Poemas de Jorge Valdés Díaz-Vélez

Parque México

 

 

 

Un dulce olor a primavera

 

Entró al crepúsculo sin sombras.

 

Cuerpos de joven insolencia

 

van abrazados a otros cuerpos

 

debajo de las jacarandas.

 

Han empezado a florecer

 

antes de tiempo. Morirán

 

también sus pétalos muy pronto,

 

memoria en ruinas de verano

 

su sangre aún por reinventarse.

 

Pero hoy muestran su belleza

 

con certidumbre, la esperanza

 

del resplandor violáceo y tenue

 

de su fugacidad perpetua.

 

Se adelantó la primavera.

 

Llegó de súbito su aroma

 

como la luna entre las ramas

 

y este dolor al fin del día.

 

 

 

 

 

Urban blues

 

 

 

No es la impureza de las calles

 

ni la mañana en que agonizas.

 

No es la ciudad lo que te mata.

 

La del amor que se corrompe

 

en las fachadas de neón,

 

la que violenta los latidos

 

del aire intoxicado. No

 

es el horror que tu silencio

 

trató de alzar en sus escombros.

 

No son sus plazas ni sus muros

 

o el puñal de la lluvia. Nada

 

tiene que ver con el desgaste

 

de tus pasos. No es la ciudad

 

ni el estertor de sus columnas

 

clavadas en agua seca

 

y excluidas del mar, la última

 

piedra de tus incertidumbres.

 

La evocación de su artificio

 

habita otro lugar. No es ella

 

la que te ve salir con vida

 

ni la que habrá de arrebatártela

 

un día más, un año menos.

 

La de falda de serpientes

 

sabrá de ti cuando te duermas

 

te ha de ignorar cuando despiertes,

 

cuando retornes, cuando partas

 

el aire indócil de tu espectro.

 

Tras de las máscaras del día

 

te muestra en vano su inocencia.

 

La de la rabia soterrada,

 

la del presente sin ahora,

 

la que fundó un imperio en otro,

 

con qué fragmentos de cual témpano,

 

de que ficción o pesadilla.

 

No es tu ciudad la que tú crees

 

que aprieta el nudo corredizo,

 

o hunde el metal por donde pasas

 

ajeno a su esplendor, ausente

 

de ti, muriéndote de vida.

 

 

 

 

 

Latitud

 

 

 

Tan de pronto, de golpe, sin apenas

 

vestigios de su sangre entre mis yemas,

 

las cosas van perdiendo su sentido.

 

Mudan de piel y espinas las palabras,

 

igual que los recuerdos de los parques

 

han dejado de ser lo que antes fueron

 

razón, mito y verdad. Creció el verano

 

pluvial sobre los árboles, la música

 

vuela con ellos a otra tierra. Intento

 

escucharlos partir, pero ya es tarde

 

también por los pájaros y el trueno

 

que dio a la habitación su geometría

 

evaporó su rastro. Nada queda

 

del relámpago herido. Ni un efímero

 

despojo de mi sombra está en el aire.

 

 

 

 

 

Mediodía: Egeo

 

 

 

Debajo de los arcos

 

azules de la plaza,

 

ha instalado la sombra

 

su frescura. De ahí

 

se mira el mar cubierto

 

de nubes y gaviotas,

 

lanchas de pescadores

 

circunflejos, montículos

 

de lava y de ceniza.

 

Callan en otro idioma

 

los toldos y las mesas

 

despobladas. Cavafis

 

observa el movimiento

 

del muelle. En la cubierta

 

escribirá los signos

 

del puerto que agoniza

 

la piel de Alejandría.

 

 

 

 

 

El señor de las bestias escribe

 

el epitafio de Jean de la Fontaine

 

(Homenaje a Jorge Luis Borges)

 

 

 

El tiempo, su infinita geometría,

 

te borra en la medida de su fuga

 

la fábula moral de la tortuga

 

y la liebre. De la cronometría

 

 

 

has hecho perro fiel de idolatría.

 

No hay metamorfosis en la oruga

 

que no esté condenada a ser arruga

 

y máscara de polvo y agonía

 

 

 

por las aguas de Heráclito el Oscuro.

 

Quieres ser inmortal, pero conoces

 

tu sombra, tu nahual y tu destino.

 

 

 

Es tuya constante y tuyo el muro

 

que la hormiga desgasta. No lo roces.

 

Detrás ruge con hambre tu asesino.

 

 

 

 

 

Las piezas dentadas

 

 

 

Un manojo de llaves, de repente

 

en un cajón, entre fotos antiguas

 

y un desorden de notas y papeles.

 

Ahí han permanecido, inadvertidas

 

y ajenas a las puertas que me abrieron.

 

No sé a qué cerraduras corresponden,

 

a qué casa o país daban acceso.

