Parque México
Un dulce olor a primavera
Entró al crepúsculo sin sombras.
Cuerpos de joven insolencia
van abrazados a otros cuerpos
debajo de las jacarandas.
Han empezado a florecer
antes de tiempo. Morirán
también sus pétalos muy pronto,
memoria en ruinas de verano
su sangre aún por reinventarse.
Pero hoy muestran su belleza
con certidumbre, la esperanza
del resplandor violáceo y tenue
de su fugacidad perpetua.
Se adelantó la primavera.
Llegó de súbito su aroma
como la luna entre las ramas
y este dolor al fin del día.
Urban blues
No es la impureza de las calles
ni la mañana en que agonizas.
No es la ciudad lo que te mata.
La del amor que se corrompe
en las fachadas de neón,
la que violenta los latidos
del aire intoxicado. No
es el horror que tu silencio
trató de alzar en sus escombros.
No son sus plazas ni sus muros
o el puñal de la lluvia. Nada
tiene que ver con el desgaste
de tus pasos. No es la ciudad
ni el estertor de sus columnas
clavadas en agua seca
y excluidas del mar, la última
piedra de tus incertidumbres.
La evocación de su artificio
habita otro lugar. No es ella
la que te ve salir con vida
ni la que habrá de arrebatártela
un día más, un año menos.
La de falda de serpientes
sabrá de ti cuando te duermas
te ha de ignorar cuando despiertes,
cuando retornes, cuando partas
el aire indócil de tu espectro.
Tras de las máscaras del día
te muestra en vano su inocencia.
La de la rabia soterrada,
la del presente sin ahora,
la que fundó un imperio en otro,
con qué fragmentos de cual témpano,
de que ficción o pesadilla.
No es tu ciudad la que tú crees
que aprieta el nudo corredizo,
o hunde el metal por donde pasas
ajeno a su esplendor, ausente
de ti, muriéndote de vida.
Latitud
Tan de pronto, de golpe, sin apenas
vestigios de su sangre entre mis yemas,
las cosas van perdiendo su sentido.
Mudan de piel y espinas las palabras,
igual que los recuerdos de los parques
han dejado de ser lo que antes fueron
razón, mito y verdad. Creció el verano
pluvial sobre los árboles, la música
vuela con ellos a otra tierra. Intento
escucharlos partir, pero ya es tarde
también por los pájaros y el trueno
que dio a la habitación su geometría
evaporó su rastro. Nada queda
del relámpago herido. Ni un efímero
despojo de mi sombra está en el aire.
Mediodía: Egeo
Debajo de los arcos
azules de la plaza,
ha instalado la sombra
su frescura. De ahí
se mira el mar cubierto
de nubes y gaviotas,
lanchas de pescadores
circunflejos, montículos
de lava y de ceniza.
Callan en otro idioma
los toldos y las mesas
despobladas. Cavafis
observa el movimiento
del muelle. En la cubierta
escribirá los signos
del puerto que agoniza
la piel de Alejandría.
El señor de las bestias escribe
el epitafio de Jean de la Fontaine
(Homenaje a Jorge Luis Borges)
El tiempo, su infinita geometría,
te borra en la medida de su fuga
la fábula moral de la tortuga
y la liebre. De la cronometría
has hecho perro fiel de idolatría.
No hay metamorfosis en la oruga
que no esté condenada a ser arruga
y máscara de polvo y agonía
por las aguas de Heráclito el Oscuro.
Quieres ser inmortal, pero conoces
tu sombra, tu nahual y tu destino.
Es tuya constante y tuyo el muro
que la hormiga desgasta. No lo roces.
Detrás ruge con hambre tu asesino.
Las piezas dentadas
Un manojo de llaves, de repente
en un cajón, entre fotos antiguas
y un desorden de notas y papeles.
Ahí han permanecido, inadvertidas
y ajenas a las puertas que me abrieron.
No sé a qué cerraduras corresponden,
a qué casa o país daban acceso.
Aún preservan brillos de la inútil
memoria que cerraron para siempre.
