Tanatopractor
Te pido silencioso especialista:
prepara, con delicadeza, mi amor amado.
Trata su extrañeza con dulzura.
Has que su belleza, yo no extrañe;
que no extrañe yo, su extrañeza.
Que al verla desde el lugar de las nostalgias
no me extrañe,
no la extrañe.
Que su rostro siga siendo el de un ángel.
Consejo para días de odio
Ten vergüenza…
que arda tu sangre en el rostro;
que la ira mude tu corteza de serpiente
y tu insomnio sea venganza.
No olvides:
La vida siempre sigue pese a los cadáveres;
pese al llanto de las venas en la calle
mañana, también amanece.
Salvarse
Para ahuyentar los buitres
sepulta otro poco de tu cadáver,
entierra las imperfecciones declaradas junto a la carencia de resolución.
Arroja, junto a las confirmadas traiciones,
los pútridos tiempos perdidos y
las inútiles palabras,
los innecesarios gestos de cariño.
Limpia de tu piel el odio lanzado a tu rostro,
el caro olvido del esfuerzo.
Algunos buitres dejarán de surcar tu cielo:
Amanecerás mejor.
Con el tiempo los verás destripando otro cuerpo.
Tú, estarás a salvo.
No ser ni estar para nadie
Deposito mis horas finales en el plato frío de inoxidable acero.
Postre de una vida con dulzura preparado al banquete del sepulcro.
¿Cómo el ultísimo tiempo es de inútil?
¿Cómo se congela el verbo en lo híspido?
¿Cómo ese violento violeta expresa la nada?
Aquí también son inoxidable las möbius.
¿Conocerá acaso éste hombre, la tristeza que inundó mi sangre?
¿Podrá intuir en mi rostro pálido, los odios que contuve?
¿Adivinará en mis frías manos, las otras manos de auxilio?
¿Podrá ver en los músculos secos, mis cobardías?
Confío en que éste último desconocido, lave mis fracasos,
limpie de mis labios los quejidos, cubra la vergüenza de mis años;
aliste mis pasos para el paso en la nada, sosiegue la angustia de dejarte…
la angustia de dejarte, de no ser ni estar más, para nadie.
Los caballos
mucho que a Dios tengo ofendido,
Alonso de Ercilla, la Araucana
Todos los caballos del mundo están muriendo.
Mueren de una ancestral nostalgia por los terrenos empozados,
por la ausencia de fuego en las ancas y el trepar las montañas recias de
[afiladas rocas;
mueren por el viento terrible de las llanuras vírgenes atravesando sus crines;
por el incierto paso en las tierras nuevas conquistadas con su furia,
abiertas con su inquebrantable herradura;
por los embravecidos gritos de hombres lanzando flechas, cruzando espadas, atravesando con ballestas otros hombres;
por el fuego indecible de los cañonazos rozando sus lomos…
Mueren de aburrimiento en los establos de hombres ricos,
bajo el azote de entrenadores inexpertos, que desconocen lo que brama entre
[los huesos;
mueren de desgana en las ferias de paso, en las carpas de circo,
haciendo piruetas frente a cámaras tontas de tanta tecnología;
en medio de aplausos que no saben de aventura,
aplausos que mendigan oro en vez de soltar las riendas y darse al éxodo…
Mueren de tristeza, todos los caballos del mundo, todos…
y ahora son objetos de museo, láminas plastificadas, porcelanas del olvido.
Añoran, los tristísimos caballos, arrastrar una carreta aunque fuere,
soportar el cayado de limusinas en el viejo oeste mientas compiten con los
[caballos de fuerza de los trenes;
añoran cargar los cadáveres de bestias caídas en la caza, en los bosques de
[Londres
el galopar salvaje de su sangre bajo el pulso de la muerte en América
Mueren de un horror tan indecible que olvidaron correr y relinchar
y los hombres, desconocen su terrible belleza.
Mueren, sin ser salvados, en éste poema.
La felicidad del árbol
No se vive para uno solo
José Atuesta Mindiola “Monólogo de un árbol kogui”
La felicidad de un árbol no está en ser árbol.
No importa el árbol que sea:
fino o menos fino; grande o menos grande;
viejo o menos viejo; con más o menos frutos…
No, no está en ser árbol
ni en ser el mejor de los mejores árboles
ni en ser, si quiera, el más árbol de los árboles.
No.
La felicidad de un árbol copula en sus ramas,
habita en las mil ciudades secretas de su corteza,
se abriga en el centro fibroso de su tronco,
trepida en sus raíces que abrazan la tierra,
en el beso de agua que nace en sombra,
en los habitantes de la tierra que comen sus frutos;
en el fruto que crece y cae y sobreviene en otras vidas.
La felicidad de un árbol ni siquiera le pertenece
está en esos obsequios que brinda sin egoísmo.
La felicidad de un árbol
no es la misma que anhela el hombre.
Vademécum
Acabarán las palabras del mundo
si otra tierra inventas para tus pasos…
si otros ojos atesoran el brillo de tus ojos;
si la claridad de tu alma no ilumina
los rincones más oscuros de mi tristeza;
si el sabor de tu sonrisa
se atesora en otros ojos.
Extraños ojos que nada saben de tus silencios y lágrimas.
Si un forastero convierte para su gozo
solitariamente egoísta
los pacíficos hoyuelos de tus mejillas,
el encabritado crespo de tu cabello inquieto,
la firmeza de tus últimos años —rebeldía en tus muslos—
la felicidad del mundo acabará.
Acabará la felicidad del mundo
Toda, si te vuelves de arena
y el viento de otros labios te esfuma
y mis abrazos ya no te abrazan nunca más.
Carlos Alberto Merchán Basabe (Bogotá, Colombia, 1972). Profesor de planta de la Universidad Pedagógica Nacional -Colombia- en la Licenciatura en Diseño Tecnológico y la Maestría en tecnologías de la información aplicadas a la educación. Estudiante del Doctorado interinstitucional en educación en la misma Universidad. Posee varias publicaciones sobre el desarrollo del pensamiento tecnológico, educación en tecnología, ambientes virtuales de aprendizaje y tecnologías para la discapacidad.
Ganador en 1996 del premio de poesía universitario de la UPN, con su serie “A Suramérica India”, tercer puesto en el concurso de cuento corto Universidad Autónoma de Bucaramanga en 2004, con su texto “matar el tiempo” y tercer puesto en el concurso de cuento del Laboratorio Virtual de Escritura Creativa del taller de la Universidad Externado de Colombia 2021, con su cuento “La fiesta de fin de año”.
Ha publicado Cuentos y poemas para embosCarlos, El lugar de los vencidos y poemas del odio, Letras en fuga y poemas a la estirpe, De ForMa SiOneZ y Cuerpos inconclusos. Aparece en diversas antologías de Colombia y el mundo.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Carlos Alberto Merchán Basabe
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