 

Aún preservan brillos de la inútil

 

memoria que cerraron para siempre.

 

 

 

 

 

Pro Nobis

 

 

 

De nuevo abrió sus fauces calientes el Averno.

 

Vienen las pesadillas y el terror a morir

 

si el sueño al invadirlo se vuelve flama negra,

 

si al dormir se lo llevan a él, al lujurioso

 

lugar de los demonios. El niño enmudecido

 

contempla su silueta y llora. En la oscuridad

 

de su cama se sabe maligno si no reza

 

y no implora perdón al Espíritu Santo

 

por los remordimientos que atiza el mismo Diablo.

 

Por todos sus pecados pide misericordia

 

y dice sus oraciones, otra vez otra,

 

rogando por su alma enlodada y por la indigna

 

vecina de su calle que besa sus pestañas

 

cada vez que la mira; por su misma Rebeca

 

con quince años cumplidos a orillas de unos pechos

 

de miel y de serpiente; por su hermana, que guarda

 

revistas de pin-ups al fondo de su armario;

 

por las chicas del aula olorosas a jazmín

 

y a densa primavera, por todas las actrices

 

que torturan su espíritu la tarde de los sábados

 

después del catecismo. Por su culpa grandísima,

 

tan sólo por su culpa dice perdón mil veces,

 

hasta que llega el sueño narcótico y se pierde

 

en esos espejismos que vive en carne propia

 

y en nombre del Amor que hirió al jurar en vano.

 

 

 

 

 

Materia del relámpago

 

 

 

Calculaste al detalle cada paso,

 

sutil, desde hace siglos. Finalmente

 

tu esposo está de viaje y tus pequeñas

 

se fueron a dormir con sus abuelos.

 

Así que ahora estás sola y con euforia

 

te has vuelto a maquillar y te has vestido

 

de negro riguroso y perfumado

 

tu mínima porción de lencería.

 

Estás temblando, te dices, pero nada

 

te hará volver atrás. Mientras tu imagen

 

alzada en los tacones, desafiante.

 

Tú y la noche son jovenes y hermosas

 

como una tempestad que se aproxima.

 

 

 

 

 

Los proscritos

 

 

 

Lo más original no fue el pecado

 

ni la ira de Dios, ni la serpiente,

 

sino aquella oración que se dijeron

 

al salir del exilio, temblorosos

 

con el sexo cubierto de vergüenza:

 

“amor, no soy de ti sino el principio”.

 

 

 

 

 

Ishmar

 

 

 

La manera de peinarte desnuda

 

ante el espejo húmedo del baño,

 

de apresar en la palma tu cabello

 

para escurrir el agua y agacharte

 

en medio de las palabras que no entiendo;

 

el acto de secar tu piel, la forma

 

de sentir en las yemas una arruga

 

que ayer no estaba, o de pasar la toalla

 

por la pátina oscura de tu pubis;

 

el modo de mirarte a ti contigo

 

tan cerca y tan lejana, concentrada

 

en una intimidad que a mí me excluye,

 

son gestos cotidianos de sorpresa,

 

ritos que desconozco al observar

 

las mismas ceremonias que renuevas

 

al calor de tu cuerpo y que dividen

 

un segundo en partículas: espacios

 

donde la vida expresa su sentido

 

posible y que se afirman al peinarte

 

desnuda en las mañanas, como un fruto

 

que yo contemplo por primera vez.

 

 

 

 

 

Estos poemas pertenecen al libro Soledad en llamas, publicado por el Instituto Municipal de Cultura y Educación, Torreón, Coahuila, México (20229  

 

 

 

    

 

  

 

Jorge Valdés Díaz-Vélez (Torreón, Coahuila, México, 1955) reside en Madrid. Es autor de varios libros de poesía, entre otros: Jardines sumergidos (2003); Tiempo fuera (1988-2005) (2007); Los Alebrijes (2007); Qualcuno va (2010); Otras horas (2010); Mapa mudo (2011), Parque México (2018) y Los ojos del caballo (Pre-Textos, 2024). Se le han otorgado el Premio Latinoamericano Plural (1985), el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes-Instituto Nacional de Bellas Artes (1998), el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana (2007) y el Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado (2011). Está incluido en numerosas antologías de poesía mexicana e iberoamericana publicadas en México y en otros países de América Latina como Argentina, Brasil, Chile y Costa Rica, así como en Bélgica, España, Reino Unido, Italia, Grecia y Marruecos. Ha sido traducido al árabe, francés, griego, italiano, portugués, neerlandés, rumano e inglés. Es miembro distinguido del Seminario de Cultura Mexicana y miembro honorario del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

 

 

 

 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por   Jorge Valdés Díaz-Vélez


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