UNO
La risa no encuentra sitio
tampoco el goce
ni el amoroso abrazo
ni el solaz aturdimiento de la belleza
Por el contrario
el terror acomete contra toda dignidad
Impíos y creyentes
se disputan la perfidia
como deidad suprema
Somos una jauría de salvajes
encadenados a teléfonos celulares
atentos al sitio predilecto
donde se propagan las imágenes
de la interminable alucinación cotidiana
Un indigente busca comida
entre la basura de una lujosa taberna
evade los orines de un ebrio
y esquiva un veloz automóvil
En el cielo
un avión se abre paso entre las nubes
alguien vuela a París
a tomar su desayuno
El fuego arrasa con el templo de oración
ahora convertido en prostíbulo para las élites
El hospital y la escuela se convierten en ceniza
espléndido abono para el césped
del nuevo campo deportivo
Entre tragos de euforia y delirio esnifado
se debate sobre el mejor cuerpo desnudo
y las modas de oropel
Hombres y osos se retuercen
entre los hilos de la dulce agua carbonatada
En medio del aquelarre
suenan los ecos de la metralla
actual música de moda
Entre tanta sangre purulenta
la imbecilidad encuentra sitio
para ser elegida como refugio y salvación
alabado sea el dios de los asesinos
Se acerca la hora de dormir
me dirijo a la botica
donde los desahuciados
recibimos nuestra diaria ración de paz y cordura
hay escases y el dispensario ha cerrado
se avecina otra noche oscilando
en el vaivén de la pesadilla y el insomnio
DOS
Yo no juego a morirme
me muero a secas y ya
Igual que el destino
que la voluntad
que la prontitud cotidiana
Me muero de veras
sin recuerdos
apenas con un gesto de adiós
¡Maldita suerte!
nadie vino a verme morir
yo que tanto planee mi muerte
En fin
Es hora de morirse
¡a morir se ha dicho!
quizá mañana me arrepienta
muy tarde ya muerto no hay remedio
Para morirse firme y definitivamente
Solo hay de dos:
o se muere entusiasta
o se deja uno quieto
entre los escombros
tirado
boca abajo patas arriba
sin maquillaje sin epitafio
sin testamento
Solo muerto
Acurrucadito para la foto
entre los tiliches del olvido
¡Maldita suerte!
¡Que manía de morirse así nomás!
Si te vuelves a morir me avisas
o nos morimos juntos
o aquí no se muere nadie
TRES
Olvide lamerme las heridas
Aun así
sanaron
Una tenue línea rosa cubrió la llaga
Los gusanos observan
CUATRO
Tus cicateros besos
germinaron
en mi boca
Nacieron un par de árboles frutales
cuyas raíces
aflojan mis dientes
CINCO
Brotó una flor entre la maleza
Mi esposa sugirió cortarla
adornar el florero
Mi hija se le adelantó
la cortó incipiente
y la obsequió a su madre
Yo hubiera preferido dejarla perene
El matorral no es el mismo sin ella
SEIS
La obesidad de la consciencia duele
nuestra desnudez abochorna
Las uñas crecidas
impiden manipular las indecencias
SIETE
Hay un espejo donde la luna mira
a hurtadillas
su cara oculta
OCHO
Construyo una vivienda que resista los soplidos del lobo
El último reducto
de un hogar inexistente
Roberto Sanabria Rojas. Originario de Pachuca, Hidalgo, radica en el valle de Toluca. Maestro y abogado, diplomado en creación literaria por la Escuela de escritores del estado de México. Practica diversos géneros de escritura. Ha concurrido a múltiples talleres, cursos y encuentros literarios, participado en más de 40 antologías. Sus textos han sido traducidos a varias lenguas originarias mexicanas, tsotsil, wixárika y zapoteco entre otras. Ha publicado los poemarios Onírica Plegaria (2019), Climatérico (2023) y Poefrainos (2024).
Semblanza y fotografía proporcionadas por Roberto Sanabria Rojas
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