Pro Nobis
De nuevo abrió sus fauces calientes el Averno.
Vienen las pesadillas y el terror a morir
si el sueño al invadirlo se vuelve flama negra,
si al dormir se lo llevan a él, al lujurioso
lugar de los demonios. El niño enmudecido
contempla su silueta y llora. En la oscuridad
de su cama se sabe maligno si no reza
y no implora perdón al Espíritu Santo
por los remordimientos que atiza el mismo Diablo.
Por todos sus pecados pide misericordia
y dice sus oraciones, otra vez otra,
rogando por su alma enlodada y por la indigna
vecina de su calle que besa sus pestañas
cada vez que la mira; por su misma Rebeca
con quince años cumplidos a orillas de unos pechos
de miel y de serpiente; por su hermana, que guarda
revistas de pin-ups al fondo de su armario;
por las chicas del aula olorosas a jazmín
y a densa primavera, por todas las actrices
que torturan su espíritu la tarde de los sábados
después del catecismo. Por su culpa grandísima,
tan sólo por su culpa dice perdón mil veces,
hasta que llega el sueño narcótico y se pierde
en esos espejismos que vive en carne propia
y en nombre del Amor que hirió al jurar en vano.
Materia del relámpago
Calculaste al detalle cada paso,
sutil, desde hace siglos. Finalmente
tu esposo está de viaje y tus pequeñas
se fueron a dormir con sus abuelos.
Así que ahora estás sola y con euforia
te has vuelto a maquillar y te has vestido
de negro riguroso y perfumado
tu mínima porción de lencería.
Estás temblando, te dices, pero nada
te hará volver atrás. Mientras tu imagen
alzada en los tacones, desafiante.
Tú y la noche son jovenes y hermosas
como una tempestad que se aproxima.
Los proscritos
Lo más original no fue el pecado
ni la ira de Dios, ni la serpiente,
sino aquella oración que se dijeron
al salir del exilio, temblorosos
con el sexo cubierto de vergüenza:
“amor, no soy de ti sino el principio”.
Ishmar
La manera de peinarte desnuda
ante el espejo húmedo del baño,
de apresar en la palma tu cabello
para escurrir el agua y agacharte
en medio de las palabras que no entiendo;
el acto de secar tu piel, la forma
de sentir en las yemas una arruga
que ayer no estaba, o de pasar la toalla
por la pátina oscura de tu pubis;
el modo de mirarte a ti contigo
tan cerca y tan lejana, concentrada
en una intimidad que a mí me excluye,
son gestos cotidianos de sorpresa,
ritos que desconozco al observar
las mismas ceremonias que renuevas
al calor de tu cuerpo y que dividen
un segundo en partículas: espacios
donde la vida expresa su sentido
posible y que se afirman al peinarte
desnuda en las mañanas, como un fruto
que yo contemplo por primera vez.
Estos poemas pertenecen al libro Soledad en llamas, publicado por el Instituto Municipal de Cultura y Educación, Torreón, Coahuila, México (20229
Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, México, 1955) reside en Madrid. Es autor de varios libros de poesía, entre otros: Jardines sumergidos (2003); Tiempo fuera (1988-2005) (2007); Los Alebrijes (2007); Qualcuno va (2010); Otras horas (2010); Mapa mudo (2011), Parque México (2018) y Los ojos del caballo (Pre-Textos, 2024). Se le han otorgado el Premio Latinoamericano Plural (1985), el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes-Instituto Nacional de Bellas Artes (1998), el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2007) y el Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado (2011). Está incluido en numerosas antologías de poesía mexicana e iberoamericana publicadas en México y en otros países de América Latina como Argentina, Brasil, Chile y Costa Rica, así como en Bélgica, España, Reino Unido, Italia, Grecia y Marruecos. Ha sido traducido al árabe, francés, griego, italiano, portugués, neerlandés, rumano e inglés. Es miembro distinguido del Seminario de Cultura Mexicana y miembro honorario del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
Semblanza y fotografía proporcionadas por Jorge Valdés Díaz-Vélez
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