 

y me senté en la hierba

 

mientras las vacas pelirrojas,

 

mientras el aire fresco,

 

 

 

mientras tu pañoleta azul,

 

mientras el sol,

 

te perdían en los arbustos.

 

 

 

Dije que sí a tu mirada

 

donde veía las nubes navegando entre los ríos,

 

los brazos abiertos como labios,

 

donde veía

 

castaños llenos de pájaros

 

adentro de tus ojos.

 

Dije que sí a la vida cruda y desbordada,

 

luminosa, oscura, te dije: “sí”.

 

 

 

… y solté

 

tus manos como dos piedras candentes.

 

Y tú sobrevolabas

 

y yo sobrevivía.

 

 

 

(Del libro inédito Moras silvestres, publicado en la revista norteamericana Códice, USA, 2024)

 

 

 

 

 

EL PADRE DE LA ESPERANZA ES EL OLIVO

 

 

 

Cuando el olivo se enamoró de Minerva,

 

la paz ardió en su corazón

 

y se llenó de cenizas.

 

 

 

En poco tiempo

 

se volvieron marido y mujer.

 

 

 

Ella, a donde quiera que iba,

 

portaba en su mano

 

una rama

 

que la llenaba de victoria y castidad.

 

 

 

Un día

 

Minerva dejó de ser virgen,

 

tomó una aceituna

 

y en nueve meses

 

dio a luz a una esperanza.

 

 

 

La esperanza es verde

 

como un campo

 

corriendo hacia la mar.

 

 

 

Salada como una ola

 

que se vuelve diminuta

 

en una lágrima.

 

 

 

El padre de la esperanza

 

es el olivo.

 

 

 

Su madre

 

sabe que de las aceitunas

 

se ha hecho el mundo.

 

 

 

Por eso al caminar

 

lleva una lámpara de aceite

 

entre sus manos.

 

 

 

 

 

UN DÍA LLUVIOSO

 

 

 

Ven a guardar este aguacero

 

como se guarda el amor antes de ser declarado.

 

 

 

El agua corre por la calle,

 

juega entre las piernas de las aldeanas

 

arrasando los charcos donde minutos antes se reflejaba el sol.

 

 

 

(Nada permanece en este mundo.)

 

 

 

Tras la ventana, Jacinta y Manuel se besan.

 

La lluvia los vio cuando caía al pie de su cabaña.

 

Se detuvo a mirarlos y quiso ser saliva, un instante de amor, quiso la lluvia.

 

 

 

Siguió bajando por esa tarde hecha nostalgia

 

casi sudor, casi lágrima,

 

buscando a su amado, ansiosa y terrible, desesperada por encontrarlo.

 

 

 

Al verlo, el río estaba con otra, yéndose al mar, olvidándola.

 

 

 

Repentinamente, el agua fue secada.

 

El desierto se hizo para que llueva otra vez.

 

 

 

Así que ven a guardar este aguacero

 

como se guarda el amor antes de ser declarado.

 

 

 

(Publicado en Los jueves amorosos de Sandra Lorenzano, México, 2024)

 

 

 

 

 

GAZA POR GAZA

 

 

 

Pido la paz y la palabra. He dicho «silencio», «sombra»,

 

«vacío» etcétera. Digo «del hombre y su justicia».

 

Blas de Otero

 

 

 

No me hablen de paz si hay desasosiego,

 

si no hay comida en el plato

 

ni agua caudalosa que llegue como río hasta el estómago

 

ni combustible para ayudar a los enfermos

 

ni luz que se alce como Lázaro y camine.

 

 

 

No me hablen de paz si dan sólo unas horas

 

para salir a ninguna parte.

 

¿A dónde irán los mutilados, los agonizantes,

 

los que sufren alguna enfermedad terminal?

 

¿A dónde irán los huérfanos?

 

 

 

No me hablen de paz si por la calle

 

te prohiben el paso por ser de alguna tierra,

 

de algún color morisco, inconvinable,

 

de alguna manera distinta de pensar.

 

(La humillación es el detonante de la guerra.)

 

 

 

No me hablen de paz porque la paz

 

empieza cuando se hace justicia.

 

No confisquen sus territorios, si quieren que termine esta tortura

 

ni saquen el tanque frente a la ambulancia

 

ni compren a la prensa ni sigan profanando las mezquitas.

 

 

 

No me hablen de paz con bombas en las manos

 

porque en los brazos otros llevan a sus hijos

 

con los ojos abiertos por la guerra

 

mientras el mundo la mira desde casa

 

en Internet.

 

 

 

No me hablen de paz aunque las calles griten Palestina,

 

aunque escribamos poemas de esta masacre,

 

aunque los creyentes eleven sus oraciones y negocien con su Dios.

 

¿De qué sirven las charlas de diván

 

cuando los hemos dejado solos, sitiados, resistiendo?

 

 

 

A veces, la paz comienza con desasosiego,

 

ojo por ojo, Gaza por Gaza.

 

Nadie quiere un mártir más. Sólo una tierra

 

para contemplar el cielo

 

y sentarte, tranquilamente, en la banca de un parque.

 

 

 

(Publicado en la revista literaria El Golem, México, 2024)

 

 

Carmen Nozal (España, 1964) Poeta hispanomexicana. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM y egresada de la Escuela de Escritores de la SOGEM. En 2022 recibió la investidura de grado de Doctora Honoris Causa. Autora de veinte libros de poesía, teatro, cine y relato autobiográfico: Visiones de piedra, Premio Universitario de Poesía UNAM, 1991. Vagaluz, Premio Nacional de Poesía Elías Nandino, 1992. Hacia los flecos del frío, Premio Nacional de Poesía Salvador Gallardo Dávalos, 1993. El espejo de Luzbel, premiado por la Universidad Veracruzana, 1994. En el reino de la luz y otros poemas, publicado por el Ateneo Jovellanos, por recibir el accésit de dicho galardón internacional, España, 1999. De la confesión nocturna. finalista en el Premio Mundial de Poesía Mística “Fernando Rielo” 2020. Autora del cortometraje para animación Cuando Míster Cronos perdió el tiempo, premiado por el IMCINE y de Zona Cero: 286, testimonial sobre el sismo del 19 de septiembre, premiado por DEMAC. En 2022 Emilio Coco tradujo al italiano su libro A veces en la vida, publicado en Italia por Raffaelli Editore. En 2023 publicó Natural. También en ese año obtuvo el premio Naji Namaan en Líbano con el libro de poesía En esta honda oscuridad. En ese mismo año se publicaron dos antologías de su obra: Sobre la tierra en Nueva York Poetry Press y Samsara en el Fondo Editorial del Estado de México. También recibió el Pakal de Oro por su trayectoria y el Premio de las Letras de Asturias, 2023. Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, portugués, alemán, bable, gallego, griego, y árabe. Actualmente, dirige el Encuentro de Poetas Iberoamericanos con sede en la Ciudad de México.

 

 

 

Semblanza y fotografías proporcionadas por Carmen Nozal

 

 

 

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