Poemas de María Macaya Martén

Nombre animal

 

 

 

En la oscuridad nada puede nombrarse

 

la lengua es un cometa que se escurre.

 

 

 

Las pupilas se extienden

 

para que de los ojos nazcan las ranas.

 

 

 

Pero la mugre se madura en los estanques.

 

 

 

Me ahogo en el surtidero de mi cabeza.

 

Me lo habían advertido

 

No te acerques a los soles bajo el agua

 

queman al extinguirse y aúllan.

 

 

 

En la oscuridad nada puede nombrarse.

 

 

 

Entonces deambulo con el rostro poblado de huevos.

 

 

 

Hay un nombre animal

 

                              mitad renacuajo

 

                              mitad sangre

 

y en cualquier momento será

 

una constelación de corales rojos.

 

 

 

No te acerques a los soles bajo el agua

 

queman al extinguirse y aúllan.

 

 

 

Espero

 

 

 

La nada gime igual a los recién nacidos

 

cuando juegan con el comienzo de la muerte

 

en sus bocas.

 

 

 

Espero

 

 

 

No hay salida.

 

Esta boca es el vacío más doloroso que he probado.

 

 

 

 

 

Cuerdas

 

 

 

Me tragué mi voz.

 

 

 

[Tragarse las cuerdas se siente como tragarse un chicle, se desprenden de la laringe y bajan en un grumo elástico. La única diferencia es que el resto del cuerpo también es engullido. La voz es el primer hilo que se suelta para desdibujarlo todo.]

 

 

 

Cierro la boca y la llave de mi último terreno se hunde,

 

se vuelve aguja.

 

 

 

Tragar y callar son lo mismo.

 

 

 

[Se apagan los árboles rojos que crecen dentro de los pulmones.]

 

 

 

Entonces callo.

 

 

 

Desaparece la casa que antes quise habitar.

 

 

 

Entonces caigo.

 

 

 

Callar no es muy distinto a la muerte. Es parir un abismo hacia dentro.

 

 

 

[Alguien empuja de vuelta la creatura expulsada por el canal vaginal para sofocar sus gritos.

 

 

 

Nace un silencio carnívoro y se encaja entre las amígdalas. Espera tras su pelaje de hongo blanco. Hasta que grita y la parte más lechosa del aire se fractura como un fémur.]

 

 

 

Las plumas de los ángeles están podridas.

 

Lo sé porque un olor a estornudo inunda al universo desde el tallo.

 

 

 

Nado lejos de la peste.

 

El ruido es la única dirección posible.

 

 

 

Ya no tengo nada que callar.

 

Fuera lo que fuera, se disipó,

 

y yo me fui con ello.

 

 

 

[El fondo de la noche es un par de encías que sangran. Ahí no hay dientes, ni llaves, ni agujas.]

 

 

 

Pero no distingo nada desde aquí arriba

 

y ya no hay cuerdas que me salven de todo este blanco.

 

 

 

 

 

Enunciación

 

 

 

A R.P.

 

 

 

Un nombre ensaya tomar cuerpo,

 

pero es éter, se evapora.

 

 

 

Sus rumores no se encuentran

 

y no alcanzan a emplumarse.

 

 

 

Aquí, en el terreno de lo mundano,

 

yo creo escuchar vocecillas y súplicas.

 

 

 

Las llamo,

 

¡Me corresponden!

 

 

 

Son frenesí de luciérnagas

 

lamiéndome los tímpanos.

 

Solo yo percibo su sinfonía

 

caóticamente hermosa.

 

 

 

Vislumbro la fragancia del deseo,

 

el paraíso se vuelve plástico

 

bajo mis uñas. 

 

¡Lo toco, lo rasgo, lo pierdo!

 

 

 

Persisto enloquecida.

 

Después de múltiples intentos

 

con ojos celestes y turbios

 

llego a sujetar todas tus notas.

 

 

 

Tu nombre, embrión de ave,

 

cae de mi boca y me deja

 

su placenta entre los dientes.

 

 

 

Ya no tiene nada que ver conmigo

 

surcará peñascos y paisajes.

 

 

 

Descanso

 

 

 

porque finalmente existo

 

en el mismo mundo

 

que tu nombre habita.

 

 

 

 

 

Quiero que me odies

 

 

 

Quiero que me odies,

 

que me veas y quieras que me muera.

 

Quiero ser el dolor más cálido que has sentido,

 

la aguja que te tragaste y no ha caído todavía.

 

 

 

Quiero tanto, tanto repugnarte

 

de todas las maneras posibles.

 

Que un espontáneo pensamiento de mis manos

 

se te meta en el centro de la cara y te la arrugue.

 

 

 

Que detestes con tu corazón suave

 

a todo aquel que pronuncie mi nombre,

 

para bien o para mal, no importa.

 

Ojalá ese sonido ambiguo

 

sea un grito espeluznante

 

en medio de callejón mojado;

 

el tap de las patas de las ratas del desagüe.

 

Que te duela en el cerebro, en la panza, en el pecho.

 

 

 

Quiero ser el alma en pena encerrada en tu cabeza

 

que solloza todas las noches y reniega.

 

 

 

Si logro algo de esto será suficiente,

 

podré morir tranquila algún día.

 

 

 

Y, tú, no te preocupes, no sufras,

 

que te acompañaré piadosa a mitad de tus noches en vela.

 

Te abrazaré cuando el odio se expanda como el moho en tu casa.

 

 

 

No me apartaré nunca de tu lado,

 

te lo prometo.

 

Puedes contar conmigo.

 

 

 

Le suplicarás al fantasma de lo que fui

 

que no se vaya, que no descanse.

 

Llorarás y te retorcerás para que te arrulle,

 

porque sabrás que de cualquier otra forma estarás solo.

 

 

 

Cuando te levantes y la casa esté sucia,

 

no te importará porque me sentirás hundida

 

en tu piel interna como sanguijuela,

 

el gusano del tórsalo,

 

el huevo de la mosca,

 

y estarás tranquilo.

 

 

 

Enfermo,

 

adicto,

 

tranquilo.

 

 

 

Cuando el cuerpo se te descomponga,

 

brotaré desde adentro como hiedra,

 

y estaré contenta.

 

 

 

Tranquilo, mi amor,

 

esto es lo que te espera.

 

Por no amarme más

 

me odiarás toda la vida.

 

Yo no aguanto emociones tibias

 

y lo sabías desde el primer día.

 

 

 

 

 

Viento inmóvil (Editorial Universidad de Costa Rica, 2020)

 

 

 

 

 

 

 

Vil dinámica

 

 

 

Hoy quiero escuchar mentiras

 

jugosas como entrañas y carne rosada

 

que se desborden ridículas por el filo de tu lengua,

 

y agonicen unas sobre otras a tus pies

 

recién paridas por su padre

 

tus insaciables ganas de ser alguien.

 

 

 

Sé despiadado, vamos, dáñame con fuerza

 

necesito del veneno y de tus malas prácticas.

 

Tu pecado es dulce como selva negra

 

sirope espeso y gasolina en llamas.

 

 

 

Tú te llamas como yo te diga

 

sin necesidad de preguntarte.

 

 

 

Dame tus palabras, ¡dámelas!

 

Como confites morados y negros

 

de un extraño en la calle

 

en un carro polarizado

 

que me jala con el dedo

 

y yo voy para entregarme.

 

 

 

No seas tonto

 

que este juego es mío

 

y ya gané

 

si pensaste

 

que me dominabas.

 

 

 

Qué aburrido.

 

 

 

Guardo con ternura

 

una a una tus blasfemias

 

calcomanías

 

en la puerta del refrigerador.

 

¿No te das cuenta?

 

 

 

Me haces crecer

 

cuando crees

 

que me maltratas.

 

Hazme inmensa

 

sé más potente

 

enorgulléceme.

 

 

 

 

 

Si soy franca

 

nunca he visto

 

escena tan patética.

 

 

 

Me amenazaste

 

con la vida entera,

 

me lo diste todo

 

pero fallaste.

 

 

 

Humillado kamikaze.

 

 

 

 

 

Viento inmóvil (Editorial Universidad de Costa Rica, 2020)

 

 

 

 

 

 

María Macaya Martén (San José, Costa Rica, 1991). Su primer libro de poesía, Viento inmóvil, recibe una Mención Especial en el Certamen de Poesía 2019 de la Editorial de la Universidad de Costa Rica. En el 2023 una selección de sus poemas obtiene Mención Especial en la 40 edición del Certamen Literario Brunca de la Universidad Nacional. Coordina la columna Donde van a morir las flores en Revista Cardenal de México. Es máster en Literatura Comparada de la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Se especializó en poesía, en el simbolismo francés y el modernismo hispanoamericano.
 

Semblanza y fotografía proporcionadas por María Macaya

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